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El capitalismo toma su sabático

Ricardo Becerra
*La Crónica de Hoy 29/09/2008

David Rosenberg es el economista en jefe para América del Norte de la zarandeada (y vendida a rastras) Merrill Lynch (hasta antes de la avalancha subprime, el tercer banco de inversión de Wall Street). Tuvo Rosenberg la irónica puntada de publicar un artículo con el título de esta colaboración, anotando: “No creo que el plan de rescate cambie mucho la situación, la economía estadunidense está en recesión y probablemente lo siga estando… el plan, sólo evita lo peor: el derrumbe total del sistema financiero mundial y una profunda recesión planetaria, pero los costos futuros serán altísimos”.

Sabe de lo que habla. Este año, su firma obtuvo los peores resultados en 94 años de historia, aunque en su descargo, hay que decir que del 2002 al 2006, junto con las otras cuatro grandes —Goldman Sachs, Morgan Stanley, Lehman Bros. y Bear Stearns— triplicaron sus ganancias a más de 30 mil millones de dólares y, en la cúspide, alcanzaron un rendimiento que las colocaba al nivel de las grandes farmacéuticas y petroleras. La magia consistía en que las firmas de Wall Street no producían tecnología nueva para la medicina del mundo ni proveían de crudo para el movimiento de los países. No, Merrill Lynch ofrecía dinero así: “Deposite aquí su fortuna, su pensión o sus ahorros y le ofrezco una rentabilidad de 22 por ciento, aunque el interés que paga el sistema bancario normal sea de sólo cinco”.

Quimeras contables, auge financiero desligado del desempeño económico real, es decir, ilusionismo que no tenía respaldo.

Benjamin Friedman apuntó en su gran obra reciente (Las consecuencias morales del crecimiento económico), de modo autobiográfico: “…llegué a trabajar en 1970 a Morgan Stanley, y en ese entonces, los reportes anuales estaban llenos de fotografías de empresas, edificios, tecnologías y otros bienes tangibles; 35 años después, los mismos reportes, manejados por las mismas firmas, exhiben fórmulas, números, gráficas complejas y a lo sumo, fotos de los empleados en la bolsa o del CEO mandamás de la empresa financiera. Esto me da la sensación de que la actividad en estas firmas se ha divorciado cada vez más de la verdadera actividad económica”.

Así, exactamente, podríamos explicar la crisis actual: empresas que embaucan a miles o quizás, millones de inversores en Estados Unidos y el mundo, pero sin respaldo real, apostando (literalmente, apostando) a que una concurrencia de situaciones y expectativas mantengan el espejismo de la prosperidad.

Pero no se crea que esta es una circunstancia inusual; de hecho, la historia del capitalismo está hecha de tales situaciones “inusuales” (algunos apuntan a la “manía de los tulipanes”, en 1634, como la primer burbuja especulativa en la historia económica moderna). Lo que más vale la pena, es reconocer los elementos que la componen, el detonante, la magnitud del fiasco y por supuesto, su castigo.

En el caso de las hipotecas subprime, sabemos ya el origen, el detonante, y un cálculo preliminar del FMI: pérdidas de casi un billón de dólares, cifra que multiplica por cuatro las que la banca reconoció a la mitad del año y que es 35 por ciento superior a lo prometido en el rescate. El problema menos discutido es el castigo, y es aquí donde entra la política (y la historia).

En los últimos 20 años, desde la caída del muro de Berlín, el capitalismo norteamericano ha vivido tres crisis masivas, a las que ha vuelto torpemente por su ceguera “neo-clásica”, según la cuál los mercados son muy más estables, los riesgos en las transacciones se pueden conocer con anticipación y, por lo tanto, los precios reflejan sistemáticamente probabilidades ciertas. Con esta mitología como código de interpretación, pese a las evidencias, el gobierno ha entrado al rescate de Long Term Capital en 1998 y a subsanar el fraude y la quiebra de Enron, entrado ya el siglo XXI.

Ahora el gobierno norteamericano vuelve a intervenir –es decir, los contribuyentes— para refinanciar el sistema bancario, resucitar los mercados de bienes raíces e impedir “el colapso del sistema económico”.

Y aunque la operación tenga éxito, no obstante, el problema sigue allí. El fin de jauja especulativa tuvo una sanción ejemplar (en 1929, por ejemplo) mientras al oriente se ostentaba la Unión Soviética, como alternativa del capitalismo. Entonces sí, las crisis se resolvían penalizando ejemplarmente y corrigiendo de manera duradera al sistema financiero. El capitalismo no podía darse el lujo de perder la cabeza. Pero ya no hay rojos desafiantes y la propensión a embarcarse en rachas de frívolas y espectaculares ganancias, regresará muy pronto. Más que una reforma fuerte y una regulación poderosa, yo veo lo que Rosenberg: apenas un sabático, un descanso, para los espíritus animales del capitalismo.