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Ricardo Becerra L. IETD 17 de mayo

Como nos lo ha recordado nuestro Presidente, Luis Emilio, en los estatutos de este Instituto vive un artículo fatídico, que nos recuerda la finitud de las obras y de los proyectos, aún de los más acertados y pertinentes. Dice el artículo cuarto: “La duración de la asociación será de 20 años, a partir de la fecha de constitución de la misma”; pues bien, la disposición cronológica se aproxima y se cumple en abril del 2009. ¿Qué estaban pensando los socios fundadores cuando imaginaron que un buen número de años podía colocarse en la redondez de dos decenas? Fíjense bien: estaban pensando en un proyecto para toda una generación, y casi lo han logrado. ¿Imaginaban que el cambio económico, político y cultural mexicano duraría 20 años y que entonces ya estaríamos en ruta de crecimiento, democracia digna de ese nombre, en medio de una sociedad optimista por el influjo de sus tareas cumplidas? ¿O era otra de las jugarretas socarronas de Pablo Pascual Moncayo, que ya estaba pensando en forjar una nueva conversación entre los cuates, para poner a prueba la historia y la madurez de un grupo excéntrico, una jugada que obligaría a tomar nuevas definiciones en el lejano futuro? No lo sabemos, o al menos no lo sé; pero lo que si sé, es que tenemos enfrente un año de cesura, un año en el que no serán los recuerdos, sino trabajo nuevo, el factor que acabará decidiendo si la profecía se cumple o sí, el IETD sabrá encontrar los arrestos y la voluntad para relanzar su barco, por otros tantos años, en las modernas aguas del pluralismo mexicano.

Se me ocurre, a propósito del fin de ciclo, que lo que ha ocurrido en los últimos veinte años, en el mundo, en México y en la izquierda mexicana, puede ser el eje intelectual de ese trabajo. Mirar atrás sin contemplaciones, para intentar un balance de la época, en los frentes que más nos importan y en sus más duros perfiles. Opino que este año, a parte de seguir atentos al gran debate nacional, puede ser orientado en una dirección tal, que permita un corte de caja histórico: en qué mundo ha vivido y discutido el Instituto de Estudios de la Transición Democrática y que cuenta nos rinden los procesos desatados durante los últimos 20 años.

La coyuntura es propiciatoria: en julio recodaremos las peligrosas elecciones federales de 1988, un año después se celebrarán los 20 años de fundación del Partido de la Revolución Democrática y simultáneamente, el 2009, estará lleno de festejos importantes (o fatuos) y no pocos lamentos, a propósito de la caída del Muro de Berlín. El IFE cumplirá dos décadas y la cesura de tres transiciones que se aceleraron como nunca durante ese período –la económica, la política y la demográfica- penderá en nuestras cabezas y obligará a pensar de nuevo, ¿Qué pasó? ¿Qué es lo que hicimos? Que es lo que no debe volver a pasar.

El gran historiador inglés, Tony Judt ha dicho que esos veinte años han sido los años de plomo de la izquierda mundial y el economista norteamericano Dany Rodrik la ha bautizado como la época de Freedman. Es decir: una era en la cuál se construyeron las bases para un mundo que puede presumir libertades, pero todavía más inhóspito e insolidario. Bueno, pues esa es la época del Instituto y a pesar de su aplastante realidad, llegaremos creo yo, al cumpleaños veinte de esta tímida idea que se edificó, entre otras cosas, para desafiar aquella atmósfera pretendidamente liberal pero efectivamente doctrinaria.

Uno de los méritos indiscutibles de los socios fundadores del Instituto es que quisieron “hacer algo” en medio de las turbulencias de la época. “Algo”, muy difícil de conseguir: no un germen de partido; no una ONG que se concibe como agente de denuncia; no una agrupación política con un solo tema, puesta y dispuesta para el subsidio; tampoco un think-thank clásico que lleva al mercado sus talentos o sus ideas. Se trataba de un grupo intelectual de discusión consuetudinaria, un referente crítico, un colectivo donde se practicara la democracia de la elaboración y, como a mi me gustaría llamarlo, un “grupo de interpelación”, de desafío constante a los prejuicios, a los tópicos, a los intereses ilegítimos disfrazados de teorías econométricas, a los dogmas antidemocráticos, vengan de donde vengan, siempre desde una mirada bien plantada en la izquierda y sus coordenadas esenciales de igualdad y libertad.

El mérito de los fundadores del Instituto, de aquellos que constituyeron la primera Junta, Dulce María Pascual, Rosalía Carrasco, Eugenia Huerta, Rafael Cordera, Rolando Cordera, Arnaldo Córdova, Gilberto Guevara, Antonio Gershenson, Arturo Whaley, Raúl Trejo, Pablo Pascual, Luis Salazar, Adolfo Sánchez Rebolledo, Enrique Provencio, Julia Carabias, Rosaura Cadena y Fabián González y José Woldenberg, no es sólo su obstinada necedad para “hacer algo”, sino la perseverancia y el reclamo, muy democrático, para ejercer el derecho legítimo de existir con identidad intelectual propia en el salvaje pluralismo moderno.

Como ustedes habrán podido adivinar, una de las ideas que rigen la construcción de la nueva Junta es la inyección de gente de una generación precedente. Gente que en 1989 estaba entrando apenas a sus alcohólicos años veinte, ó que se iban a la cama temprano con chocolate, cuando los fundadores ya eran archivados en frías cárceles después de desplegar sus huelgas universitarias. La idea es, evidentemente, preparar el futuro y si se puede construir las bases para otros veinte años.

