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El debate público

El descrédito como estrategia electoral

Ricardo Becerra

La Crónica

05/04/2015

Precisamente hoy comienzan las campañas electorales, la fase decisiva del proceso cuya definición y pleito, en realidad, empezó hace más de un año, con la extraña mutación del federal pero histórico IFE, al nacional pero incierto INE.
Soy de los que creen que ese cambio, fraguado a las carreras y merced a una negociación bochornosa de la que el gobierno tiene una responsabilidad inocultable (reforma petrolera a cambio de reforma electoral), produjo un sistema electoral más problemático al que, sin embargo, debemos desearle buena suerte.
Me explico: sí todavía no estamos rematadamente locos, más nos vale que la primera elección “nacionalizada” funcione, porque es de las pocas cosas que pueden ofrecer algo de certidumbre y horizonte a este momento de convulsión y descontento masivo. Creo ver cuatro grandes problemas que conspiran contra el proceso democrático (el único que tenemos, por cierto):
1) La incertidumbre organizativa que cultiva la reforma misma. Venimos de un esquema en el que sabíamos qué competencias y qué línea de trabajo estaba trazada en cada una de las elecciones. Lo mejor del viejo Cofipe es que teníamos un verdadero manual para hacer elecciones: cada uno de los aburridos elementos técnicos estaban predefinidos con la precisión de un kit para armar. Pues bien: la LGIPE, ley general vigente, no es capaz de dar esa certidumbre. Introduce cosas muy estrafalarias, como la facultad de atracción del INE “cuando lo crea necesario”. Luego, a la inversa, la delegación de determinadas funciones y una extraña combinatoria de facultades ahora nacionales, mañana locales. Este hecho tiene un reflejo organizativo que ya generó una inconformidad inaugural a propósito de la integración de los órganos locales (cuerpos locales hechos por el IFE, impugnados, esto no ocurría desde 1994).
2) ¿Qué hacer con el Partido Verde? Confiado en que su estrategia publicitaria (probada con éxito en 2009 y 2012, gracias a los indescifrables criterios del Tribunal Electoral), el Verde creyó que este año podría repetir la misma sopa: comprar miles de spots (prohibido en la Constitución), disfrazándolos de “Informes” (sólo nuestros magistrados alguna vez creyeron que esos spots son, en realidad, Informes de funcionarios públicos). Pero la intentona del Verde, se ha vuelto ya el tema principal del exasperante litigio electoral.
3) El estado de Guerrero. Éste es el desafío más sensible. Como admitió el propio INE, estamos ante el primer caso —desde los años ochenta— de negación a las elecciones como método de acceso al poder público en México, negación hecha por un contingente social influyente en su localidad, pero con reverberación nacional y aún internacional. Toda una regresión que aparece de la mano trágica de Iguala.
Técnica, organizativamente, las cosas avanzan y no es la primera vez que la estructura del Instituto trabaja en condiciones difíciles —desorden local y alta criminalidad—, no obstante, el problema aquí es político: cómo la autoridad electoral y los partidos son capaces de explicar y escenificar un proceso democrático, sin mácula. A mi modo de ver, la celebración de elecciones en Guerrero —en libertad— con participación y juego limpio será el triunfo civilizatorio del proceso electoral.
4) Los expedientes de la impugnación y las profecías autocumplidas. He aquí la peor de las costumbres de la democracia mexicana. Él o los perdedores, los insatisfechos con los resultados, impugnarán la elección y maldecirán al INE. Los partidos trabajan todo el tiempo en “documentar” la “ilegalidad” del proceso, interponiendo quejas, un día sí y otro también, para integrar el “expediente” final con el que “demostrarán” que su derrota no es suya, sino la enésima trampa de un sistema irremediable.
No digo que no existan asuntos serios que perseguir (el Verde es uno de ellos), digo que las autoridades deben concentrarse en ellos, en lo realmente importante, y no en resolver industrialmente centenas de necedades cuya función política es, precisamente, desacreditar al proceso electoral.
Volveremos sobre el tema.