Othón Salazar es uno de esos, poquísimos personajes epifánicos, que representan, retrotraen la memoria o evocan casi completamente al “espíritu de una época”. Murió en diciembre de 2008, y el IETD quiere hacerle un modesto homenaje con los textos de nuestros compañeros que le conocieron bien: Julia Carabias, Adolfo Sánchez Rebolledo y Raúl Trejo Delarbre. Pero antes de ir a ellos y a su íntima sustancia, proponemos a nuestro visitante internauta, escuchar a Jorge Semprún, otro comunista –este debidamente curado- sobreviviente de esos años, crítico, pensador y escritor de nuestros días, que hace un lustro pensaba, hablaba, de lo que sería el mundo y el siglo XX, sin los hombres que fueron como nuestro Othón Salazar.
El siglo XX no se puede entender sin la generosidad de los comunistas.
El País. 04/09/2003
En los próximos días se publica la primera novela que Jorge Semprún ha escrito en español. Veinte años y un día se sumerge inicialmente en un episodio trágico de la Guerra Civil, pero luego propone diferentes historias que reconstruyen la España de los cincuenta, con las maniobras de los agentes represivos y las batallas de cuantos luchaban contra la dictadura. Es también una novela cargada de erotismo y habitada por toda una galería de complejos y apasionantes personajes.
El 18 de julio de 1936, el hermano menor -y el más liberal- de los Avendaño fue asesinado en su finca de un pequeño pueblo, Quismondo, de Toledo. Se lo llevó por delante una turba de campesinos soliviantados por la fiebre revolucionaria que acababa de desencadenar el alzamiento contra la República.
Una vieja historia trágica de la Guerra Civil, que la familia Avendaño reprodujo ritualmente en fecha tan señalada después del triunfo de Franco -de nuevo los campesinos del lugar asesinando, teatralmente, a uno de los dueños de la finca- para recordar que los vencidos, además de vencidos, fueron unos asesinos.
Con esa historia, con la visita de un hispanista a la finca para asistir a la ceremonia ritual del crimen en 1956, empieza Veinte años y un día, la última novela de Jorge Semprún (Madrid, 1923), que llega en los próximos días a las librerías publicada por Tusquets y que aparecerá, en octubre, en Círculo de Lectores.
Se trata de la primera de las novelas que Semprún escribe directamente en español. Está en ella el telón de fondo de la Guerra Civil, con el recuerdo del crimen y el intento fallido de una nueva ceremonia ritual (en esa ocasión, en 1956, los campesinos se niegan a representarla), pero también está la España de los años cincuenta, aquélla en la que Federico Sánchez, álter ego del propio Semprún, desarrolla su trabajo como agente comunista, y están los que fueron haciendo la batalla minúscula de socavar una dictadura.
Están también los dramas familiares, la fascinante presencia de Mercedes Pombo (la viuda del Avendaño asesinado), hay amor y erotismo y los rebuscados caminos que siguen las pasiones. Lo gobierna todo esa escritura de Semprún, atenta a los detalles, que se escapa del primer plano para organizar los hilos de las historias desde la transparencia del que tiene algo que contar, y lo cuenta.
Semprún tiene mucho de donde tirar porque su vida es una vida que son muchas vidas. Estuvo en la Resistencia contra la ocupación alemana y fue enviado al campo de concentración de Buchenwald. Estuvo en el Partido Comunista y desarrolló entonces su actividad clandestina en España contra la dictadura. En 1964, fue expulsado del Comité Central de aquella organización. Más adelante, fue ministro de Cultura entre 1988 y 1991 cuando gobernaban los socialistas. No ha dejado de escribir: guiones, novelas, textos autobiográficos…
Ahora ha vuelto sobre una época de su larga trayectoria. Y lo ha hecho desde la ficción, con una novela que incorpora muchos personajes reales: Hemingway, Domingo Dominguín, Javier Pradera, Enrique Múgica, Rafael Sánchez Ferlosio, Juan Benet y otros muchos.
Pregunta. ¿Dónde empieza en realidad esta historia?
Respuesta. En una cena con Domingo Dominguín y Hemingway, en la que me cuentan aquella ceremonia. Lo que me impresionó no es el crimen, que por aquella época hubo muchos, sino su representación ritual un año tras otro.