Puedo decir, abusivamente, y a nombre de esos jóvenes y de los que empezamos a ser viejos, que estamos aquí porque nos precede un  grupo de intelectuales y maestros vastamente respetados y apreciados, a pesar (o gracias a) de su temperamento polémico. El seguimiento a sus dichos y hechos no es cosa de meses, sino de años, y no solo por razones académicas. Nuestro seguimiento al grupo del IETD, se debe a las cualidades personales, al hecho simple de su solidaridad y compromiso con las causas que se conocen y se razonan, al inmenso afecto que rodea sus sesiones, las reuniones y las comidas, que consolidan siempre la sensación de una vertiente lejana a la pedantería profesoral y muy cercana a la generosidad. No podremos llenar esos zapatos, pero al menos tenemos una ventaja: el camino andado durante veinte años y cierta conciencia de lo que no debe hacerse.

Creo que es preciso aplaudir el trabajo de los que nos anteceden, de los integrantes, las Juntas y de los Presidentes. Especialmente de Luis Emilio, quien, siempre de buen humor,  pudo mantener la cohesión fundamental en tiempos muy polarizados, supo sacar a flote los difíciles asuntos administrativos, mantener vivos los proyectos importantes e indispensables, y sobre todo digo gracias por el gusto de trabajar con él y con la infaltable, Hortensia Santiago. Como se dice en éstos casos: pido un buen aplauso a ese trabajo.   Así las cosas, el reto principal está en los 11 meses que nos separan de aquí a abril del 2009. Los proyectos que podrían jugar el papel de columna vertebral para el trabajo del Instituto y sobre todo, de su Junta de Gobierno pueden ser enunciados desde ya, como mera hipótesis de nuestra voluntad:

1) En primer lugar, el impulso, la manutención y proyección de Configuraciones, que a querer o no, es la seña de identidad del Instituto. Rolando Cordera, creador, organizador, motor y promotor lo explicará a continuación, pero creo que es irrecusable el mérito y el valor de su esfuerzo que lleva 26 publicaciones con igual número de comidas y de fiestas.

2)  Es preciso que el Instituto entre de lleno a la era de los Blogs (con una página más dinámica, más fácil de cargar) que incorpore los artículos, los libros, las elaboraciones de los miembros, los proyectos en curso, y sobre todo, que ponga en línea el contenido de Configuraciones. El genio de la alfombra mágica, Raúl Trejo está listo para encarar esa construcción.

3)  La realización de un seminario interno, discreto, del Instituto, digamos en octubre (en Cuernavaca para encontrarnos con Fito) en el que intentemos con ponencia en mano, el corte de caja de una época global, mexicana y en la izquierda.

4)  Gracias a los nuevos miembros, hemos entrado en conversaciones con el Dr. Davide Scalmani, que es el agregado cultural de la embajada de Italia, país invitado en la fiesta internacional del libro de Guadalajara. La idea es preparar el centenario de Norberto Bobbio (otro aniversario) con una producción editorial y mediante convenio entre nosotros y el Instituto Italiano de Cultura.

5)  Mariana Cordera e Inti Cordera, han propuesta la realización de un video a veinte años del Instituto de Estudios de la Transición Democrática. Ellos serían los encargados pero su lanzamiento es el vehículo para anunciar a todos que existimos, y para una pachanga histórica, y si pagan sus cuotas, con uvas y champagne.

Y por supuesto, continuar con la historia de las más de 200 reuniones, los segundos sábados de cada mes. El resto vendrá de la inventiva y del trabajo de la Junta de Gobierno. En este tiempo me gustaría habitar un Instituto que bulla ante los acontecimientos como solían sentirlos los militantes de la vieja guardia. Que el examen crítico de la realidad tenga un sentido un poco más allá del interés científico y que busque descubrir los procesos, los agentes, los conceptos cualquiera que sea le perspectiva, que ayuden al avance de nuestros temas clásicos: justicia, libertad, democracia y solidaridad. Me gustaría que halláramos un hilo vital para el Instituto, un hilo que necesite el contacto, el roce y el encuentro con el pensamiento actual, moderno, que conoce de modas, claro, pero que sabe alzarse sin perder la intención original.

Para eso necesitaríamos ser un poco menos sectarios, y redescubrir el placer de una buena discusión, exponer sin cortapisas lo que se tome por verdad sin cerrar nunca el debate, para ir en busca de todos los argumentos. Para eso necesitamos que el Instituto recupere su sentido como espacio de deliberación franca y libre. En esa medida el instituto será sobre todo, una obra cultural. Un espacio para desarrollar inteligencia crítica, proyectos con sensibilidad creadora, y rigor en la relación con el conocimiento y con los acontecimientos; no me viene mal la figura de catacumba abierta cuyo lema de frontispicio sea puro amor por lo racional. Que el instituto se conciba un espacio austero para aprender de los demás, y cuya marca de la casa sea el placer intelectual. Si lo logramos, la primera reforma estatutaria podría rezar: “tirar más de dos rollos será motivo de expulsión…”.

Yo creo que un espacio así, de encuentro para la elaboración, le hace falta a México, a su política, a su vida intelectual, pero sobre todo, a nosotros. Y por eso el proyecto será importante. Porque el resto de actores, instituciones, nos podrán ver como referente confiable, claro, obsesionado por la realidad, ridículamente optimista y solidario.

Y así, pasado el tiempo, luego de 20 años, situados en cualquier día del precario futuro, podremos mirar atrás para reconocer nuestra peculiar historia para decir, con nuestros restos de optimismo “Y sin embargo, llegamos”.

 Pues de eso se trata. Muchas gracias.