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El debate público

Independientes y partidos

José Woldenberg

Reforma

19/11/2015

La semana pasada fui invitado por el Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República para discutir el tema de las candidaturas independientes. El siguiente es el guión de mi intervención.

1. En 2018 vamos a tener candidatos independientes pero la ley no permite el registro de nuevos partidos. La posibilidad se abrirá hasta el 2019 para poder participar en las elecciones de 2021. ¿Cómo llegamos a ello?

2. (Por supuesto la puerta para el registro de nuevos partidos debería abrirse cada tres años, como sucedía antes).

3. El tema de los candidatos independientes empezó como un asunto de derechos y hoy, bajo cierta retórica, se presenta como una especie de varita mágica, un ensalmo que todo lo curará. Es la receta en boga para darle la vuelta a los «feúchos» partidos.

4. ¿Cómo llegamos a esta situación si sabemos -o deberíamos saber- que no existe democracia sin partidos? Es decir, grandes agregadores de intereses, ordenadores del debate público, referentes ideológicos, enlaces entre el mundo estatal y la sociedad, plataformas de lanzamiento de candidatos y súmenle ustedes.

5. Por el desgaste en el aprecio hacia los partidos, porque se encuentran en el último lugar de la estima de unas instituciones públicas de por sí cuestionadas, y por una valoración más que positiva, ilusionada, de los candidatos independientes.

6. Y ¿por qué la muy mala evaluación de los partidos? ¿Por qué si ellos fueron el ariete -y también los usufructuarios- del proceso de transición democrática? Gracias a sus esfuerzos, conflictos y pactos -por supuesto acompañados- que condujeron a reformas normativas e institucionales, tenemos hoy elecciones competidas, un mundo de la representación política plural, una Presidencia acotada, un Congreso que es el hábitat de la diversidad y en el que ninguna fuerza política tiene mayoría, ampliaron el ejercicio de las libertades, e incluso, generaron las condiciones para que la Corte sea hoy un eslabón fundamental del circuito político.

7. Hay que tratar de ubicar las fuentes del malestar con los partidos (y los congresos y los políticos y los gobiernos) si es que deseamos fortalecer y no erosionar a nuestra incipiente democracia.

8. Y además del propio comportamiento de políticos y partidos, avanzo algunas posibles fuentes de ese fastidio: a) la difícil asimilación de las virtudes del pluralismo y la añoranza de un inexistente pueblo unido («los partidos dividen», «no se ponen de acuerdo», «solo ven por sus intereses», es la retahíla que se reproduce sin demasiada conciencia de lo que se dice), b) lo tortuosa y lenta que resulta la política democrática (la necesidad de negociar y pactar); pero sobre todo, c) el estancamiento económico, d) las desigualdades sociales que impiden una mínima cohesión social, e) los fenómenos de corrupción y la impunidad que los acompaña y f) la espiral de violencia.

9. Pero también la retórica antipolítica. Ese discurso que convierte a los ciudadanos en la fuente de todas las virtudes y a los políticos en el manantial de todos los males. Un discurso elemental, maniqueo, simplificador, pero sobre todo falaz.

10. Por ello, no debe extrañar la irrupción de los candidatos independientes. Si los partidos son el «perro del mal» y los independientes entidades adánicas, el ambiente anímico-cultural está construido.

11. Bienvenidos los candidatos independientes. Ello sirve para abrir más puertas a la incorporación de ciudadanos a la política y sin duda generarán un contexto de exigencia a los partidos. Se acabó el monopolio en la postulación de candidatos.

12. Pero en el momento en que esos ciudadanos aparecen en la boleta electoral (y aun antes) se convierten en políticos, y cuando integran una organización que los apoye, forman un partido. No importa cómo lo denominen. Porque los partidos son inescapables ahí donde existen elecciones y cuerpos colegiados legislativos.

13. La democracia tiene por lo menos dos caras: una expresiva y otra ordenadora. En la primera aparecen las distintas configuraciones político-ideológicas entre las que hay que decidir; la segunda tiene que permitir que esa diversidad sea gobernable. Los independientes ayudan, sin duda, a la expresión de la pluralidad, encarnan opciones distintas y ello reforzará el abanico de posibilidades para el elector; pero tenemos que pensar también en la otra cara: la de la gobernabilidad, la que permite forjar mayorías en el circuito de la representación, y en esa dimensión los partidos han resultado hasta ahora indispensables.