P. Así que la lleva muchos años encima. ¿Desde cuándo?
R. Aquella reunión tuvo lugar alrededor del 53, pero la idea de contarla se impuso después, hacia 1959. En otra cena, en la que estaba Juan Benet, que todavía no había publicado nada pero que ya tenía el prestigio de ser un escritor. Fue él el que comentó que la anécdota era el embrión de una novela. «Es puro Faulkner», dijo. Y me di cuenta de que alguna vez la iba a contar.
P. En la novela está la Guerra Civil, pero luego se va deslizando la España de los años cincuenta, con la actividad clandestina de Federico Sánchez y la capacidad represora del régimen…
R. Mi vida durante aquellos años no fue la vida normal de cualquier ciudadano, fue la vida clandestina de un comunista. No trataba con gente corriente, sino con otros militantes o personas próximas, como se les decía. Pero yo viví la transformación de este país. Un buen día, en la plaza de España, hacia finales de los cincuenta, me di cuenta de que algo había cambiado definitivamente. Había allí chicos y chicas que volvían de pasar el día en el campo, y por su forma de tratarse, por su frescura, por el color de sus ropas y sus ademanes, comprendí que ya no era la España contra la que luchábamos los comunistas. Existía una clase media, ya no eran los tiempos del hambre y de la terrible represión. Había que cambiar de estrategia.
P. Su novela, sin embargo, reconstruye la época anterior.
R. Cuando empiezan los años cincuenta, la represión ha sido tan radical que ya no quedan en realidad focos de resistencia. No queda nada de nada. Un año decisivo es 1948, cuando una delegación española se reúne con Stalin. Éste propone allí un giro radical. Considera que hay que abandonar la lucha de guerrillas y que hay que sustituirla por una actividad pacífica de movilizar a las masas. De lo que se trataba era de proponer la reconciliación nacional.
P. Así que las consignas vienen de fuera…
R. Resulta paradójico que fuera Stalin, que en esos años ya había sido contestado desde distintos frentes, el que propusiera que había que utilizar los sindicatos verticales del régimen para empezar a propiciar los cambios. Los comunistas españoles lo entendieron en principio como una aberración, pero obedecieron, y de ahí surgió Comisiones Obreras. Había una pequeña brecha democrática en los rígidos sindicatos verticales: las elecciones de los enlaces. A partir de ahí, de militantes anónimos que consiguieron ser elegidos, se empezó a generar una lucha con una orientación distinta.
P. El comunismo, tal como se ve desde ahora, ha resultado un fracaso. ¿Cómo se vivía entonces?
R. No siempre coinciden los tiempos históricos con los tiempos personales. Es posible que muchos comprendieran que ese ideal, el comunista, había ya sido traicionado en los años treinta, y que estaba destinado a fracasar. Hubo otros que lo comprendimos más tarde. Sobre todo en España, donde el Partido Comunista fue la única fuerza organizada que luchó de forma real y eficaz contra la dictadura, desde 1939 hasta que Franco murió. Con todos sus errores, que igual fueron mayores que sus aciertos, no cejó un momento en su empeño de cambiar las cosas, y a la larga eso facilitó la transición. El ideal comunista fue real, y sin la generosidad y la abnegación y el sacrificio de tantos que lucharon por cambiar el mundo no se puede entender la historia del siglo XX.
P. Aunque al final fuera un tremendo fracaso…
R. Es necesario ver las cosas con una cierta distancia. En los años treinta, las democracias parlamentarias estaban muy desprestigiadas, por su corrupción, y el capitalismo parecía que se iba al garete con el crack del 29. Y había una alternativa. Que luego se vio que no era tal, pero entonces el prestigio de la revolución rusa existía. Incluso más adelante, cuando las tropas soviéticas tomaron Berlín al terminar la II Guerra Mundial, se tuvo la ilusión de que existían otras maneras de gobernar.
P. ¿Y hoy?
R. Las democracias vuelven a estar en crisis y la política está desprestigiada. Pero ya no hay alternativas, aunque sean ilusorias.
