Ricardo Becerra
La Crónica
10/10/2023
Una de las victorias más asombrosas de la revolución neoconservadora de los últimos 35 años, es que los salarios fueron retirados como tema específico de la política económica. Se nos hizo creer que -como un costal de papas- el precio de los salarios es determinado en una “curva de equilibrio”. La píldora fue tragada con gusto por la derecha (siempre adicta al interés empresarial), pero también por amplios segmentos de las izquierdas, para quienes los programas sociales -no el trabajo ni los salarios-, son el eje de su acción social. Así, se multiplicaron los programas de asistencia, transferencias aquí y allá, pero se abandonó por completo a la política salarial durante casi todo el siglo XXI (y no solo en México).
No obstante, las cosas han empezado a cambiar en la realidad, en la discusión pública y también en la academia, como lo muestra el Premio Nobel de Economía entregado ayer a Claudia Goldin precisamente, por su historia económica de los salarios y remuneraciones de las mujeres en los Estados Unidos (Understanding the gender gap – An Economic History of American Women, 1990).
Su estudio es otro ajuste de cuentas con la economía hasta hoy dominante, pues durante la post guerra la llamada brecha salarial (el hecho de que las mujeres reciban menos paga que los hombres por el mismo trabajo) era explicado… ¡adivinaron! por su menor productividad que a su vez, era justificada a través de tres supuestas causas.
La primera y más primitiva por la diferencia en el vigor físico; la segunda porque los hombres presentan más habilidades y la tercera, por el menor nivel educativo de las mujeres.
Al analizar la estadística de 200 años en Estados Unidos, Claudia Goldin refuta uno por uno esos supuestos, y en cambio encuentra la verdadera causa en el hecho crucial de que las mujeres tienen hijos, familia y de ellas se encargan por completo. Patrones y empresas prefieren a los hombres porque están disponibles para el trabajo casi todo el tiempo y las mujeres no. Con hallazgos estadísticos y empíricos Goldin abrió junto con otras el gran capítulo económico contemporáneo de la economía de los cuidados, la discriminación material de las mujeres porque ellas deben cuidar hijos, enfermos o ancianos en casa.
Lo de Goldin constituye todo un programa de investigación de largo plazo, no un libro, sino casi una decena, cada uno investigación particular, que demuestra que los salarios de las mujeres no son determinados por su “productividad” sino por el contexto en el que ellas trabajan y viven, y que acaba reflejándose en un contrato. Como ellas no están presentes todo el tiempo en el trabajo, han sido peor valoradas por los patrones y esto es lo que Golden, más que ninguna otra, ha estado reclamando: un cambio en la organización y mentalidad empresarial y una estructura material y social que haga que los cuidados también ocurran fuera del hogar, a cargo del Estado para que esa mitad de la humanidad pueda ser, efectivamente igual en la economía.
En su libro Women Working Longer Increased Employment at Older Ages, muestra que esta situación tiene como una de sus soluciones el aumento del salario mínimo precisamente porque los sueldos de ellas son los que más se acercan a la base del pago. Por eso la política del salario mínimo es, además de todo, feminista.
De nuestra parte, la brecha de género en México está bien medida: en 2022 el INEGI exhibe que es de 21 por ciento, esto es, los hombres de entre 18 y 65 años de edad, obtuvieron un ingreso promedio al mes de alrededor de 8 mil 600 pesos, mientras que para las mujeres fue de 6 mil 800. La situación se repite también en las escalas salariales más altas: la proporción de mujeres con ingresos mensuales superiores a los quince mil pesos es de 6.3 por ciento, mientras que la proporción para los hombres es de 9.8 por ciento.
Remuneraciones y salarios vuelven al primer plano de la academia y cabe esperar, de la buena política económica. También y sobre todo por ellas.