Doctor en Ciencias de Política Internacional
Profesor de la UAM (México), es economista y doctor en ciencias de política internacional. Ha publicado 11 libros sobre temas como la teoría económica keynesiana, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la Universidad Pública Mexicana, el neoliberalismo, el desarrollo regional, la política exterior de México y la migración mexicana a Estados Unidos, obteniendo en tres ocasiones el Premio al libro de texto, en esa universidad y una mención honorífica en la versión 2006 del Premio a la Investigación Económica, Maestro Jesús Silva Herzog. Es docente en las licenciaturas de economía, administración, sociología y política y gestión social y en los postgrados de ciencias económicas y el doctorado de ciencias sociales de la propia UAM, obteniendo, en dos ocasiones, el Premio a la docencia, de entre los profesores de la División de Ciencias Sociales de la UAM Xochimilco. Ha publicado numerosos artículos de investigación, capítulos de libros y reseñas bibliográficas en México, Argentina, Brasil, Canadá, Cuba, España, Estados Unidos y Japón. Fue Director General fundador de la revista Planeación y desarrollo y ha sido consultor de Nacional Financiera, de la Organización de Estados Americanos y de la Cancillería Mexicana para la formación de recursos humanos en Evaluación de proyectos de inversión en México, Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Brasil, Chile y Argentina.
Ha sido profesor y conferencista invitado en diversas instituciones de México, Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Chile, Ecuador, El Salvador, Estados Unidos, Guatemala, Japón, Nicaragua y Perú, Es miembro de la Junta de Gobierno del Instituto de Estudios para la Transición Democrática, del Consejo Consultivo de la Fundación Pereyra, de la Comisión Consultiva de la revista Análisis Económico, del Comité designado por el Consejo Interno del Instituto de Investigaciones Económicas (UNAM) de la revista Momento Económico, de número, de la Academia Mexicana de Economía Política y dictaminador de las revistas Investigación económica y Problemas del Desarrollo. Es, desde 1999, miembro del Sistema Nacional de Investigadores (20579). Su libro más reciente es Hacia la economía política de la migración México-Estados Unidos (UAMX, México, 2007).
Las devaluaciones competitivas
Federico Novelo
Correo del Sur, ‘La Jornada Morelos’, 17/10/2010
Poco antes de recibir el Premio Nobel de Literatura, el justamente laureado Mario Vargas Llosa juzgaba al nacionalismo como uno de los más lamentables inventos de la humanidad. En su nombre, se han emprendido algunas de las más impresentables acciones militares, políticas, sociales y, también, económicas; la apología de diversas cualidades domésticas, distintas y superiores a las de los otros, aparece como justificación recurrente e indiscutible de su carácter excluyente, agresivo y ventajoso. Para México, su evocación –al menos en las palabras de Octavio Paz- mostraba más signos de diferencia que de superioridad; en su Laberinto de la Soledad, escribió: “Somos distintos y estamos solos”.
La enorme incertidumbre que han producido los momentos críticos de la economía global, reiteradamente convocaron y convocan a la adopción de mecanismo de nacionalismo económico, bajo el poco edificante principio de sobrevivir empobreciendo al vecino. Durante la Gran Depresión, así lo hicieron Hjalmar Horace Greeley Schacht, en la Alemania de Hitler, Takajashi Korekiyo, en el Japón gobernado por el partido Seiyuu, y Franklin D. Roosevelt, en el arranque del New Deal. El mismo John M. Keynes, no era contrario a esta solución, tal y como lo muestra un pasaje de su notable artículo La autosuficiencia nacional (1933), traducido al alemán en ese mismo año (el del ascenso político de Adolfo Hitler): “Simpatizo, por lo tanto, con aquellos que tenderían a minimizar, antes que con aquellos proclives a maximizar, los lazos económicos entre naciones. Ideas, conocimientos, arte, hospitalidad, viajes… son cosas que por naturaleza deberían ser universales. Sin embargo, que los bienes sean de fabricación casera siempre que sea razonable y convenientemente posible, y –sobre todo que las finanzas sean primeramente nacionales”.
Tras el abandono del patrón oro, de las doradas cadenas, en palabras de Keynes, que establecía tipos de cambio más rígidos que estables, Inglaterra, Japón y los Estados Unidos inmediatamente devaluaron sus monedas (Alemania, sometida a los absurdos imperativos de la Conferencia de Versalles (1918-19), carecía de soberanía monetaria), para mejorar la posición de sus empresas exportadoras y recibiendo duras críticas de Francia que -al lado de Bélgica y Holanda- permaneció por demasiado tiempo sometida a ese orden monetario. Las teorías, viejas y nuevas, de la economía internacional, plantean que una elevación del tipo de cambio (más moneda doméstica por unidad de divisa), tiene todas las ventajas de un arancel a las importaciones y ninguna de sus desventajas, mejorando la competitividad de sus exportaciones.
