Categorías
El debate público

¿Está exagerando José Woldenberg?

Ricardo Becerra

La Crónica

03/08/2021

Nos hemos enterado que en la academia norteamericana de ciencia política se ha abierto una especialidad disciplinar encargada de estudia los casos de “desconstrucción” de las democracias. Hay ya un libro señero que fue publicado este mismo año, por Stephan Haggard y Robert Kaufman y que se titula así “Backsliding” (https://bit.ly/3ilPbHO), o sea, regresión, desmantelamiento, involución, con base en el estudio comparado de 14 países, tal y como lo reseñó muy a tiempo el profesor Sergio González Muñoz (aquí https://bit.ly/37dEd0H).

Del mismo modo que en los años ochenta las “transiciones a la democracia” se convirtieron en todo un capítulo de las ciencias sociales y de la historia política, ahora parece surgir la necesidad de estudiar el péndulo de regreso: cómo nuestras sociedades de la tercera década del siglo XXI, están viendo a sus democracias en retirada y dan paso a gobiernos que, sin resolver ninguno de los problemas fundamentales, en nombre de objetivos etéreos (les dicen populistas) en cambio, se sienten con la autoridad de cancelar o deformar derechos reales, libertades ejercidas, leyes concretas, constitución y procedimientos en acto.

No hablamos de golpes militares, de colapsos o de acontecimientos en los que se puede fechar la caída de una democracia, sino de procesos dilatados en el tiempo, en los que se acumulan decisiones y dentro de los cuales, se encogen libertad, diálogo, pluralismo y democracia.

El ejemplo venezolano es elocuente, pues allí Maduro ha perdido incluso elecciones, pero se mantiene en el poder con férrea voluntad, a pesar de su mastodóntico fracaso económico, cancelando a la oposición y restringiendo autonomía en todos los órdenes de la vida institucional. Cada día, Venezuela retrocede un poco más.

O está el caso de Donald Trump, en Estados Unidos quien fue capaz de saltarse a las dos Cámaras, a la Suprema Corte y a las leyes de su país con tal de declarar emergencia en la seguridad nacional y mantener su pretexto para erigir el muro contra México (su gran promesa populista).

De modo que, en todo el mundo, hay una necesidad intelectual por documentar ese tipo de gobiernos, los procesos autoritarios que desatan y de los que México ya forma parte, clara y desventuradamente.

Entre nosotros, ha sido José Woldenberg el atento recolector, cronista y polemista quien ha documentado esta deriva en dos libros que forman parte de una investigación vital: “En defensa de la democracia” y recientemente, “Contra el autoritarismo”, ambos con el sello de Cal y Arena. Pueden contarse como el relato vívido y discutido de nuestro presente al que ya debemos llamarlo por su nombre: autoritario.

¿Por qué el gobierno de López Obrador califica dentro de esa tipología política? Porque a lo largo de estos 30 meses se han ido acumulando decisiones y sucesos que así lo confirman, sin exagerar un gramo. No hay que imaginarse futuros ni desenlaces, esto es autoritarismo más y más profundo, y Woldenberg se ha dispuesto a documentarlo y a polemizar contra él.

¿Qué tiene de singular este autoritarismo del siglo XXI mexicano? La lectura de conjunto permite ubicar, al menos, once componentes 1) Respeto, más bien la falta de re respeto -intermitente y caprichoso- a la Constitución y a las leyes; 2) centralización de facultades en la presidencia de la república; 3) Intromisión del Ejecutivo en los otros poderes del Estado; 4) sesión de posiciones estatales, absolutamente estratégicas al ejército; 5) aversión por las instituciones autónomas y los contrapesos legles; 6) hostilidad a la prensa independiente del gobierno; 7) indolencia hacia la investigación científica, la evidencia, los datos estrictos obligados por las leyes para actuar a discreción; 8) falta de compromiso con la laicidad; 9) el destartalamiento del debate público y la aversión al diálogo con el pluralismo real; 10) desprecio por el archipiélago organizado de la sociedad civil y por sus agendas y 11) la falta de conocimiento y el franco desdén por la transición democrática mexicana, es decir, por uno de los pocos procesos venturosos que ha admitido la sociedad mexicana moderna.

No es un listado exhaustivo, pero si demostrativo de que ya estamos viviendo bajo la sombra de un gobierno autoritario y que, va siendo hora, hay que llamarlo por su nombre. ¿Exagera José Woldenberg?