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El debate público

Política económica para quedarnos en casa

Ricardo Becerra

Milenio

09/04/2020

La destrucción económica está en curso. El dato fue ofrecido ayer por la Secretaría del Trabajo: 347 mil empleos formales perdidos en solo una quincena. La comparación instantánea es que el año pasado se crearon 342 mil empleos, o sea, en dos semanas perdimos el esfuerzo colectivo de todo un año.

Pero hay otro espejo, acaso más perturbador: en 1995, durante la peor crisis que recuerde la modernidad mexicana, se esfumaron 611,200 empleos formales. Quiere decir que el potencial destructivo de la actual recesión es muchísimo mayor, pues en la mitad de un mes, evaporó la mitad de los puestos de trabajo que fueron destruidos en el 95. Esta sola cifra debería cambiarlo todo: alarmas, urgencias, magnitudes calculadas, planes y por supuesto, las ideas presidenciales. Aquí, un inventario de lo que su razonamiento, tendría que cambiar:

1) La estrategia económica debe acompañar a la estrategia sanitaria. No son independientes. Si el mensaje central es “quédate en casa” el plan económico procurará crear condiciones para que, efectivamente, nos quedemos allí, todos, la mayor cantidad de personas posibles. Por eso, en este momento no tiene sentido responder con un “plan de infraestructura” cuya característica es, precisamente, la intensa utilización de mano de obra, que debe ir a la obra. Tampoco “crear empleos” pues en este momento no pueden ejecutarse. Ni continuar con grandes proyectos (Dos Bocas, por ejemplo), porque contradicen flagrantemente su propia directriz sanitaria. Esta desconexión entre la urgencia sanitaria y la imagen económica que tiene el presidente en la cabeza es fuente de otros errores subsecuentes. Veamos.

2) Si no enfrentáramos una pandemia, la inversión pública sería la medicina más aconsejable para relanzar la economía. Pero estamos en medio de una crisis sanitaria que amenaza nuestras vidas y que nos obliga al confinamiento. Pero si la población se queda súbitamente sin ingresos, tendrá que salir a buscarlos y esto es lo que debe atajar la política económica. Un seguro para poder quedarte en casa.

3) Los empleos actuales deben ser sostenidos porque son los que están en grave riesgo, porque lo peor de la crisis caerá en sus espaldas, porque esos empleos son los que hacen marchar a la economía hoy, pagan impuestos, cotizan al IMSS, producen IVA, además de dar sustento a decenas de miles de familias. Pero deben ser apoyados, como si fuera poco, porque constituyen la base absoluta de la recuperación (cuando se dé). El centro del plan de emergencia consiste en evitar los despidos (Levy) y por ello, el gobierno tiene como misión sostener las nóminas de las empresas que emplean (al menos una parte significativa de sus costos), mientras dure el mandato principal: quedarnos en casa. Y una razón económica más: defender los empleos realmente existentes concentra el esfuerzo justo durante el lapso que dure la crisis. Crear nuevos implica un esfuerzo presupuestal de años. Crear empleos, antes que defender lo que ya tenemos, es un más cálculo económico.

4) Cuando el mandato nacional consiste en quedarse en casa, la consecuencia económica inmediata es la suspensión de labores, menos producción, rápida disminución de la oferta y la demanda, menos compras y ventas, es decir, se encoge el universo de lo que paga impuestos. Peor: la recaudación ya había caído 6 por ciento en febrero, dado el desplome de los precios del petróleo. Ahora, con una economía que entra en un estado de coma auto-inducido (Krugman), bajará aún más la tributación y el presupuesto disponible y no alcanzará para solventar los programas de beneficiarios, al funcionamiento diario del Estado, los planes de infraestructura y el pago puntualísimo de la deuda. Precisamente porque se trata de mantener tales elementos a flote, es por lo que se necesita una política expansiva (llamada contracíclica) que venga al auxilio del movimiento económico. El movimiento económico real, es lo que animará la recaudación y sostendrá el gasto para los más pobres. Esperar la buena suerte tributaria, no solo es una quimera, sino una medicina que lo empeorará todo.

5) ¿Cuánto tiempo durará el coma de nuestra economía? Nadie lo sabe, así que el carácter “transitorio” de la crisis puede significar semanas o varios meses. Por eso los recursos que deben engrosar al plan no pueden quedarse cortos, pues les corresponde crear las certezas, seguridades y expectativas para que los trabajadores y las micro y medianas empresas aguanten, todas las que sean posibles. De modo pues que el plan ha de concebirse necesariamente masivo (Chertorivski), lo suficientemente ambicioso para poner el hombro a millones de personas y sus empresas, todo el tiempo que sea necesario (Castañeda M.). Así pues: que la crisis sea transitoria, depende de la contundencia y el carácter masivo del plan.

6) Como es fácil de adivinar, lo que exige la crisis en todas partes es una poderosa coordinación y una intervención profunda y extensa del Estado. Un relanzamiento de las capacidades para gobernar la crisis y dirigir la recuperación. Esta situación exige -si o sí- colocar al Estado en primer plano, justo lo que el neoliberalismo abomina. Y por el contrario, más austeridad, reducir sueldos, gastos, recursos disponibles, profundizará la espiral de descenso y amplificará el sufrimiento y la crisis misma. La situación exige una intervención de gran calado, cuyo producto final revalorará el papel del Estado en la economía. Esta es una necesidad imperiosa y una de las revelaciones más importantes de esta crisis (Cordera, Provencio).

7) Y políticamente: convengamos que el presidente tiene el derecho de llevar a cabo su proyecto de país. Es un gobierno electo y para trabajar seis años. Pero si quiere llevarlo a cabo, ha de sortear una circunstancia que no estaba en el libreto de nadie y de la que nadie se escapa. La “vía mexicana frente a la recesión” no tiene ningún sentido en un contexto dramático que, por el contrario, exige apoyo y coordinación internacional, como nunca antes.

El proyecto del presidente es suyo (bien por él). Pero su obligación humana, política, económica e histórica ahora es que México salga bien librado y rápidamente de la pandemia y de una depresión, de un tipo y dimensión que nunca habíamos enfrentado. Enfrentemos esta crisis y luego vamos a la cuarta transformación. Ese es el orden de los factores, la tarea ineludible, superior a cualquier disputa, a cualquier antagonismo, programa político y a cualquier delirio de grandeza.

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