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La crisis sigue ahí

Fuente: La Crónica

Ciro Murayama

Tras haber comprobado que la estrategia mediática de difusión de la guerra contra el narco no permite siquiera ganar batallas electorales, el gobierno finalmente habrá de ocuparse de manera primordial de la crisis económica que no pudo conjurar a golpe de discursos optimistas ni de ataques verbales contra todo aquel que se negó a tapar el sol con un dedo. Pero la tarea no será sólo del Poder Ejecutivo, sino de manera relevante del Poder Legislativo y en especial de la Cámara de Diputados, que aprobará el presupuesto federal para 2010. La crisis económica no estuvo en el centro de los diagnósticos ni de las propuestas de campaña de los partidos, que redujeron la preocupación central de las familias mexicanas a meros eslogans publicitarios, pero la hora de hacerse cargo de la debacle de la economía no podrá postergarse por más tiempo.

De nada servirá repetir que la crisis vino de afuera o insistir en que lo relevante es la estabilidad macroeconómica nominal mientras se destruye empleo a pasos acelerados y se está al borde del precipicio en la caída de ingresos y gastos públicos. Si bien es cierto que la crisis es global, México es el país con peor desempeño. Las previsiones de una contracción del ocho por ciento del PIB en este 2009, que hicieron instituciones como el FMI o la OCDE, superan las estimaciones más negativas para el resto de países del orbe. Éramos la economía que avanzaba con menor dinamismo, y ahora la que tiene el frenazo más brusco. De ahí que sea obligado reconocer que existen fallos domésticos que deben ser revisados si tenemos alguna aspiración de corregir el rumbo y no sólo de dejar que nos lleve el tsunami de destrucción de capacidad productiva, puestos de trabajo y bienestar.

La dependencia del sector externo tras haber apostado a un crecimiento basado en las exportaciones en combinación con la desarticulación del mercado interno consecuencia en buena medida del abandono de las políticas de fomento explican la doble debilidad de la economía mexicana en esta crisis. A ello hay que sumar la existencia de una banca incapaz de canalizar recursos a las actividades productivas, sino que se dedica a la ganancia fácil del crédito al consumo con unas comisiones sin parangón en el mundo, así como la fragilidad fiscal del Estado mexicano, que hace que su capacidad de intervención en la dinámica económica, a través del gasto y la inversión del sector público, sea tenue y muy por debajo de las exigencias que impone la realidad económica actual.

Quizá una de las explicaciones de por qué la crisis no estuvo en el centro de las campañas ni está aún en el primer lugar de la agenda de discusión y deliberación es porque no ha afectado todavía con toda su crudeza a las clases medias altas asalariadas que configuran los núcleos dirigentes de los partidos y en donde se ubica la opinión publicada. A diferencia de las crisis de 1982 o de 1994-95, donde la inflación hizo que rápidamente se resintiera la erosión del ingreso real, en esta crisis los precios internos están bajo control. Así, quien conserva su empleo y nómina no se ha visto afectado por la contracción de la economía. Otro es el escenario para los empresarios, pequeños, medianos y grandes, cuyas ventas han ido en declive acelerado desde octubre de 2008. Y no se diga para los más de 600 mil individuos que hace un año gozaban de empleo formal y que ahora se suman al mayor ejército de desempleados formales de la historia de México.

Conviene recordar que la clase media en México es tal en buena medida por el gasto público, que genera empleos directos formales en la burocracia de los tres niveles de gobierno, así como múltiples ocupaciones indirectas e ingresos a través de contratos con el sector privado. Si México está ante un recorte significativo al gasto público, derivado de la caída en los ingresos petroleros y en todos los rubros de la recaudación, entonces 2010 será un año de destrucción de clase media y, por supuesto, de la expansión de las cifras absolutas y relativas de la pobreza.

¿Qué hacer? El Presidente ha insistido en la “estabilidad” de la economía, esto es, en evitar el déficit público y el aumento de la deuda preocupación fatua si se toma en cuenta el costo de dejar que la crisis avance con su inercia sobre el tejido productivo y social de México, lo cual necesariamente se traducirá en un proyecto de presupuesto procíclico esto es, que va a favor del ciclo, que profundice la crisis. ¿Y las oposiciones que son mayoría en la Cámara? El PRI difícilmente se sumará al recorte sin más, pues eso desfondaría la capacidad de acción de sus gobernadores, que son la cara pública del partido y de cuya gestión depende en buena medida su vuelta al poder en 2012. Sin embargo, de lo anterior no puede desprenderse que se aprobará una estrategia de inversión pública y gasto que tenga como fin la reactivación de la economía, sino que puede imponerse la lógica cortoplacista de la confederación de mandatarios locales que hoy en día es el tricolor. La izquierda, o las izquierdas, tienen más diferencias internas y rencillas que propuestas propiamente progresistas para hacer frente a la recesión recuperar los ingresos del sector público gravando a quienes más tienen, asegurar que el ahorro forzoso de los trabajadores se use en actividades productivas en el país, priorizar la inversión en infraestructura y no el mero gasto corriente, etcétera.

En suma, la hora de hacerse cargo de la crisis ha llegado. Eso, aunque la crisis no se vea en televisión, porque a pesar de los recortes a los presupuestos, desde el sector público se sigue gastando en los medios como si viviésemos en jauja. Peculiar manera de construir una realidad virtual sin crisis.

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