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El debate público

¿Izquierda? ¿Cuál?

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

06/03/2017

Lamentarse hoy por la división de las izquierdas es un ejercicio analíticamente tardío, políticamente tautológico y conceptualmente debatible.

Los partidos y grupos a los que se da esa denominación llevan años escindidos. Las recientes deserciones confirman que ninguna candidatura común podría satisfacer los intereses de los dirigentes de tales organizaciones. Andrés Manuel López Obrador es dueño de un partido que no tiene necesidad de buscar otro candidato presidencial. Si batalló durante años para construir Morena, con una perseverancia solamente equiparable a su autoritarismo, fue para no compartir decisiones con nadie. Si hay quien lo conoce son los dirigentes del PRD que, por eso mismo, no estarán dispuestos a acompañarlo en su nueva aventura electoral.

No hay una sola tradición y por eso no existe un solo perfil de izquierdas. Vertientes ideológicas, tradiciones y, sobre todo, estrategias diferentes acerca de la manera de llegar al poder y ejercerlo segmentan experiencias y aspiraciones. Lo que conocemos como izquierdas ha devenido en un crisol donde caben ambiciones de toda índole, tránsfugas de todas las formaciones partidarias y, sobre todo, una constante, elocuente y bochornosa indefinición política.

Por comodidad y costumbre, pero también con ausencia de rigor, se ha considerado de izquierda a casi cualquier grupo o personaje que está contra el PRI y no se encuentra en el PAN. El esquema triangular de un sistema político que ya quedó atrás sigue propiciando que el espacio considerado como de izquierdas sea una suerte de desván donde caben todos los que no encajan en los otros dos polos.

El PRD abreva parcialmente en una tradición de izquierda. Hace casi tres décadas se benefició del registro y los activos del Partido Mexicano Socialista, que a su vez fue fundado por antiguos comunistas, socialistas y dirigentes de movimientos contestatarios. Allí prevalecieron la cultura política y los líderes que venían del viejo PRI. Las costumbres y las maneras de ver al país que aquellos dirigentes incorporaron a la izquierda, así amalgamada con sus antiguos adversarios, fue definitoria.

El PRD conserva principios de izquierda, sobre todo la reivindicación de los derechos humanos y de las personas. Pero la decisión para contemporizar con posiciones que han creído políticamente más redituables, la permanencia en su interior de grupos clientelares y populistas y la ausencia de convicciones ideológicas capaces de cohesionarlo lo llevaron a ser una federación de grupúsculos y no un auténtico partido político.

Aunque algunos de sus dirigentes entendieron esa necesidad, el PRD no pudo ser un partido de corte social demócrata, comprometido con reformas capaces de poner las instituciones al servicio del interés público, al mismo tiempo que involucrado en la defensa de derechos sociales. Democracia y derechos humanos son los dos ejes que hoy, en el mundo, pueden reanimar a las izquierdas. Pero entrampado en disputas cicateras, o comprometido con aliados del viejo régimen político, el PRD ha quedado reducido a un frente predispuesto al desánimo. Sin embargo, de ninguna manera está cancelado como opción política.

Además de gobernadores, legisladores y recursos institucionales, el PRD tiene una estructura nacional con la que no cuenta ningún otro de los partidos considerados como de izquierda. No dispone, en cambio, de un cuerpo de ideas capaces de reivindicar reformas democráticas y derechos. Sobre todo, en sus filas no hay el convencimiento que hace falta para que tales principios sean eficaces.

López Obrador nunca ha sido de izquierda. Por cierto, tampoco se ha ufanado de serlo. Se acomodó a la etiquetación facilona que se le asignó desde los comentarios periodísticos pero no dispone de cultura, práctica ni convicciones de izquierda.

La democracia, que hoy por hoy es piedra angular del pensamiento de izquierdas, para López O. es simple coartada retórica, pero cuando se trata de cumplir con ella se vuelve un estorbo. Así lo constatamos cuando gobernó la Ciudad de México y así se ratifica a diario en el manejo discrecional que hace del partido del que es propietario.

Derechos de las personas como el aborto, la eutanasia o el matrimonio entre individuos del mismo sexo están ausentes en el discurso de López O. Aunque en Morena hay militantes que comparten algunos de ellos, tales derechos son soslayados por ese partido. En asuntos económicos, las propuestas de López O. también son conservadoras y se encuentran más cerca del ideario neoliberal que de las izquierdas. Por ejemplo, jamás propone aumentar las cargas fiscales para que las personas y las empresas que obtienen más ganancias paguen más impuestos. Ese instrumento básico de la redistribución del ingreso y para consolidar un Estado con auténticas capacidades para orientar la economía es eludido por López O. y Morena.