P. Por cierto, es su primera novela escrita en español.
Para Liego Salazar
Adolfo Sánchez Rebolledo
Texto leído en el entierro de Otón Salazar en Alcozauca el 06 de diciembre 2008
La Montaña de Guerrero está de luto y junto a ella incontables ciudadanos de nuestro país. La muerte de Othón Salazar, maestro, hombre de bien, revolucionario auténtico, es motivo de dolor para el pueblo que lo vio nacer, para sus camaradas de ayer y de hoy, para los que tuvimos el orgullo de beneficiarnos de su trato siempre afable y cordial y, sobre todo, de sus lecciones vivas de dignidad.
Cuando se escriba la historia de la lucha por la justicia social del siglo XX, la presencia del maestro guerrerense ocupará un alto sitial en la conciencia nacional, junto a otros ilustres mexicanos que lo dieron todo sin pedir nada a cambio. En Othón no hay divorcio entre lo que se piensa y se vive. Su vida es ejemplo de austeridad privada y coherencia pública.
Dotado de una extraordinaria energía personal anclada en la voluntad de aprender, deja el hogar familiar alcozauquense para emprender la aventura del magisterio que en él será el ejercicio de un destino vocacional y realización práctica del proyecto de emancipación social que anima sus pasos. El profesor Salazar surge de la escuela normal creada por la Revolución Mexicana como sustento de una nueva sociedad nacional. Allí aprende los valores constituyentes del laicismo, asume los principios de la igualdad e incursiona en las doctrinas socialistas que nunca abandonará. Forjado en el clima moral del cardenismo que halla una de sus cúspides en la gesta de la educación rural, las inquietudes del joven maestro crecen en la medida que profundiza sus conocimientos, afinando las armas de la inteligencia y la palabra. Muy pronto, sus compañeros reconocen en él al dirigente confiable, capaz de representarlos siempre con genuina modestia, pero con absoluta firmeza. Esa voluntad de no tolerar las injusticias que abruman a la sociedad mexicana lo harán el militante íntegro, cabal, que sus contemporáneos conocieron y respetaron.
Dotado de una extraordinaria capacidad para expresar sus ideas con claridad y emoción, para defenderlas con firmeza pero sin ofuscamiento, Othón escribirá una página memorable en los patios de la Secretaria de Educación Pública, donde los maestros resisten al oprobio. Ese episodio, acaso el más conocido de todos, no será el único.
De hecho, a través de los años su voz se escucha clara y vibrante en las plazas públicas de los pueblos del Sur, atrofiados por el hambre y el olvido; en el teatro Ideal de aquél 1959 donde su voz resuena con aires radicales al saludar a la primera delegación del Ejército Rebelde fidelista, en las reuniones partidistas a las que siempre lleva el mensaje de los más desamparados, en los salones del poder legislativo a los que la izquierda acude para cambiar a México, en las marchas por la dignidad a través de los páramos de La Montaña portando la bandera tricolor, a la cabeza de los indígenas que exigen justicia no caridad hablando el lenguaje universal de la esperanza, en el Palacio Municipal de Alcozauca donde los niños aprenden a amar a Vicente Guerrero y a poner por delante ese indestructible proyecto de futuro que para él es la patria liberada.
Cuando la historia lo llama a defender los intereses del magisterio oponiéndose a las oscuras maniobras oficiales, la figura de Othón crece ante la miseria moral de sus adversarios: los funcionarios de la Secretaría de Educación Pública; los prevaricadores de la “clase política” oficialista; los falsos representantes sindicales que ya entonces, hace más de medio siglo, pretendían regentear a su antojo la organización que en teoría debía representar los intereses legales e históricos de los maestros. En medio de aquella lucha desigual, Othón comprende que el abandono secular de la enseñanza no era, solamente, el resultado pernicioso (pero corregible) de algún mal gobierno: había algo más: la subestimación del magisterio como un protagonista importante en la vida nacional reflejaba, en exacta proporción, el ascenso de la burocracia sindical suplantando la voluntad democrática de los propios maestros.
