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El debate público

Dos ceremonias

Ricardo Becerra

La Crónica

03/05/2015

Una en Los Pinos. Otra en la Universidad Obrera. Aquella, impecable en su escenografía, desayuno a manteles blanquísimos con el Presidente de la República en el centro. Convocados: la crema y nata del empresariado nacional, el sindicalismo oficial y el mainstream económico. Acá, la intemperie de un patio húmedo, sillas metálicas y el Jefe de Gobierno del Distrito Federal acompañado de sindicalistas rejegos, dirigentes empresariales recién estrenados, legisladores ya especializados en “desindexación” y tozudos jornaleros de San Quintín.
Es primero de mayo. La retórica, allá, se mantiene impertérrita, la misma que hace treinta años. Todos muy cuidadosos de no pronunciar la palabra maldita: salarios mínimos. Es Juan Pablo Castañón –de Coparmex- el encargado de reiterar el versículo económico dominante: “Mejorar los ingresos de los trabajadores puede conseguirse sólo con la productividad, con política pública que promueva y premie la inversión productiva, la capacitación y el empleo”. Es decir: antes de hablar de aumento salarial, deben bajar a la tierra muchas premisas y muchas condiciones, pero no lo duden: vamos por el buen camino.
El monolito empresarial no lo es tanto y muestra fisuras. Humberto Lozano de la Cámara de Comercio, Servicios y Turismo de la ciudad de México, tiene otra idea: “Existen  empresas en el país que tienen las condiciones productivas y económicas para aumentar los salarios mínimos. Ha llegado la hora de hacerlo”. Aquí el salario mínimo no es un tabú y constituye una variable que puede moverse por sí misma, sin esperar el día de gracia y de milagros de las reformas estructurales.
El presidente Enrique Peña Nieto toma la palabra: sigue buscando “un mercado laboral más dinámico y flexible, para que más mujeres y jóvenes accedan al empleo”. Una tarea que –una vez más— debe esperar la causalidad de la divina trinidad: implementación de reformas, obras de infraestructura, inversión nacional y extranjera. Frente a la grandeza que nos espera, ¿para qué perderse en la minucia impronunciable del salario mínimo?
Para el Jefe de Gobierno las cosas son diferentes: “Si los costos de la gasolina, la luz y el teléfono han bajado, entonces existe margen para que las empresas incrementen los sueldos de los que menos ganan, después de 30 años de sacrificio salarial”. Desde la ciudad de México hemos probado que el salario mínimo ni siquiera se corresponde con el nivel alcanzado por su propia productividad; hemos probado con datos oficiales y ciertos que nuestros salarios mínimos son los más bajos de América Latina y de todos los países de OCDE y probamos que es posible un alza de los mínimos a 82.86 pesos –para alcanzar la canasta alimentaria— sin provocar inflación”.
En la residencia oficial habló la CROM, frente a Joaquín Gamboa Patrón de la CTM (recientemente perpetuado) y Carlos Romero Deschamps, el líder con yate del sindicato petrolero. Un alto contraste, en la Universidad Obrera, Sergio López Ayllón, director del CIDE apuntó: “El debate iniciado hace exactamente un año, doctor Mancera, nos ha convencido a muchos que dudábamos”. En el ejercicio recién culminado, que diagnostica el estado de la “Justicia Cotidiana”, dice “corroboramos en toda la República, que el mundo de los que laboran una jornada completa y reciben una remuneración, es un mundo vasto y descontento: lo mismo las trabajadoras domésticas, los jornaleros de sol a sol o los adultos mayores que siguen laborando a su edad, necesitan esa señal, aumento del salario mínimo, para saber que su trabajo importa, es reconocido y colocado en un piso mínimo de decencia, dignidad y de justicia”.
Allá, en Chapultepec, no hay lugar para esas sutilezas. No hay prisa, mientras el margen de ganancia es el sancta sanctorum, ingrediente imposible de tocar. Aquí en el Centro Histórico, se habla de incremento salarial perentorio, cohesión social y redistribución del ingreso. Allá se ignora olímpicamente el debate internacional de los salarios mínimos; aquí se inscribe a México, sin complejos, en la discusión del mundo.
Son dos sensibilidades. Dos visiones de la economía, de la sociedad. Dos éticas. Dos ceremonias. Cada quien la suya.