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El debate público

Lo que los gestores de la pandemia en México no pueden ignorar

Ricardo Becerra

La Crónica

15/11/2020

Escribo con perturbación, apesadumbrado, porque a mi edad -y desde hace 35 años- soy de esos sujetos que comen, desayunan o cenan al menos una vez y a diario, fuera de casa. Casi siempre dos veces, cómo hábito personal, laboral, vicio monacal o existencial. Y me entero, esta semana, que ese sencillo hábito practicado por generaciones de solterones, académicos, burócratas, buenos amigos, políticos,  pensadores, malvivientes o poetas, viene siendo lo más peligroso que se puede hacer en este tiempo de pandemia. Malhaya.      

Resulta que las más serias indagatorias tecnológicas debidas al “Bigdata” han descubierto certeramente (con poco margen de error), que la actividad de contacto social más peligrosa y contagiante del Sars-Cov2 en las grandes ciudades de América del Norte, es acudir, alegre, a un local cerrado. No lo es, practicar el montañismo, lanzarse en paracaídas, nadar entre tiburones, ni trabajar en el tumultuoso INE. Lo verdaderamente mortal es lo que muchos de nosotros hemos hecho durante buena parte de la vida: acudir a cenar a un restaurante. 

Esto cambia la visión de la crisis sanitaria y su gestión: ahora sabemos mejor, cual es la dinámica de contagio del coronavirus maligno y los nuevos datos sugieren que no es lo que habíamos pensado. Veamos. 

Una super-investigación -rigurosa y de alta precisión- basada en el rastreo de teléfonos celulares, muestra que la enorme mayoría de los contagios en Estados Unidos, especialmente en sus grandes ciudades, ocurrieron (entre marzo y junio) en los  comederos interiores, centros de chismorreo y relajación, pero sin ventilación. 

Te quitas la máscara, empiezas a comer, saboreas esa sopa, ese bistek, parloteas, bebes el agua o degustas el vino de la casa y entretanto, el virus producido por algún buen asintomático presente allí -sin tos ni fiebre detectada- se pasea, flotando de lo lindo una y otra vez en el medio taponado y es absorbido por los sistemas respiratorios de los comensales cercanos. Pues bien: ese es el mecanismo que explica ¡el ochenta por ciento de la propagación!  

El estudio elaborado meticulosamente por la Universidad de Stanford, (https://tinyurl.com/yy6ry25e) rastrea nada menos que a 98 millones de personas y ha sido encabezado por el ingeniero computacional J. Leskovec con base en los datos de la empresa SafeGraph. 

Su conclusión es triple: 1) los restaurantes y bares son los lugares más riesgosos, incluso más que los gimnasios; 2) los eventos de supercontagio, han ocurrido en comederos atiborrados, locales cerrados y mal ventilados 3) son más riesgosos, en una escala doble, que el contagio en las escuelas y universidades. O sea: en las decisiones por venir, es mejor abrir escuelas que comederos y restaurantes. 

Como pueden ver, esto tiene una implicación enorme para los gestores de la pandemia cuyo trabajo se basa en equilibrar y conjugar al menos estos tres valores: evitar contagios y riesgos mortales; mantener animada la economía, la actividad de las empresas, negocios y medios de subsistencia; y sostener la educación más o menos normal para una generación de estudiantes. 

No hay decisiones únivocas o simples pero lo importante está aquí: los gobiernos tienen ya a disposición una herramienta precisa, utilísima, para instrumentar los que varios han llamado “epidemiología de precisión”. La técnica para no cerrar indiscriminadamente, en economías que ya no lo soportarían. Saber cuándo intervenir, cerrar, abrir, dónde, con base en datos precisos e irrecusables https://tinyurl.com/y3qz8eqp.

La pandemia modificó los patrones de movilidad humana de un modo y a una escala nunca vista. Y los modelos epidemiológicos tradicionales no lo habían podido captar ni descifrar. Lo que se ha logrado en California es una herramienta que debe asimilarse rápido por el gobierno mexicano. 

Incluye estas otras tres verdades útiles para los gestores de la pandemia: 1) una pequeña recopilación de eventos representa una gran parte de infecciones. Bastan 10 por ciento de los momentos para explicar el 80 por ciento de los contagios y las consiguientes muertes; 2) en el balance de bienes a tutelar, resulta más eficaz clausurar ciertos nodos de contagio (en lugares y en momentos) que la clausura y el cierre total, y eso es lo que se debe identificar con el modelo diseñado; 3) los grupos raciales y socioeconómicos más pobres no pueden reducir su movilidad y son los que “aportan” el 70 por ciento de las muertes en la ciudades de Estados Unidos. 

En resumen: nuestras economías no soportarán un nuevo cierre total. Tenemos que recopilar todos los datos disponibles para reducir el daño y el contagio y eso lo proporciona la herramienta recién desarrollada en EU. Es hora de transitar de modelos predictivos generales (no hablemos del “centinela”) que carecen de la precisión necesaria, para contar con una herramienta que nos diga cómo, dónde y cuándo los mexicanos nos hemos contagiado. 

La ciencia contemporánea ya tiene forma para rescatarnos de los estúpidos palos de ciego. Los gestores de la pandemia en México no pueden ignorarlo.