Categorías
El debate público

En el desierto

Rolando Cordera Campos

La Jornada

04/10/2020

Los pronósticos conspiran contra la tranquilidad del observador, pero no alteran el sueño de quienes los emiten. Tienen sustento en lo ocurrido hasta la fecha y en la decisión presidencial de no actuar contra la recesión ni en pro de una reactivación productiva a través de la inversión pública y la promoción de la privada, lo que les permite vaticinar que las cosas seguirán como hasta ahora, si no es que peor.

Ante tal panorama, no hay escape, menos aún cuando el presidente parece haberse erigido en gran visir de la economía y de la política económica y, desde su podio, rechaza y descalifica cualquier sugerencia de cambio en la orientación de su política. Así, el presidente no sólo se aleja de la realidad económica y social, sino que elude argumentar racionalmente su discurso.

Todo empezó con aquello de tengo otros datos y hoy ya conforma el sustento de un diagnóstico que quiere convertir en paradigma. Ejemplar para el resto del mundo, ha llegado a decir sobre su políti-ca anticrisis.

Los presidentes no tienen por qué saber de economía y hay quienes piensan que lo más recomendable es que no se empeñen en conocer de los misterios de la ciencia lúgubre. Disciplina de la escasez y sus restricciones, de los costos de oportunidad, la acumulación, la distribución y hasta de la utilidad y su maximización, la economía suele hacer a sus practicantes presas de tal cúmulo de condicionamientos e implicaciones no deseadas que la acción pública tiende a congelarse o someterse a una disciplina tal que lo que impere en el Estado sea la parálisis; un pasmo que no puede sino contagiar al resto de los agentes y actores de los procesos de inversión, ampliación productiva e innovación.

De aquí lo delicado del tráfago económico, en especial cuando se espera que de él surjan propuestas de política para encaminar o modificar la marcha de la economía. El viejo Galbraith, tal vez abusando del sarcasmo que lo vestía y adornaba, dijo alguna vez que los senadores y diputados habían creado el Consejo de Asesores Económicos del presidente de Estados Unidos precisamente porque se habían dado cuenta de que el presidente Truman no asuntaba en economía.

La cuestión económica, así, podría quedar en manos de expertos en el Tesoro y otras secretarías, mientras los asesores se encargarían de ilustrar al mandatario y proveerlo de información, visiones de conjunto de mediano y largo plazos, pero también protegerlo de los peligros de volverse aprendiz de brujo.

El Consejo se las ha arreglado para sobrevivir más de 50 años, pese a que desde su creación ha enfrentado oleadas de escepticismo. Como sea, Joseph Stiglitz, su presidente durante parte de la administración de Bill Clinton, lo llamó una valiosa innovación política.

Si bien hoy no hay condiciones para que tal cosa ocurra entre nosotros y los intentos anteriores de hacer algo por el estilo fueron avasallados por sucesivas crisis, desde la deuda externa y la gran fractura hegemónica derivada de la nacionalización bancaria del presidente López Portillo, hasta el error de diciembre, el Estado pudo arreglárselas. Y con los pactos antiinflacionarios, la concertación y otras acciones, el Estado sacó fuerza de flaqueza, pero no se abocó al tejido de nuevos pactos desarrollistas.

De hecho, aquellas medidas fueron abatidas por la fiebre liberista que entronizó al mercado y la competencia en el altar mayor de la política económica. Atrás quedaba la posibilidad de introducir algún tipo de racionalidad histórica en el proceso de la política económica; el mercado mandaba mediante entidades abstractas y abstrusas que, con el tiempo, adquirieron nombre y forma: hoja de balances, pérdidas y ganancias, bonos, acciones, pagarés.

Parafraseando al nobel colombiano, hoy, el presidente no tiene quien le escriba en materia económica, y el Congreso, al que le correspondería hacer las veces de gran tutor colectivo, está en sus cosas y no hay atisbos de que proponga iniciativas de enmienda y revisión. No sólo de las cuentas presupuestales para 2021, sino de los enfoques, hipótesis y proyecciones que supuestamente deben inspirar e ilustrar la rectoría económica del Estado consagrada en la Constitución.

Solo y sin alma, con neoliberalismo o sin él, reina el mercado… Lo hace en un momento histórico en el que sobresalen distorsiones mercantiles y pulsiones proteccionistas.

La obcecación ideológica de personalidades y caracteres autoritarios puede llevar a demoler lo que de institucionalidad queda, concebida para hacer de la política una expresión de la voluntad racional de los ciudadanos y sus naciones; para volver realidad la simpatía entre la economía y la política en aras del bien común.

Antes, mucho antes, llegó a imaginarse la posibilidad de una administración científica del Estado y la administración pública. Hoy, sólo nos queda hablar del crepúsculo.