Ricardo Becerra
La Crónica
09/11/2021
Los expertos me corregirán, pero en lo que a mi toca, no recuerdo un desfile más profuso y genuino de reconocimiento a un político y mucho menos, a un funcionario público, como el que ocurrió el viernes, durante y después de la comparecencia de Lorenzo Córdova, en la Cámara de Diputados.
Algo de novedad democrática; algo de vigor cívico y político; algo de pedagogía pública e institucional; algo de aire fresco en la conversación y mucho de respeto y buena educación. Esa amalgama de elementos, tan escasos en nuestros días, tan despreciados, han hecho de ese episodio todo un tema de conversación, estudio y ejemplo a seguir.
De suyo y antes del día de la comparecencia, fue notable la aceptación de Córdova para acudir sin remilgos a una legislatura cuya mayoría se ha distinguido por su rijosidad y escasa capacidad de argumentación. En tales condiciones, había que tener valentía y mucha confianza intelectual en sí mismo, para enfrentar al muy seguro escenario de casi 290 legisladores antagonistas e iracundos.
Fue notable también que haya asumido, sin chistar, el formato y las condiciones de debate que le fueron propuestas, pues tenía que responder a todo el abánico ideológico más de una vez, todo tipo de preocupaciones con paparruchas e insultos incluidos y aguantar no solo la pregunta, sino también la reacción de cada diputado, al mismo tiempo que taladraba sus oídos la música de fondo, de un coro desbalagado y hostil.
Córdova, siempre atento, listo para dispensar una palmada, un saludo y hasta una sonrisa al más agrio de los morenistas, acudió allí para desplegar una estrategia doblemente astuta: al hablarles a las y los diputados, estaba también hablando a la sociedad, a un conjunto de actores políticos y sociales, a los medios de comunicación, estaba librando una batalla más allá de San Lázaro: en la opinión pública, para defender al INE.
Y por otro lado, dado el contenido de su discurso y dada la síntesis que logró hilar y explicar, en realidad, estaba hablando más allá de la causa y los intereses del Instituto Nacional Electoral, estaba defendiendo con la palabra y con su propia presencia física, al conjunto de autonomías políticas de la república. Ellas, la independencia institucional a la que obliga la constitución, no se defienden con miedo, tímidez o grillas palaciegas: se defienden creyéndolas, ejerciéndolas y explicándolas.
En medio de todo eso, Córdova tuvo la paciencia para exponer otros tres asuntos centrales: si México va a tomarse en serio los ejercicios de democracia participativa, si los va a asimilar dentro de su propia tradición social (es decir, que los ciudadanos las asuman y se involucren efectiva y masivamente), tales ejercicios deben organizarse bajo los mismos procedimientos y los mismos estándares de rigor y de limpieza electoral como los que normalmente ejecuta el instituto. Nada de improvisaciones, voluntarismos o contrahechura. Por eso, consulta popular y revocación de mandato han de estar acompañadas de todos los elementos, procedimientos, candados y recursos materiales para su implementación. Abaratar en nombre de la austeridad, equivale a reducir la extensión, la calidad y la seguridad del ejercicio.
En segundo lugar: los sueldos de los consejeros electorales han estado fijados en la constitución durante toda la existencia del instituto, en las leyes y los propios decretos de las legislaturas recientes. Hablamos de derechos adquiridos que han sido controvertidos en tiempo y forma y están siendo analizados (con extrema parsimonia, eso lo digo yo) en lo pasillos de la Suprema Corte. Esta es un dilema que desde hace ya casi tres años corresponde resolver al poder judicial.
Y las decisiones que el INE ha tomado durante este tiempo, especialmente la anulación de las candidaturas a la gobernatura de Michoacán y de Guerrero, a cuya interpelación Córdova respondió “no le pidan al INE que no aplique la ley”. Y ninguno de sus interlocutores pudo negarlo: sus candidatos, habían violado la ley: el reclamo al INE es por su rigor, lo que lo convierte en un halago.
La presencia del INE en la Cámara de Diputados lanza, además, un poderoso mensaje a las otras instituciones autónomas, empezando por la Suprema Corte, pasando por el INAI o la Auditoría Superior de la Federación: la condescendencia o las estrategias acomodaticias no son opción frente a las pretensiones de un gobierno y una coalición que, explícitamente, han optado por desdeñar, intervenir, ningunear, enanizar o de plano desaparecer las autonomías constitucionales. Llegarán tan lejos como esos poderes y organismos lo permitan.
Y en la parte propiamente escenográfica, la opinión pública pudo atestiguar otro tipo de comportamiento político, en toda regla. Algo extremadamente raro en nuestro medio tan vulgarizado; otra manera de presentarse, moderada, sin desplantes, agresiones, ni lamentos. Su arma principal fue el debido respeto hacia los otros.
El ejemplo parlamentario que propaga es importante porque demuestra, en carne porpia, que el Congreso también puede ser espacio para la decencia, el argumento, los datos y para rescatar la cortesía, bajo las circunstancias que sean, incluso ante una mayoría entrenada en el soez filibusterismo, que por cierto, tanto detestaba Marx.
Creo que esa es otra de las razones por las cuales la presencia del consejero presidente del INE en la Cámara de Diputados se ha convertido en motivo de amplia conversación y en un momento paradigmático de la política mexicana de este tiempo: la templanza de un personaje que nunca se arredró a la actitud de una mayoria que no sabe como enfrentar a la claridad argumental, el conocimiento técnico y la decencia.
Creo que la tradición del IFE-INE ha podido formar un tipo de funcionarios y de servidores públicos, eminentemente políticos, en el sentido más clásico: portadora de los valores hanseáticos, de la tolerancia y la cooperación, de la razón, la moderación y la confiabilidad, capaces de articular en un discurso sagaz, los intereses de unos y de otros, reconociendolos en su pluralidad. Por eso, cuando ese INE habla, el resto escuchamos.
De entre todas las virtudes políticas, la preferida por Norberto Bobbio era la templanza, porque el único modo de predicar la tolerancia es viviéndola (y padeciéndola). Y esto es el servicio -de neta cultura cívica- que ese viernes ofrecieron las, los Consejeros y el Presidente del INE.