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El debate público

En México como en Hungría

Ricardo Becerra

La Crónica

06/07/2021

Aunque las pautas de comportamiento y las secuencia de sus decisiones guardan una similitud alucinante, no existe tal cosa como el manual del gobierno populista. Cada uno de los modernos autócratas tiene su propio libreto y la gracia de conectar con la idiosincracia nacional. Lo que si existe, en cambio, es una buena comunicación entre ellos a través de esa red de consultoras y asesores que llevan el mensaje polarizador a todas partes: de Estados Unidos a Europa, de allí a América Latina, el Asia y de regreso.

Así es como en los últimos cinco años, en buena parte del mundo se ha visto un boom de referéndums y “consultas populares” que, pregonando democracia y participación del pueblo, en realidad, tienen como propósito mantener la flama perenne de la movilización, el encono y la polarización, alfa y omega a las que se consagran ese tipo de gobiernos.    

             ¿Ustedes creen que nuestra pregunta a someterse a votación en agosto, en el primer ejercicio de consulta popular mexicano, es la más infame de las que se han visto en estos años? Pues lean la que promovió Viktor Orbán y su partido en 2016 «¿Está usted de acuerdo en que la Unión Europea determine el reasentamiento de ciudadanos no húngaros en Hungría, sin la aprobación de nuestra Asamblea Nacional?» Así, tocando el sentimiento antiinmigrante y la vena nacionalista, el Fidesz-KDNP se dedicó a inflamar corazones en torno a una cuestión… inexistente.

Verán, la constitución húngara no permite convocar un referéndum sobre un asunto que se ubica más allá de la competencia del Congreso y ese, precisamente, era un asunto que se deriva de un tratado internacional. Además -lo más enrevesado del caso- por esas fechas, la Unión Europea ya había abandonado la idea de cuotas para el asentamiento de refugiados. Simplemente, era un reférendum que se había quedado sin materia. Pero Orbán siguió adelante, con su pregunta zombie pero útil, en tanto “hito simbólico predeterminado en la campaña de propaganda racista y populista anti Unión Europea”, según la analista de asuntos continentales, Kata Benedek (https://tinyurl.com/au5huxjm).

            Y algo más que ya nos sonará familiar en una cuantas semanas: la participación ciudadana no alcanzó el umbral requerido legalmente (50 por ciento) para tener efectos vinculantes ¿Y que importa? Aún y con esas, el gobierno insistió en que el referéndum era «políticamente válido», “el pueblo se había expresado”.

            De esa suerte, la famosa democracia participativa, presentada tantas veces como superior a la representativa por el populismo en curso, se desdibuja para ser usada como instrumento de propaganda, más que como convocatoria de participación, con reglas que son pisoteadas y que no llaman a una deliberación social genuina sobre temas controversiales, sino sobre banderas convenientes del gobierno en turno.

            De modo que nuestra consulta popular por venir, se inscribe a pleno derecho, como una más en la secuencia utilitaria de lo que verdaderamente importa en este régimen: ganar elecciones, aunque sean ficticias, aunque estén basadas en preguntas inentendibles, aunque sean delirantes, porque permitirán generar la ilusión de “legitimidad ratificada”, subir la intensidad y el tono de la polarización.