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Keynesianismo por todas partes

Fuente : La Crónica

Al profesor F. Novelo, keynesiano testarudo. ¿Es usted un ortodoxo neoliberal? ¿Un pragmático del mercado abierto? ¿Nacionalista trasnochado? ¿Socialdemócrata, quizás? Olvídese de la discusión, de la doctrina, de las diferencias. Sea cual sea su escuela o su diagnóstico, la realidad ha plantado una verdad inmensa que está fuera de debate: la intervención del Estado es imperiosa, profunda, masiva, para atajar la crisis y evadir la tenebrosa depresión universal. No tenga dudas ni remordimientos ideológicos: si esta generación no va a vivir una calamidad como la de los años 30 del siglo pasado, es porque decidió lanzar la más grande intervención del Estado que el mundo ha conocido. ¿Exagero? Bueno, asómese al Financial Times: es harto probable que las principales medidas (no serán concertadas ni serán mundiales, sino estrictamente nacionales), que la suma de intervenciones país a país, alcanzará la inconcebible suma de 12 billones (en español) de dólares en un año (16/nov/08), casi una onceava parte del PIB mundial. Hace una semana, en EU los presidentes de las principales economías del planeta tuvieron que reconocer a regañadientes del anfitrión esa realidad, en una declaración apenas enfática con la que cerraron la Cumbre del G-20.

Dicen, que el mundo necesita “una respuesta más amplia de las autoridades basada en una mayor cooperación macroeconómica para restaurar el crecimiento, evitar contagios negativos y apoyar a las economías de los mercados emergentes… tomaremos cualquier acción adicional necesaria para estabilizar el sistema financiero… usaremos medidas fiscales para estimular la demanda interna con efecto rápido… saludamos el nuevo mecanismo de liquidez a corto plazo y urgimos la revisión de sus instrumentos para asegurar la flexibilidad del gasto… saludamos la reciente introducción de nuevos tipos de financiación de infraestructuras… nos aseguraremos de que todos los bancos multilaterales de desarrollo tengan los recursos suficientes para continuar desempeñando su papel en la resolución de la crisis”. Mientras eso ocurría, el electo Barack Obama vía YouTube no cesaba de repetir que actuará con gasto público, subiendo el impuesto a los ricos y estimulando el consumo de las clases medias y los pobres. Algo más: considera el pleno empleo como una prioridad indiscutible y se compromete a salvar dos millones y medio de empleos. Es mucho el billón de dólares que inyectarán los EU, solo para enfrentar al agujero negro de las subprimes, pero en China se cuecen habas similares.

Poco antes de la Cumbre G-20, el gobierno de Hu Jintao anunció un paquete de reactivación económica por 644 mil millones de dólares, el 7% de su PIB. ¿Para qué? para reactivar la demanda, facilitar la adquisición de créditos, relajando al mismo tiempo su política monetaria. Sin circunloquios, los chinos apuestan a “superar la crisis económica mundial mediante el estímulo de su consumo interno, al empleo, si es necesario, destapando hoyos para volverlos a tapar”. Y mientras lo oían, JP Morgan y Morgan Stanley, otrora prototípicas inversoras neoliberales, asentían y aplaudían como morsas. Aunque Rusia ha visto menguar sus reservas monetarias (32 mil millones de dólares en menos de dos meses) el señor Putin enumeró el viernes pasado una nueva lista de medidas urgentes: facilidades fiscales, programas de apoyo a las pequeñas y medianas empresas y compra de 400 mil viviendas por parte del Estado, además de nuevas inyecciones de liquidez al sistema bancario. Las medidas de estabilización crediticia alcanzan 182 mil millones de dólares, y se prepara “un nuevo paquete aún mayor, para reanimar el consumo interno”.O sea: muchos de los mismos que presumían haber cerrado con siete llaves el sepulcro de Keynes, ahora, asustados, toman en serio sus lecciones y redescubren el encanto de los estímulos a la demanda (la receta keynesiana por excelencia, aunque no la única ni la más inteligente de su batería teórica).