La de López Obrador es una propuesta populista y providencialista. El cambio político, bajo su conducción, dependería de la buena fe y la honestidad personal y no de reformas ni del reforzamiento de cauces para que los ciudadanos fiscalicen los asuntos públicos. Su programa se difumina cada vez más, conforme establece alianzas con personajes y grupos de las élites económicas y políticas.

El afán de López O. para contemporizar con todo aquel que le pueda redituar simpatías electorales lo aleja incluso de principios con los que alguna vez dijo estar comprometido. Nunca se dijo de izquierda, pero sí quiso arroparse en el ideario de la reforma liberal. Ahora, sin embargo, se allana a rituales religiosos que contradicen el más elemental laicismo.

El video donde el dirigente de Morena aparece en actitud humilde y disciplinada mientras un grupo de personas reza para que el espíritu santo le dé fuerza para ganar la elección presidencial es muy significativo de los principios políticos de López —o, acaso, de la ausencia de ellos—. Mientras cuatro religiosos de alguna doctrina cristiana lo sacuden y le dan palmadas en el pecho al decir “declaramos que el reino de la justicia es establecido a través de Andrés Manuel López Obrador”, el inminente candidato presidencial se deja hacer, permanece silencioso y dócil y al final los abraza para agradecerles el ritual.

Cualquier ciudadano tiene derecho a profesar el credo que quiera. Pero cuando a la religión se le mezcla con la política, el resultado nunca es provechoso para la cultura cívica ni para la democracia. El laicismo, que se sustenta en el respeto a las creencias, requiere a su vez del respeto de los creyentes para que no traten de imponer sus convicciones religiosas. Por eso resulta indispensable que el proselitismo y las acciones políticas se desempeñen al margen de rituales o símbolos religiosos.

Muchos defensores de López O. minimizan la importancia de esas expresiones religiosas. Pero si la liturgia de la jaculatoria y los golpes de pecho la hubiera protagonizado un personaje de otro partido, los adláteres de Morena se desgranarían en invectivas. Esa doble moral la comparten con López Obrador. Después de escenas como ésa, cuando el dirigente de Morena se diga juarista será evidente que no dice la verdad o no conoce la obra reformadora de Juárez.

Quien sí conoce a López O. es el senador Miguel Barbosa. Es sencillo encontrar declaraciones como la que hizo el 9 de junio de 2015: “Nadie le va a rogar a Andrés Manuel… Con el liderazgo dogmático de Morena, que no representa la visión del pensamiento moderno y progresista, no podemos ir ni a la esquina”.

Menos de 21 meses más tarde, Barbosa acentúa las fracturas del PRD y se olvida de aquellas diferencias cuando exhorta para que ese partido respalde la candidatura presidencial de López O. Esa actitud manifiesta la urgencia de quienes se desviven para subirse al tren conducido por un hasta ahora exitoso López Obrador.

Las encuestas indican que, si la elección presidencial fuera hoy, ganaría el dirigente de Morena. En enero pasado ese partido, según Reforma, tenía el 27% de preferencias, el PAN 24% PRI 17% y PRD 10%. Por su parte, Consulta Mitofsky encontró en febrero que, si esos hubieran sido los candidatos, López Obrador habría recibido una votación del 26%, Margarita Zavala 24%, Miguel Ángel Osorio 15% y Miguel Ángel Mancera 7%.

Pero la elección presidencial será dentro de 15 meses.

Hace dos sexenios, el 7 de marzo de 2005, Reforma indicaba que los posibles candidatos presidenciales para la elección del año siguiente tenían las siguientes preferencias de voto: López Obrador 38%, Roberto Madrazo del PRI 27% y Santiago Creel (que a la postre no fue candidato del PAN) 26%. Otras encuestas ofrecían resultados similares.

Hace doce años López Obrador tenía una preferencia electoral del 38% y perdió. Ahora tiene el 26% de los votos sin que haya campañas de otros aspirantes. Por supuesto las condiciones son otras, especialmente porque el Presidente de la República padece una desaprobación ciudadana del 86% que pone en aprietos muy serios al PRI y a quienes compitan junto con ese desprestigiado partido.

En tal escenario, el 10% de adhesiones ciudadanas que mantiene el PRD no es desdeñable. Ese partido, igual que otros grupos que intentan crear opciones electorales, podría apostar a las ideas y eventualmente a la izquierda. Pero es difícil. La visión corta y las codicias anchas dominan las decisiones en ése, como en todos los partidos. Ni siquiera el rezo de los santeros que abogan por López Obrador parece capaz de redimir al PRD.