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El debate público

Instituciones que presentan cuentos chinos

Ricardo Becerra

La Crónica

13/03/2016

Resulta que la Comisión Nacional de Salarios Mínimos (CONASAMI) hizo algo fuera de su ciclo: organizó un seminario para evaluar si puede o no, si ha llegado la hora o no, de incrementar eso, que es el objeto constitucional de su trabajo: el salario mínimo.
Banco de México fue el invitado de honor con dos ponencias, pero también el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial, CIDE, COLMEX, ITAM, UAM, UNAM, el Centro de Estudios del Sector Privado y la Organización Internacional del Trabajo.
Dos años después de iniciado el debate nacional sobre el asunto, por fin, Conasami y la Secretaría Federal del Trabajo, arriesgan documentos (bueno, power point) por escrito, un esfuerzo público para argumentar visiones y preocupaciones, así sea por interpósitas instituciones. Y aunque la transparencia no es su fuerte (las ponencias no están disponibles aún) anoto aquí mis primeras impresiones.
Uno: la confusión conceptual persiste, incluso en los cerebros de los más altos funcionarios, y por eso, perdonen la reiteración: el salario mínimo es un precio fuera del mercado. Siempre y en todas partes, se decreta -en Uruguay, Inglaterra, E.U., Alemania etcétera- un organismo o un colegiado lo dicta, fuera de la empresa. Por eso no le es aplicable los modelos típicos de la microeconomía. El salario mínimo es el nivel calculado para evitar los abusos “monopsónicos” de cualquier empresario (chico, mediano o grande) es decir, el abuso que le da su poder de contratación y de despido ante los trabajadores más vulnerables. Hay que repetirlo: el salario mínimo es un precio moral.
Dos: desactualización intelectual y esto ya es incomprensible en el caso de Banxico. Sus ponentes no reflejaron nada de los cambios importantes, sobradamente respaldados por pruebas, que han ocurrido en los últimos veinte años a propósito de la determinación de los salarios. Antes, muchos economistas pensaban en el mercado laboral como un mercado equivalente al resto de mercados, donde los sueldos están determinados por la oferta y la demanda. De tal suerte que, si los salarios de muchos trabajadores se habrían reducido, debía ser porqué la demanda de sus servicios se está reduciendo. Y no hay mucho que las políticas puedan hacer para modificar las cosas, salvo ayudar a los trabajadores pobres mediante subsidios o deducciones de impuestos. Las ideas y las voces antiguas rebotaron en el escenario: “la cualificación y la consiguiente productividad” son la causa principal del estancamiento salarial.
Pero resulta que esa visión ha caído por tierra por una investigación intelectual debida a una serie de estudios notables sobre lo que sucede cuando se modifica el salario mínimo.
Hace más de 20 años, dos economistas David Card y Alan Krueger cayeron en cuenta de que la elevación del salario mínimo –significativo y moderado, incluso sostenido en el tiempo- ayuda a la economía. ¿Cómo ocurre esto? Bueno, porque el mercado laboral no es un mercado de costales: los trabajadores son personas y cuando se les paga más, tienen la moral más alta, cambian menos de trabajo y son más productivas. Estos beneficios compensan en gran medida el efecto directo del aumento del coste de la mano de obra, así que elevar el mínimo no tiene por qué reducir la cantidad de puestos de trabajo.
Después Arindrajit Dube, William Lester y Michael Reich (2010) generalizaron el estudio: entre 1990 y 2006 y en mil 380 ciudades de E.U., y la evidencia es la misma. Y luego, con computadoras poderosas e instrumentos estadísticos mucho más sofisticados (metaestudios, estudios sobre cientos de estudios en todo el mundo) aparece la misma conclusión: incrementar el salario mínimo significativamente reduce la desigualdad, aumenta los ingresos de la parte baja de la escala y no tiene efectos sobre el empleo (Doucouliagos y Stanley, 2009; Belman y Wolfson, 2014).
Tres. Vinieron las ponencias de la OIT, CEESP, CONEVAL e incluso del Banco Mundial: todas admitían -tímidamente- que hay margen y necesidad para incrementar los mínimos en México. Ya sea porque son ridículamente bajos, porqué no tienen efecto relevante en la utilidad de las empresas o porque la productividad adquirida en décadas no está reflejada y el mínimo puede aumentar sin problemas.
Pero la postura oficialista no se movió: incluso hubo quienes sugirieron controlar precios de la canasta básica, antes que aumentar los ingresos de los trabajadores (si los pobres no llegan a la línea de bienestar, entonces achaparrar la línea de bienestar).
Todo un síntoma: el rezago y el aislamiento intelectual de quienes se niegan a decretar un alza de los salarios mínimos es evidente, incluso en un escenario controlado por STPS y la CONASAMI.
Al menos en el mundo de las ideas, las condiciones están dadas para una gran corrección salarial en México, aunque la institución portadora del gran veto (Banxico) se arriesgue a presentar “estudios” y regresiones como cuentos chinos. Su derrota es ya cuestión de tempo.