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El debate público

El cubrebocas es la vacuna antes de la vacuna

Ricardo Becerra

La Crónica

01/11/2020

Comparen ustedes. El título de este artículo es una afortunada expresión que el Primer Ministro griego, Kyriakos Mitsotakis formuló esta misma semana. Tengan ustedes en cuenta que la modesta Grecia, es una de las naciones que mejor han gestionado la pandemia en este año terrible, no solo porque hace eco de la investigación, la ciencia y evidencia disponible sino sobre todo porque ha tomado medidas oportunamente, sin vacilaciones ni ambigüedades. Su tasa de letalidad es de 1.7 por ciento y el número de muertes asciende a 626 (leyó usted bien, 626 griegos fallecidos por Covid hasta el día de ayer) es decir, 58 muertes por millón de habitantes.

Ahora vean lo que declara (no el Presidente de los mexicanos) sino el encargado de gestionar la pandemia, el Doctor Hugo López Gatell: El cubrebocas “Sirve para lo que sirve y no sirve para lo que desasortunadamente, no sirve”.

Los números están allí para sellar la comparación: la tasa de letalidad en México es de 9.9 por ciento; tenemos 91 mil 289 decesos hasta ayer, lo que implica 725 muertes por millón de habitantes.

Se nota la diferencia ¿verdad?

Y es que los griegos han comprendido y asimilado tres verdades fundamentales: 1) La pandemia será larga, vehiculada a través de un ciclo que se va pareciendo cada vez más a la histórica fiebre española del siglo pasado; 2) Las vacunas no estarán disponibles (si es que se les logra alcabzar) sino hasta entrado el año que viene, y 3) si hay algo que pueda ofrecer alguna normalidad a nuestras vidas, es el uso masivo y obligatorio de los cubrebocas, precisamente porque son relativamente baratos y accesibles para casi toda la población.

Si aceptamos estas tres aseveraciones, la consecuencia lógica se resume en la frase griega. La conclusión ilógica, en cambio, se exhibe sola en el cotorreo mexicano.

Lo que los griegos han asimilado rápido es que tenemos que actuar como si la vacuna nunca llegará y mucho menos, debe convertirse en el centro de la estrategia actual. En definitiva apartarse del pensamiento mágico típico de  los Trump´s, según el cual, pronto llegará la vacuna para resolverlo todo.

Para estar claros en esa cuestión, vamos a los hechos. El jueves 22 de octubre se reunió el comité científico asesor de la FDA norteamericana, organismo responsable de aprobar y recomendar los medicamentos en aquella nación. Resulta que ninguno de los integrantes expertos, ha dado su voto aprobatorio a las versiones más avanzadas de la vacuna contra el SARS-CoV2. Pueden seguir esa conferencia aquí (https://bit.ly/3kGrngG).

Hemos entrado a noviembre, y no ocurrieron ninguno de los anuncios que habían planeado Pfizer, Moderna y AstraZeneca. En esas citas estaba cifrada la esperanza de conocer los avances científicos más importantes en favor de la vacuna. No sabemos bien a bien porque se suspendieron, pero es evidente que las tres principales firmas mundiales de la investigación anticovid, optaron por la cautela y la prudencia frente a este reto médico formidable. La prisa no empata con la ciencia.

Sin la certeza de la vacuna -mientras tanto- Europa revive ya los escenarios de la primera oleada de la pandemia. Alemania, Francia, España, Italia, vuelven a confinamientos masivos en lo que parece ser “un ciclo más duro y letal que el primero”, según el Presidente francés Emmanuel Macron.

La realidad entonces impone sus colores negros. La mayor parte de las economías del mundo ya no podrían aguantarí un nuevo encierro y por tanto, estamos ante la obligación de encontrar soluciones nuevas, mezclas, fórmulas intermedias para los siguientes meses.

Y resulta que en todas esas salidas, en toda estrategia de sobrevivencia y gestión, está incluido el uso del cubrebocas de manera primordial, precisamente por su utilidad demostrada (https://tinyurl.com/y62amn8y). Dicho de otro modo: sin cubrebocas no nos queda más que un nuevo encierro o la extenuación del sistema de salud con la consiguiente multiplicación de muertes.

Sin dramatismo y sin ilusiones, esa es la cara de nuestro siguiente semestre. Hay que preparar la garantía, manufactura, logística, distribución de ese instrumento, por supuesto. Pero también hay que preparar los argumentos para enfrentar la necia resistencia de su utilidad, que en nuestro caso, proviene de la Presidencia misma, armada ahora de retórica libertaria insistente en que, el uso del cubrebocas es siempre una “decisión individual”.

Respuesta: en una pandemia, no.

Esta ya fue una discusión importante en E.U. (ver por ejemplo a Paul Krugman https://tinyurl.com/y3n527ww). También lo fue en algunos estados de la república y cobrará más fuerza los días que corren en todo el país, pues negarse al uso del cubrebocas equivale a negarse a la verificación vehicular o dejar de ponerse el condón, sepas o no sepas que eres portador de SIDA: quien lo deja de usar se convierte en un activo y consciente factor de contaminación de los demás.

Mientras no haya vacuna, no nos queda más que desarrollar un sentido de responsabilidad más estricto, medidas amplias de disciplina social y cambios en la conducta individual: cubrirnos el rostro con una mascarilla es una de ellas y ahora sabemos que resulta especialmente decisiva.

Precisamente porque su función consiste -sobre todo- en proteger a los demás, es por lo que no se trata de una “decisión personal”. Si lo que está en juego fuese solo mi propia salud la cosa correría -en efecto- bajo mi propia cuenta y riesgo. Pero con el Covid se trata de no poner en peligro al resto, se trata de no multiplicar el problema sanitario de toda la sociedad. Es por eso que debe ser sujeto de observación estricta e incluso, debiera ser normado.

Todo esto es la que se halla en el fondo de la desventurada declaración de López Gatell. El cubrebocas produce un bien público y ese otro quien lo usa, también me está protegiendo a mi. O sea: la utilidad del cubrebocas es innegable en todas direcciones.   

Solo un dato más: en el epicentro de la pandemia, Wuhan, los portadores del virus asintomáticos (ni siquiera sabían que portaban al virus), explicaron al 79 por ciento de la trasmisión durante la crisis. O sea, el problema se hubiese reducido a la quinta parte de lo que realmente fue con el uso sistemático y masivo de los cubrebocas.

Es de los pocos asideros de los que disponemos para enfrentar la crisis. Permanecer en su negación o relativizar su importancia, ya es imperdonable, entraña ya una severa responsabilidad histórica.