Ricardo Becerra
La Crónica
12/07/2015
Sergio Sarmiento, columnista consuetudinario, voz permanente en radio y televisión, ha reprobado al “coro de plañideras”, al montón de “políticamente correctos”, a “los adoctrinados” y “quienes se dejan vencer por la envidia”, a esos, denunciantes profesionales de la desigualdad.
La desigualdad es buena, nos dice. Su crítica tiene como motor la envidia: “El impulso para quitarle al rico lo que tiene, por el simple hecho de que es más de lo que yo poseo, es muy intenso… poco importa si mis necesidades están satisfechas, yo resiento que alguien tenga más que yo”. El problema verdadero, sentencia, es la pobreza, esa si, “es un golpe a la dignidad humana”.
Un modo de pensar situado atrás de la Ilustración (¿recuerdan? esa aspiración de igualdad entre los hombres –y las mujeres-); un vago eco de darwinismo social. No obstante, nuestro representante del conservadurismo compasivo comete un grave error: no comprende que la pobreza es producto de la desigualdad y de los mismos mecanismos que la promueven, especialmente en un país como México. Es decir: pobreza y desigualdad son conceptos diferentes pero sus raíces son las mismas. Veamos.
La primera es la cuna: importa, pesa mucho el apellido y la riqueza previa de los padres.
La segunda es el “efecto Mateo”, es decir, la dotación de todo lo mejor (los mejores hospitales, las mejores escuelas, satisfactores, cultura) le son dados a los que ya de por sí, lo tienen todo.
Tercera: la estructura de la información y de la oportunidad: quien está en la escala más alta, percibe mejor por donde van los tiros y saca ventajas de ello frente al resto.
Cuarta: las limitaciones a la inclusión: las mejores escuelas son impagables, por ejemplo. Un buen curso en el extranjero, también para el 95 por ciento.
La discriminación pura y dura, étnica, racial y de género, es la quinta.
La sexta es la acumulación de bienes o servicios que exige de los demás el pago de un sobrecosto, el abuso del monopolio.
La séptima: la resistencia a una tributación que rompa con muchos de los círculos viciosos descritos más arriba (véase Göran Therborn. La desigualdad mata. Alianza Editorial).
No son los únicos mecanismos “desigualadores” por supuesto. Incluso el rápido crecimiento económico desiguala, pero obviamente no es nuestro caso. Coloco esos siete mecanismos a guisa de ejemplo, solo para demostrar que pobreza y desigualdad emanan de las mismas fuerzas económicas y políticas y son, en realidad, cara y cruz del mismo problema.
Por eso es tan relevante el trabajo del economista Gerardo Esquivel (cuyas cifras, Sarmiento cita sin nombrarlo): en México estas tendencias actúan casi sin límites y por eso, tanto la pobreza como la desigualdad no cesan de crecer, en una espiral endemoniada de concentración del poder económico y político. Pueden verlo aquí: http://www.cambialasreglas.org/
No hay nada nuevo en el hecho de que en México existan individuos con inimaginables fortunas ni que su riqueza coexista con la indescriptible pobreza de muchos. Lo que señala Esquivel, es que las fuentes de riqueza en nuestro país, en los últimos treinta años, no provienen del crecimiento, la invención, la innovación, el progreso técnico, la mejora de servicios. Aquí, las fortunas se amasan ensayando sin cesar formas de controlar al Gobierno, la más vieja y rancia manera de hacerse rico.
A pesar de la retórica del libre mercado y las reformas estructurales, abusar de los consumidores con el apoyo del Estado sigue siendo la regla, empobreciendo a todos los demás y creando brechas sociales de una magnitud extrema, que nos tiene situados como campeones mundiales de la desigualdad y de los salarios más bajos (especialmente los mínimos).
La pobreza no es una ínfima cantidad de bienes; tampoco una relación fallida entre medios y fines; la pobreza es una relación entre personas, es un estatus social, que ha cristalizado entre nosotros –cada vez más- como una odiosa distinción entre clases, responsable de varios de los fracasos sociales y de los horrores del presente, aunque los muy ricos no puedan o no quieran enterarse.
Juzguen ustedes si todo esto es pura envidia.