Ricardo Becerra
La Crónica
22/01/2017
Allí lo tenemos. El Presidente número 45 de los EU ha tomado posesión. Y lo que dijo en campaña está concentrado en su discurso de toma de posesión, el viernes: primero, después y al final, los suyos, los norteamericanos. Nacionalismo, narcisismo, ninguna idea de colaboración con el mundo, agresividad como método, y una agenda amenazante en varias direcciones incluyendo de modo estelar a México, su chivo expiatorio privilegiado (¿Hacía falta que nos mencionara explícitamente?).
Antes del viernes leí, escuché y miré una sesuda sesión de comentaristas que imaginaban una conversación, una negociación, un intercambio, una mesa concurrente y razonable.
Pues no. No hay modo. El señor Donald Trump no tiene la menor intención de acordar nada con los cafés, o sea, nosotros: son ellos —el país tocado por dios— quienes definirán el curso de las relacionales internacionales, empezando con los de la vecindad continental.
Para quien quiera verlo, allí están las frases definitorias en su discurso de toma de posesión: “A partir de este día, primero Estados Unidos”. “Debemos proteger nuestras fronteras del saqueo que otros países hacen de nuestros productos; países que roban nuestras compañías y destruyen nuestros empleos”. México y China, sin decirlo.
La autarquía económica, política y diplomática como principio de un gobierno que decidió dar al traste con los esquemas globales que habían regido, durante el último cuarto de siglo, a las estructuras, del mundo y especialmente, de México y el hemisferio norte de América.
No es incertidumbre. Los problemas y el desafío están cantados. Nuestro país vivirá un pasaje áspero de reacomodos, amenazas, chantajes y presiones con toda seguridad.
Lo bueno de Trump es que nunca intentó engañar a nadie: México es un adversario, un socio prescindible y un chivo expiatorio sobre el cual descargar todos los resentimientos sociales que han catapultado al nuevo Presidente. ¿Vecinos cooperantes? Nade de eso. Murallas para que EU comience un ciclo de ensimismamiento sin agujeros: Estados Unidos primero, después, al final. E.U. uber alles. Como el nazismo: “Alemania sobre todo, sobre todos, a pesar de todos”.
Muy pocas veces había sido tan clara la mojonera que separa una era de su etapa histórica precedente: Bush padre, Bill Clinton, Bush hijo y el Presidente Obama -con diferencias cardinales, ya lo sé- sin embargo, coincidían en cosas básicas y propiciaban el curso del globo en una dirección. Pero Trump se moverá hacia la trayectoria contraria, a contrapelo de los últimos 40 años: populismo, nacionalismo, narcisismo, agresividad… ¿fascismo? O quizás algo muy parecido, sobre todo aplicado a la minoría más identificable, débil y señalada durante toda su campaña: los mexicanos que viven allá y aquí.
¿Habrá tomado nota el gobierno mexicano? En medio de su solipsismo radical (ver los tuits del presidente Peña, el viernes), subrayemos las perlas de la retórica trumpista: “A partir de ahora una nueva visión va a gobernar nuestra tierra: Estados Unidos primero… Toda decisión sobre comercio, impuestos, inmigración y asuntos exteriores se tomará para beneficiar a los trabajadores y las familias de Estados Unidos… Seguiremos dos simples reglas: comprar productos de EU y contratar estadunidenses”, y claro, como buen cristiano cruzado: “Estaremos protegidos por los grandes hombres y mujeres de nuestro Ejército, por las fuerzas de seguridad y, lo más importante, estamos protegidos por Dios”.
El peor escenario ha quedado confirmado: México dejó de ser el socio comercial del vecindario hemisférico, para convertirse en un mugriento y molesto país al sur, que no merece sino una gigantesca barda para evitar el contagio del crimen, la contaminación a la nación de dios.
Trump se presenta como la encarnación del pueblo contra las élites; la pureza de la sociedad contra la corrupción del Estado; lo nacional contra lo extranjero.
¿Les suena? Ese cóctel ideológico está presente en el sentido común y la demagogia típica de México. El mismo sustrato infame del nacionalsocialismo, ahora hecho gobierno arriba del Río Bravo.
Un cuarto Reich en formación. Y los judíos —el chivo expiatorio que explica Fernando Escalante— somos nosotros.