Otra verdad keynesiana (la sabe Obama) es que los estímulos a la demanda que resultan más eficaces son los que se dirigen a los sectores sociales más pobres, algo que choca con la ortodoxia económica santificada por todas partes (y también entre nosotros). Son los pobres, explicó Keynes, los que con más seguridad trasladarán cualquier peso que posean en decisiones de gasto susceptibles de estimular la economía, invocando, centavo tras centavo, los efectos multiplicadores que sacan a la economía del marasmo. ¿Y México? Atrás del pelotón, tratando de seguir al mundo (por fortuna). El gobierno espera invertir el año próximo 595 mil millones de pesos, cifra del todo insuficiente pero histórica, que supera en casi 40% la aplicada este año. Con esos millones, ejecutados y bien invertidos, la economía podría crecer, dicen, hasta un punto más de lo que marca la inercia recesiva. Y es que el sector privado mexicano, que fue engatusado por años en el juego de la economía de casino, dejará de invertir el 6 por ciento del PIB y pasará a casi cero en 2009. Mientras tanto, gracias a cambios recientes en una ley estúpida (la de “responsabilidad hacendaria”) se aprobó un déficit ¡aleluya! para enfrentar desde México la crisis mundial, por modestos 253 mil millones de pesos (20 mil millones de dólares).

Demasiado poco para el tamaño del problema, pero algo es algo si se trata de abandonar la chifladura del “equilibrio pase lo que pase” que tanto enorgulleció a Fox y Gil Díaz. Compre un periódico o mire la prensa por internet, de cualquier tendencia y de cualquier país. La dureza de la crisis cancela cualquier otra opción que no sea una masiva intervención de los estados para sacarnos de esta. Hay una atmósfera de presagios, anuncios, conjeturas pesimistas por todas partes. La crisis es así de seria y en esas condiciones, ningún agente con poder de decisión real ni los gobiernos, ni Slim, ni Gates, ni Soros, ni Botín recurren a los gurús de las modernísimas escuelas de economía. Los cantos líricos acerca de la libertad de mercado entonados por Friedman y su coro, no sólo tienen responsabilidad muy concreta en este desastre sino que además, sus fórmulas sirven casi nada para enfrentar la turbulencia. ¿Política monetaria? Imposible, desde septiembre fue engullida por la “trampa de liquidez” (otro artefacto keynesiano): todo el dinero que los Bancos Centrales proponen al mercado, no se usa para reanimar la inversión: por puro miedo, la banca lo acapara. Y tampoco es momento para “centrarse en la inflación” (como señala otra disposición estúpida, residente en el artículo 28 de nuestra Constitución), sino de echar mano de una política fiscal expansionista, bien pensada, efectiva y sostenida (criatura rara que no se ha visto en México a lo largo de dos décadas, así nos va).

No hay economista importante que no lo diga: Paul Samuelson, Krugman, Stiglitz, Engle, Sen, Roubini, etcétera. De repente, en menos de doce meses, y luego de 25 años de hegemonía neoliberal, lo mismo Estados Unidos, Europa, China, Rusia, Brasil y casi cualquier país que quiera sobrevivir, desempolva sus libros, invoca al viejo doctor, al héroe intervencionista, John Maynard Keynes para que desde su tumba, vuelva a sacar al capitalismo de su delirio descontrolado y lo vuelva a canalizar, moderándolo y regulándolo, salvándolo de su innata propensión a la autodestrucción. Hasta que las medidas masivas y radicales lleguen, sigue en marcha el círculo vicioso de “desapalancamiento”, caída de los precios de los activos (vbg. Citygroup) y demandas de cobertura suplementaria, o sea, el perfecto caldo de cultivo para el fracaso sistémico. A parte de las iniciativas financieras (otra ronda de recortes globales a las tasas de interés; garantía general temporal para todos los depósitos, haciendo la distinción entre instituciones financieras que es necesario cerrar; entrega ilimitada de liquidez a los bancos solventes, etcétera), es preciso recurrir a la expansión de la policía fiscal: estímulos directos, obras públicas, gasto en infraestructura, programas masivos de empleo, instaurar por ejemplo, el seguro de desempleo donde no lo hay, etcétera). Los mexicanos llevamos demasiados años metidos en el túnel del estancamiento como para no aprovechar la crisis y animarse a cambiar. Si se hace menos, corremos el riesgo de una debacle financiera, un desplome en el mercado y una depresión mundial. Keynes ya lo sabía.

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