Así, esa lacra conocida con el charrismo, venía a cancelar junto con otros derechos básicos, la posibilidad de hacer de la educación pública la gran palanca que el desarrollo humano estaba exigiendo. Simplemente los intereses dominantes la habían instrumentalizado para servir al propósito de mantener el control. Planes e inversiones se multiplican, es cierto, pero la educación mexicana, sin la participación democrática de los maestros, no consigue salir de la crisis. El resultado, lo estamos viendo, es la sustitución de la enseñanza fundada en el laicismo como un medio para la emancipación positiva de la mayoría por una visión poco comprometida con la renovación ética y cultural de la nación.
Habérselos recordado a gobernantes autocomplacientes en plena euforia desarrollista fue el mayor delito de Othón Salazar. Él no se conformó con un magisterio dócil, cautivo del juego gremial, poderoso en potencia pero pasivo y débil en los hechos. Por eso sufrió represalias, despido, cárcel, ninguneo. Para él, y así lo dijo muchas veces, la crisis de la educación solo podía resolverse mediante una perspectiva de Estado, es decir, a través de una gran reforma nacional. Y ésta, para ser eficaz, tenía que apoyarse en la conciencia autónoma de las masas, en sus organizaciones gremiales y políticas y en la movilización sin tregua en defensa de sus ideales. Sólo desplazando del poder a los grupos de poder que administraban la pobreza amparados en promesas y demagogia sería posible construir el futuro.
Despojado de su plaza laboral, (la cual para vergüenza de las autoridades educativas jamás le fue reintegrada) el maestro Othón no se resignó a vivir de rodillas. Prosiguió la lucha patriótica en defensa de los humildes. Su voz retumbó en los pueblos, alertando a los trabajadores o dialogando con los universitarios. Incansable, optimista y congruente con sus ideas, jamás hizo a un lado los principios socialistas. Al contrario, éstos se fortalecieron en la tierra que lo vio nacer y morir. Aquí, en su municipio natal, colaboró al triunfo del primer ayuntamiento de izquierda de la época moderna, haciendo posible el despliegue de la democracia a través de La Montaña entre las comunidades indígenas, históricamente olvidadas por todos. Hoy nos unimos en homenaje póstumo al alcozauquense más importante de su historia. Por una vez, la izquierda se muestra unánime en el reconocimiento. Ojalá y también sepa aprender de las enseñanzas esenciales del Maestro: su humildad, la tenacidad, el buen ánimo y su rechazo a las componendas sin principios, su fidelidad a la gente humilde, la congruencia personal sin la cual no hay proyecto colectivo digno de tal nombre.
A los habitantes de Alcozauca, a la gente de La Montaña, a sus familiares y camaradas, un adolorido abrazo.
No te olvidaremos Othón.
Othón Salazar
Julia Carabias
Reforma. 13/11/2008
Fue en el año de 1982 que conocí a Othón Salazar. Unos meses antes, el Partido Comunista Mexicano había ganado la presidencia municipal de Alcozauca en la Montaña de Guerrero, uno de los municipios más pobres del país. Sabía de la trayectoria del maestro Othón como luchador social y fundador del Movimiento Revolucionario del Magisterio en la década de los cincuenta, lo cual lo llevó a la cárcel de Lecumberri, y después como diputado federal por el PCM, pero era una figura que no estaba a mi alcance, aunque compartíamos la militancia en el Partido Socialista Unificado de México (PSUM).
Me sorprendí cuando me buscó y pronto me encontré con él. Acababa de pasar la elección presidencial de 1982, en la que participó el PSUM. Para contribuir a esa campaña un grupo de biólogos, militantes de ese partido, organizamos un Foro de Ecología y Recursos Naturales. Las ideas allí debatidas se plasmaron poco después en un libro, Ecología y Recursos Naturales: Hacia una política ecológica del PSUM, en el que esbozábamos los primeros planteamientos de una política ambiental para el país. El libro fue, primero, presentado por Eraclio Zepeda y Miguel Ángel Granados Chapa y, posteriormente, en muchos otros foros que permitieron que esas ideas empezaran a expandirse.
