Pedro Salazar
El Financiero
08/04/2020
En estos días –quienes puedan hacerlo porque los confinamientos son muy diversos– se escribirá y se leerá mucho. En lo personal estoy intentando seleccionar textos que me permitan mirar la coyuntura desde una perspectiva amplia. Intento una gesta que se vislumbra difícil: entender los efectos potenciales de un evento como el que nos embiste. Efectos que inevitablemente se desdoblarán en múltiples dimensiones y que desde ya están cambiando nuestras vidas.
Por ejemplo, gracias a un alumno, desempolvé la Historia de la Guerra del Peloponeso, de Tucídides, y recordé que la peste de Atenas –que inició en Etiopía y atravesó por Egipto y Libia– arrasó a esa ciudad, diezmó irremediablemente a su ejército y acabó con la vida de su líder, Pericles. Líder que un año antes había escrito y pronunciado un discurso fúnebre –dedicado a los caídos en el primer año de aquella guerra– que para muchos constituye la evidencia retórica de que Atenas era un ejemplo de civilidad y democracia. La guerra y la peste arrasaron con todo. Tucídides documenta cómo esta última también enfermó la moral pública de los atenienses y, con ello, fracturó el pacto de legalidad que sustentaba a la polis. La democracia se desfondó.
También retomé la lectura del libro de Robert Gellately, No sólo Hitler. Las circunstancias no son iguales y las causas tampoco, pero su lectura me permitió preguntarme si será posible retomar la senda democrática después de la emergencia. En los hechos –y, en algunos casos, a través del derecho– la pandemia nos ha colocado en un Estado de excepción. Muchas de nuestras libertades están siendo restringidas y los Estados están concentrando un poder inusitado. Poder que, cuando ha sido necesario, se ejerce a través de las fuerzas de seguridad. Todos sabemos que Hitler decretó un Estado de excepción después del incendio del Parlamento alemán y con ello puso en jaque a la Democracia de Weimar. Pero lo que a veces olvidamos es que cuando eso sucedió existía una fuerte desafección de los alemanes hacia la democracia parlamentaria. Mi preocupación es que entramos a la crisis actual cuando nuestras instituciones democráticas adolecen de una fuerte crisis de legitimidad y las pulsiones autoritarias se han hecho sentir en muchas latitudes. ¿Qué quedará de esas instituciones después de la pandemia?
También busqué un librito que para mí es lectura de cabecera: Persona y democracia, de María Zambrano. Le tomo prestada una idea: “una de las debilidades del hombre europeo de finales y principios del siglo (XX) ha sido no creer en el absurdo, en el horror, en el crimen gratuito, en lo diabólico. El haber olvidado que ciertas cosas, ciertos horrores habían sucedido entre nosotros no hacía tanto tiempo.” Su advertencia debe retumbar en nuestras mentes porque con frecuencia el horror acompaña a las crisis o abreva de ellas.PUBLICIDAD
Pensaba en ello cuando esta mañana me llegó al teléfono –lo que evidencia otra arista inédita de este momento, el poder de las tecnologías– un artículo de la guionista india Arundhati Roy. Un texto desgarrador –intitulado La pandemia es un portal– de lo que está sucediendo en su país en estos días. Roy no sólo nos recuerda que a los gobernantes “que manejan esta pandemia les gusta hablar de guerra”, sino que nos encara con la indolencia e indiferencia con las que en nuestras sociedades se trata a los más débiles. Con sus palabras: “mientras observaba un mundo horrorizado, la India se reveló con toda su vergüenza, su brutalidad estructural y social, su desigualdad económica, su insensible indiferencia al sufrimiento”. Ese es el país, por cierto, con el que nos comparó orgulloso el presidente de la República el domingo pasado.
Para Zambrano durante los tiempos de crisis “el futuro oprime también por no mostrarse y entre el pasado y el futuro, el presente queda vaciado”. En el mismo sentido, Roy nos pide entender que el anhelo de volver a eso que llamamos ‘normalidad’ no solo es imposible sino también indeseable. Se ha verificado una ruptura entre pasado y futuro y es irremediable. Por eso, para ella, la pandemia “es un portal, una puerta de enlace entre un mundo y el siguiente”.
La gran pregunta es cómo será ese mundo que sigue. Si queremos que sea mejor al que teníamos –aunque resulte paradójico– debemos pensar que podría ser mucho peor y recordar que el horror ha existido entre nosotros. Solo desde ese reconocimiento podremos vacunarnos contra una pandemia autoritaria.