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El debate público

El Canciller que se fue

Natalia Saltalamacchia

La Silla Rota

12/09/2015

Hace casi tres años José Antonio Meade y su equipo llegaron a la Secretaría de Relaciones Exteriores con una gran experiencia acumulada en la función pública y casi ningún conocimiento especializado sobre relaciones internacionales y política exterior. ¿Qué huella dejó esta gestión? Cuatro cosas destacan.

Primero, parece ser que Meade fue un buen líder hacia adentro. A pesar de la tradicional tensión que suele existir entre los diplomáticos de carrera y los que no lo son, los primeros –sobre todo los jóvenes– hablan bien de un secretario que se mostró afable, sensible a sus necesidades y que fue justo en sus decisiones. Dicen que aprendía rápido, que escuchó sin soberbia y, sobre todo, que creó un buen ambiente de trabajo a su alrededor.

Segundo, dio prioridad y atención personal –como era de esperarse– a los proyectos relacionados con aspectos económicos y dejó a los diplomáticos encargarse de las negociaciones multilaterales especializadas. Así pues, invirtió en la Alianza del Pacífico (como política hacia América Latina), en el grupo MIKTA (como una mini alianza con ciertos países del G-20), en el acercamiento económico a China y en la cooperación internacional al desarrollo.

Tercero, hubo muy poco de político en la política exterior. En medio de grandes crisis en el vecindario (Venezuela y Guatemala por ejemplo), de acontecimientos históricos como el deshielo entre Cuba y EUA o del crecimiento de la xenofobia en el país vecino, México brilló por su ausencia. El Secretario decidió volar bajo y en más de un discurso transmitió la idea de que la política exterior sirve más que nada para acompañar el trabajo de otras secretarías. No tuvo proyecto propio, no arriesgó pero tampoco le dio problemas al jefe en Los Pinos.

Cuarto, el único error grave del Canciller saliente fue su política regresiva en la relación con los organismos internacionales de derechos humanos. Es decir, la pelea con relatores, el retiro de candidaturas de expertos, la creciente hostilidad contra la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Ante la perplejidad de muchos integrantes del SEM, durante el último año la SRE dejó de ser uno de los espacios del estado mexicano en el cual se comprendía que la «política del avestruz» en derechos humanos es perdedora.

Esto no sólo porque daña la reputación del país sino, sobre todo, porque en este México entrecruzado por tensiones sociales de alto voltaje necesitamos todos y cada uno de los mecanismos legales e institucionales que sirvan para procesar la insatisfacción y el conflicto. El sistema internacional de derechos humanos aporta precisamente una vía complementaria a las nacionales (como demuestra el caso de Ayotzinapa) y por eso es un claro error de juicio intentar debilitarlo o bloquearlo.

No sabemos cuál será la posición de la nueva titular de la SRE en esta materia. En todo caso, se trata de una cuestión crucial que afecta directamente la vida de los mexicanos y por ello los cambios ameritan una discusión pública; ojalá que Claudia Ruiz Massieu esté dispuesta a promoverla.