Cuando encontré a Othón, junto con Rolando Cordera, quien entonces era el coordinador del grupo parlamentario del PSUM, con mucha vehemencia me dijo que esperaba que nuestras ideas las concretáramos en el primer experimento socialista mexicano, en Alcozauca, y que ayudáramos así a elevar la producción de alimentos y combatir la miseria y el hambre. Fue mucho mi asombro y no recuerdo qué le contesté, pero tenía clara conciencia del reto que se nos presentaba. Si bien no podía decir que no a «los jefes» Othón y Rolando, tampoco tenía la menor idea de cómo enfrentar su solicitud. Quienes escribimos aquel libro trabajábamos en la investigación ecológica básica, y ni por asomo nos habíamos vinculado con las comunidades campesinas.
Al comentarlo con algunos compañeros, particularmente Carlos Toledo, decidimos hacer una primera visita y pedimos al maestro Othón que nos llevara. Fue durante las vacaciones de verano de 1982 cuando empezó mi caminar por la Montaña de Guerrero, que no paró hasta asumir una nueva responsabilidad en 1994 al frente del Instituto Nacional de Ecología y posteriormente en la Secretaría de Medio Ambiente Recursos Naturales y Pesca (Semarnap).
Durante aquella primera visita tuvimos reuniones con muchas comunidades de Alcozauca. Asambleas siempre llenas que convocaba Othón y en las que la gente, con fervor, escuchaba al maestro. Nos presentaba y nosotros explicábamos lo que era posible realizar con ellos en cuanto al uso de los recursos naturales para lograr mejorar sus condiciones de vida. Fueron nuestras primeras intervenciones en asambleas campesinas. Algunas se desarrollaban en mixteco y otras en tlapaneco. Por supuesto no entendíamos nada, pero después de una o dos horas de discusión entre ellos, la respuesta era llana y franca: «le entramos, pero el que se raje lo capamos».
La fuerza del maestro Othón, su extraordinario carisma y pasión por la Montaña de Guerrero, aunados a la más profunda miseria que habíamos conocido, nos involucró y comprometió a iniciar, desde la UNAM, un proyecto de investigación aplicada. Éste fue el parteaguas en la vida profesional de muchos de nosotros. Dejamos la ciencia básica y aceptamos el reto de la investigación aplicada. Fue la oportunidad de conjuntar nuestra convicción social con nuestra profesión. Ya no serían nuestros pares quienes evaluarían nuestro desempeño sino, quizá, las comunidades más pobres del país.
Con el tiempo, el proyecto fue creciendo, madurando y extendiéndose a otras regiones. Sumó a muchos nuevos colegas de diversas disciplinas, entre ellos a Enrique Provencio. Formó decenas de profesionistas y se consolidó así una línea de trabajo en las ciencias ambientales que posteriormente derivó en muchos de los planteamientos actuales de la política ambiental nacional. No hubiéramos logrado desempeñar esta labor sin el financiamiento que obtuvo Isaac Chertorivsky, desde la empresa que dirigía, al que después se sumaron los recursos del gobierno del estado de Guerrero.
Fue así como el maestro Othón Salazar, sin saberlo, se convirtió en el detonador de una nueva etapa de los temas ambientales nacionales, la cual derivó en muchas políticas que se concretaron desde la Semarnap.
De Othón resaltan numerosas cualidades que hoy son recursos humanos en extinción: su educación; su pasión por la lucha social; su tenacidad; su gentileza; su entrega; su humildad; su desapego por lo material. Ha sido un hombre incorruptible y de principios, incansable guerrero de la Montaña, que ni la enfermedad ni la falta de recursos económicos lo pudieron frenar.
Poco se ha reconocido su labor en la construcción de un México democrático, tarea a la que ha entregado su vida. Hoy, a sus 84 años, ha tenido que hacer un alto contra su voluntad. Se encuentra muy delicado de salud, y por ello, con mucha admiración, cariño y gratitud le deseo, desde estas líneas, que saque la fuerza necesaria para seguir luchando, pero ahora por su propia vida.
Othón Salazar
Raúl Trejo Delarbre
Emeequis. 14 /12/2008
Cansado de lidiar con un contexto político que le desagradaba pero que sobre todo le resultaba inútil para bregar por las causas sociales que le interesaban, el 14 de octubre de 1998 Othón Salazar Ramírez renunció al Partido de la Revolución Democrática. “Poco a poco, sentí que la política perredista se alejaba de mi pensamiento marxista, de mis ideales socialistas y de los planteamientos de fondo sin los cuales nada puede decirse del futuro revolucionario de la sociedad mexicana”, dijo en aquella ocasión.