La proveniente de monedas débiles, es una competitividad de escasa robustez, pero –al fin y al cabo- es competitividad incrementada. En su extraordinario texto, La crisis económica, 1929-1939, Charles Kindleberger muestra algunos ejemplos desafortunados de los excesos en la espiral devaluatoria, que acabaron empobreciendo a sus protagonistas. Y en la discusión teórica reaparece la paradoja conocida como enfermedad holandesa, en la que el ingreso de divisas por los éxitos exportadores en algún sector, presiona para la apreciación monetaria que resultará adversa para el resto del sistema económico, exporte o no. La experiencia de hoy permite observar que aquello que enfermó a los holandeses, parece vitamina de alta calidad (y mejor efecto) para los chinos.
El daño directo, no colateral, de un escenario presidido por las devaluaciones competitivas es, ni más ni menos, una espiral contractiva del comercio mundial; considérese el caso de extremo de Chile que, en 1932, vio reducidos en más del 80 % sus ingresos por exportación (de cobre, ya se sabe). Para el mundo desarrollado, la información que nos ofrece Kindleberger es más que elocuente:
En el año que se ha juzgado el de mayor gravedad de la crisis en curso, 2009, el comercio mundial experimentó una contracción del 9.1 % (respecto al año anterior), sin que se hicieran visibles –en ese momento- formas de nacionalismo económico. La vulnerabilidad de la recuperación, la vida útil de los efectos contra cíclicos de la expansión del gasto público, la atención creciente a la reducción del déficit, mediante recortes presupuestales, los desacuerdos globales sobre regulaciones necesarias y tratamiento de los déficit y los apremios electorales de gran parte de los actuales gobernantes, son circunstancias que han recreado la emergencia del nacionalismo económico, que ahora galopa en las políticas de tipo de cambio y pueden extenderse a medidas fiscales. Lo verdaderamente relevante es que el establecimiento de tipos de cambio flexibles, contrario a los acuerdos originales de Bretton Woods, fue el mecanismo que abrió la puerta al llamado neoliberalismo, en 1974 y, por descontado, a las posibilidades de las devaluaciones competitivas.
Una diferencia notable con el surgimiento del nacionalismo económico de los años treinta del siglo pasado, consiste en que éste fue iniciado por una brutal medida fiscal estadounidense, el arancel Smoot-Hawley (1930), el más alto en la historia económica de aquel país, que encontró merecida respuesta en el cierre de los mercados europeos a los bienes de exportación de los Estados Unidos.
El nacionalismo económico de la Gran Depresión, como la crisis misma, sólo pudo erradicarse con la confección de un orden económico mundial de posguerra, y destacadamente con las atribuciones otorgadas al FMI, a pesar de que el mejor instrumento que se había propuesto para enfrentar las turbulencias monetarias, el bankor de Keynes, no se incluyó en el acuerdo final. Las reformas a los objetivos del fondo, que abren la puerta a los tipos de cambio flexibles, deberán re reformarse para favorecer la pacificación de esta llamada guerra de divisas. Sin tal reforma de la reforma ni el FMI, ni el Banco Mundial, mucho menos el G-20, podrán exorcizar el desagradable rostro del nacionalismo económico, al que no pocos autores responsabilizan del estallido de la II Guerra Mundial.
Con las reacciones hasta ahora vistas, debilidad monetaria china que se ha vuelto contagiosa en buena parte del planeta, los predecibles perdedores netos se encuentran en la eurozona, con rigideces monetarias que debilitan la eficiencia exportadora del más importante valedor del euro, Alemania y, de nueva cuenta, debilitarán la fuerza normativa de la inflación y el déficit permitidos. Un panorama en verdad complejo.
De México lindo y querido es muy poco lo que se puede decir. La convicción gubernamental por convertirle en una variable dependiente de lo que acontezca en los Estados Unidos, con una alta diferenciación de los efectos cuando allá están en crisis (muy notables) y cuando están en auge (débiles, por compartirlos con otros proveedores crecientemente más eficientes), tiende a convertir al país, más temprano que tarde, en una nave al garete mucho menos atractiva que la que Agustín Lara contempló hace muchos años, en Acapulco.
*Profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana (México).