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El debate público

Gobiernos de coalición y…

José Woldenberg

Reforma

13/10/2016

Segunda vuelta.

Leo en Reforma del 10 de octubre que el diputado Manlio Fabio Beltrones «propuso transformar el sistema político mexicano y crear gobiernos compartidos». Sus palabras fueron: «Hay quienes proponen la segunda vuelta y hay quienes proponemos gobiernos de coalición, que incluyan a todos, que el que gana no gane todo, y los que pierdan no pierdan todo…No el ejercicio del poder por uno solo, que por 6 años son legitimados con menos del 40 por ciento de la votación…».

Resulta positiva la expansión de una inquietud que me parece pertinente: ¿Qué hacer dada la fragmentación política que cruza al país? Se trata de una auténtica novedad y en efecto hay pocas -aunque certeras- previsiones en nuestro marco normativo para intentar hacerla productiva. Pero de inicio dos precisiones: segunda vuelta electoral para la elección de cargos ejecutivos y gobiernos de coalición no tienen por qué ser excluyentes, más bien pueden ser complementarios. Y la pretensión de incluir a «todos» no parece sensata ni adecuada, más bien se trataría de construir una mayoría parlamentaria que acompañe la gestión presidencial (o de los gobernadores, en su caso).

¿De dónde y por qué surgen este tipo de preocupaciones? De una realidad política que se transformó radicalmente en las últimas décadas. Hablar de segundas vueltas y coaliciones de gobierno en la época del partido hegemónico no hubiese sido más que una excentricidad. Esos temas empezaron a despuntar cuando una pluralidad viva y equilibrada irrumpió en nuestra vida política. Pero mientras el sistema de partidos fue básicamente de tres (digamos entre 1988 y 2012), la elección de los ejecutivos garantizaba que el ganador por lo menos tuviese el 36 o 37 por ciento de los votos y de manera pragmática, a cada momento, se forjaron coaliciones legislativas para aprobar diferentes iniciativas. El proyecto más ambicioso en ese sentido fue el del Pacto por México, en el cual el gobierno y las oposiciones reconocieron que cada uno por separado carecía de los votos suficientes en el Legislativo como para hacer avanzar sus propuestas.

No obstante, todo parece indicar que en México podemos estar transitando de un pluralismo moderado a un sistema partidista mucho más fragmentado. La escisión en la izquierda (PRD y Morena), la aparición de las candidaturas independientes, y en menor medida el declive en la votación del PRI y el PAN y el fortalecimiento relativo de otros partidos, puede desembocar en una contienda por la Presidencia ya no entre tres, sino entre 5 o más candidatos, y en una representación congresual más dispersa.

La segunda vuelta y los gobiernos de coalición pueden entonces conjugarse de manera virtuosa. La segunda vuelta nos ayudaría a que ningún candidato con más rechazos que apoyos pudiese llegar a ocupar el cargo (imaginen un Presidente con el 27 o 25 por ciento de la votación). Mientras la posibilidad de forjar gobiernos de coalición, que ya existe en el artículo 89 de la Constitución, sería la fórmula adecuada para convertir un eventual gobierno de minoría en uno de mayoría, haciéndolo con las artes tradicionales de la política: la negociación y el acuerdo.

La segunda vuelta es rechazada por algunos porque afirman que con ello se estaría construyendo una Presidencia artificialmente fuerte. Pero no necesariamente debe ser así, si se mantienen las fórmulas actuales de integración de las Cámaras del Congreso o mejor aún si asumimos de una vez -como al parecer lo hará la Constituyente de la Ciudad de México- una fórmula de traducción exacta de votos en escaños. Ese pluralismo equilibrado que habita el Congreso es el mejor contraveneno contra cualquier pretensión de erigir una Presidencia abrumadora. Los gobiernos de coalición son rechazados por otros porque señalan que pueden convertir en rehén del Congreso al Presidente en turno o porque les parecen «contra natura». A ello hay que responder que tal y como se encuentran diseñados en la Constitución son potestativos (no obligatorios) y que solo proceden con el acuerdo de las partes. Y que normalmente se hacen por necesidad. Porque cuando una fuerza política, en singular, tiene la mayoría congresual por supuesto que no necesita de alianza alguna. Pero eso hace mucho que dejó de pasar entre nosotros (Digo yo: en buena hora).