Categorías
El debate público

En el centenario de mi padre

Jorge Javier Romero

Sin Embargo

16/02/2023

El 13 de febrero mi padre, Javier Romero Gutiérrez, hubiera cumplido cien años. Formado como historiador en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, después de haber desertado de la carrera de Medicina a los tres años de estudios, adoptó como profesión el periodismo y lo ejerció con vocación como forma expresión de sus convicciones sociales y políticas. Escribió una obra tenaz, dispersa en periódicos y revistas, prólogos y capítulos sueltos hoy olvidada, aunque en su momento tuvo cierto reconocimiento, con un estilo de prosa cuidada y pulcra, pues la gramática fue una de las muchas aficiones de su abrumadora erudición. 

Mi padre llegó al periodismo desde la militancia. En sus años de la Facultad de Filosofía se vinculó al seminario de estudios marxistas de Eli de Gortari y de ahí pasó a militar con entusiasmo juvenil en el Partido Popular, recién fundado en 1948 por Vicente Lombardo Toledano. Las ideas socialistas las había heredado de mi abuelo, político campechano de la corriente iniciada en Yucatán por Felipe Carrillo Puerto, que fue Gobernador de su estado por el Partido Socialista Agrario de Campeche en los momentos en los que el Partido Nacional Revolucionario era todavía una coalición de partidos regionales con identidad propia, aunque ya en proceso de fusión en lo que a la postre devendría en el PRI.

A lado de Lombardo, como dirigente juvenil, participó en la campaña presidencial del antiguo líder sindical y hombre crucial durante el cardenismo. El fiasco de Lombardo en aquel 1952 no lo alejó del partido, en el que sostuvo diversas batallas, cada vez más cercano a Enrique Ramírez y Ramírez, a lado de quien emprendería la que sería su mayor pasión, el periódico El Día. En 1955, el grupo de Ramírez, formado sobre todo por antiguos miembros del Partido Comunista, rompió con Lombardo. Fue entonces cuando Javier Romero se convirtió en periodista profesional como reportero del ya decadente El Popular, fundado por el propio Lombardo como órgano oficial de la CTM, pero que se había convertido en empresa cada vez más dependiente de las subvenciones gubernamentales.

Al llegar Adolfo López Mateos a la Presidencia de la República, Ramírez y Ramírez, conocido suyo desde los tiempos de la campaña vasconcelista, le pidió apoyo para hacer un nuevo periódico de la izquierda del régimen, sobre las ruinas de El Popular, muerto de inanición cuando el Gobierno recién llegado decidió dejarlo de financiar. Entonces se comenzó a formar la cooperativa que daría vida a El Día en junio de 1962. Aquel periódico, en principio una empresa política, tuvo mucho también de empresa cultural o al menos así la consideraba mi padre, que convirtió al periódico en su proyecto personal y nunca siguió a su amigo Enrique en su integración al PRI como Diputado y sedicente ideólogo, activo desde el Gobierno de Díaz Ordaz hasta el de López Portillo.

En El Día, Javier, lector compulsivo y editor cuidadoso, fue director del suplemento cultural El Gallo Ilustrado, en el que publicó a muchos de los entonces jóvenes escritores que marcarían la literatura y la crítica durante las siguientes tres décadas, además de a otros ya entonces consagrados, como José Revueltas o Efraín Huerta, fundadores de El Día. Después de la muerte de Rodolfo Dorantes en 1965, figura señera del periodismo de izquierda en México desde la década de 1920, Ramírez hizo a mi padre subdirector del diario y lo dejó prácticamente a cargo durante los años en los que fue Diputado, hasta 1967. 

Durante el movimiento estudiantil de 1968 hizo lo posible por mantener la objetividad del diario y buscó apoyar a los estudiantes publicando sus desplegados, por más que la línea editorial del periódico tuviera el sesgo impuesto por el autoritarismo priista y la cercanía política del director del periódico con el Gobierno. Tuvo por entonces algunos desencuentros con Ramírez, aunque su lealtad personal no acabó sino con la muerte del controversial personaje, hoy prácticamente olvidado, en 1980.

Durante el Gobierno de Luis Echeverría, mi padre dirigió la edición vespertina del periódico, lo que representaba una expansión de la empresa cooperativa para competir con los diarios comerciales. Por supuesto, unos y otros dependían del favor del régimen y de los recursos trasladados a través de distintos mecanismos, como condonaciones fiscales, adeudos tolerados al Seguro Social, abasto de papel con créditos del monopolio estatal del papel y, sobre todo, del entonces llamado “embute”, después conocido como “chayote”: el pago de reporteros a sueldo de los distintos secretarios de Estado para que les hicieran propaganda, bonita tradición sostenida hasta nuestros días como mecanismo privilegiado de control gubernamental de la prensa.

La reforma política de 1977 se convirtió en una causa para mi padre. Analizó todos sus aspectos y potencialidades y escribió páginas y páginas en su defensa. Las elecciones de 1979 le generaron un enorme entusiasmo. En las páginas de la sección de la ciudad del diario, por ejemplo, publicó pequeños perfiles con foto de los candidatos a diputados de todos los partidos, distrito por distrito, y se empeñó en la explicación de las virtudes de la representación proporcional, mecanismo novedoso introducido por la reforma en sustitución del peculiar arreglo de los diputados de partido, surgidos en 1964 para incorporar u tanto artificialmente a la oposición simulada. La apertura de 1977 iba mucho más allá, pues implicaba el reconocimiento de fuerzas hasta entonces excluidas por el autoritarismo, un primer paso democratizador. 

Su empeño informativo fue reconocido en 1979 con el Premio Nacional de Periodismo por sus artículos de fondo, en los que siempre buscó ubicar los fenómenos de su tiempo en perspectiva histórica, de ahí el nombre de su columna dominical,“Reflejos y cotejos”.  

La muerte de Ramírez y Ramírez provocó un giro absoluto en su vida. Durante unos meses, entre octubre de 1980 y enero de 1981, formó parte de la dirección colectiva del periódico, pero el inevitable proceso sucesorio lo llevó a encabezar una candidatura en la cooperativa que perdió ante la de Socorro Díaz, quien contaba con mayor apoyo político, pues ella sí había seguido los pasos de Ramírez en el PRI. Con él salieron de El Día más de cuarenta articulistas, reporteros y editores, muchos de los cuales harían carreras notables en otros medios en los siguientes años.

Desde entonces, mi padre se dedicó a leer, viajar y a escribir sus artículos para Excélsior y las revistas que entonces publicaba aquella casa editorial. En Jueves de Excélsior publicó extraordinarias series de crónicas históricas que merecerían ser editadas en libro, como una notable sobre el surgimiento del PNR. Uno de esos folletines, memoria de su infancia a lado de mi abuelo, es un estupendo retrato del socialismo campechano de las décadas de 1920 y 1930 y de las prácticas políticas de los inicios del régimen posrevolucionario. Campeche, su estado, le otorgó el mayor reconocimiento estatal, la Medalla Justo Sierra. Valga este recuerdo de quien fue la mayor influencia intelectual de mi vida.