Othón Salazar había cumplido 74 años y como se dice en estos casos, aunque tratándose de él era una descripción puntual, tenía toda una vida de lucha. Nació en Alcozauca, el pueblo en La Montaña de Guerrero al que en los años ochenta colocó en la geografía política cuando logró que el Partido Comunista ganara la presidencia municipal. Diputado federal en 1979 y 1991, quiso vivir para las causas de izquierda desde que, muy joven, se acercó a los comunistas.
Maestro normalista, desde comienzos de los años 50 Salazar coincide con los grupos de profesores que pugnan por mejores salarios a la vez que intentan democratizar a su sindicato. Participa en la creación del Movimiento Revolucionario del Magisterio y en junio de 1958 es electo secretario general de la sección IX del SNTE, en la ciudad de México. En septiembre de ese año es encarcelado.
Dos años después sería destituido como profesor. Durante medio siglo, esperó en vano que la SEP lo rehabilitara en su plaza magisterial. Sucesivos secretarios de Educación rechazaron o esquivaron esa petición. Todavía recientemente, el diputado Carlos Rojas le solicitó a la titular de la SEP la reinstalación del profesor Salazar. La respuesta de Josefina Vázquez Mota, si la hubo, no se conoció.
Su oratoria elegante y rotunda, el profundo compromiso con los pobres y quizá, sobre todo, una sencillez forjada en las penurias económicas pero especialmente en las convicciones igualitarias, hicieron de Othón Salazar un personaje querido, respetado, convincente, entrañable. Una vez excarcelado, participó en campañas y esfuerzos del Partido Comunista. Luego transitó por fusiones y alianzas de las izquierdas que lo llevaron al PSUM, al PMS, al PRD.
“Finalmente salí del PRD porque en sus filas no tenían cabida los ideales por los que he luchado toda mi vida”, le dijo a la socióloga Amparo Ruiz del Castillo que recogió sus memorias en el libro Othón Salazar y el Movimiento Revolucionario del Magisterio (Plaza y Valdés, 2008). En aquella renuncia, presentaba un retrato enterado y crudo de lo que desde entonces era ese partido: “Espíritu electoralista, intereses particulares y de grupo, vacío de identidad ideológica son, entre otros, rasgos dominantes de la vida actual del PRD. Cada día más, las diferencias políticas entre PRD y PRI se van reduciendo a cuestiones de forma”.
El destinatario de aquella renuncia era el entonces presidente nacional perredista, Andrés Manuel López Obrador. Ni él, ni ningún otro de los dirigentes del partido, hicieron algo para disuadir a Salazar. Les resultaba incómodo. Entonces ingresó a Democracia Social, el partido encabezado por su antiguo camarada Gilberto Rincón Gallardo y que en 2000 perdió su registro por falta de votos. Cuando Rincón se fue a trabajar al gobierno del presidente Fox, Salazar se distanció de él. Años más tarde abrigaba la quimera de refundar el Partido Comunista.
Los pobres de La Montaña fueron empeño y tristeza constantes para Salazar. Hace apenas un mes, en un hermoso artículo, Julia Carabias relató cómo, a comienzos de los 80, el maestro Othón la persuadió para desplegar en Alcozauca un proyecto de desarrollo sustentable que sería el punto de partida para una línea de políticas ambientales que se extendería en los siguientes años.
Con la misma preocupación, en sus últimos años Othón Salazar gestionaba recursos para paliar la pobreza infinita de sus paisanos, lo mismo que levantaba iniciativas para acercar a las fuerzas de Guerrero y el país capaces de postular una nueva coalición política. Enfermo desde hace algún tiempo, se fue a morir a Tlapa en donde falleció el 4 de diciembre.
De cuando en cuando, el profesor Salazar me llamaba para platicar sus proyectos. Voy a extrañar pero también a recordar siempre, con emoción y orgullo, aquellas llamadas colmadas del entusiasmo que solamente brindan las convicciones macizas y las esperanzas diáfanas y que invariablemente comenzaban con un cálido y generoso: “¡Hermanito, ¿cómo estás?!”.