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El debate público

Lo que va de ayer a hoy

José Woldenberg

Reforma

19/02/2015

Hace exactamente 30 años, en 1985 por si se le dificulta la aritmética, el país se encaminaba, como hoy, a unas nuevas elecciones federales concurrentes con algunas elecciones locales. Y como hoy, la elección en el terreno federal sería solo de la Cámara de Diputados. Casi todo ha cambiado. De los partidos que entonces compitieron solamente subsisten dos (PRI y PAN), varios perdieron su registro (PPS, PST, PARM, PRT, PDM) y otros se integraron a procesos de fusión con otras organizaciones (PSUM y PMT). Eran todavía los tiempos del partido hegemónico, es decir, de un sistema no competitivo y los comicios los organizaba la Comisión Federal Electoral, integrada por representantes de los poderes públicos (Ejecutivo y Legislativo) y los partidos políticos. Era presidida por el secretario de Gobernación y no existía tribunal alguno para recurrir las resoluciones de la CFE.

La Cámara de Diputados se integraba con 400, 300 de mayoría simple y 100 de representación proporcional. Todos los gobernadores y todos los senadores eran del PRI. No existía credencial de elector con fotografía ni boletas foliadas, ni consejeros no partidistas en los consejos electorales en los diversos niveles (nacional, local, distrital), ni sorteo para elegir a los funcionarios de casilla ni listas de electores entregadas a los partidos, ni la cantidad de espacio en radio y televisión que hoy explotan ni un financiamiento público tan vasto, ni fiscalización de los recursos de los partidos a pesar de que ya recibían dinero estatal ni monitoreo del comportamiento de los noticiarios de radio y tv, tampoco existía un servicio civil de carrera, es decir, funcionarios profesionales estables, el cómputo oficial se hacía una semana después de los comicios y la calificación la realizaban los presuntos ganadores constituidos en Colegio Electoral (la llamada autocalificación), y el ritual se cumplía sin demasiado dramatismo.

No obstante, los partidos opositores apostaban a ir incrementando su presencia, a socializar sus reivindicaciones, a denunciar las grandes y pequeñas triquiñuelas a lo largo del proceso, a implantarse en el territorio nacional, a hacer públicos sus diagnósticos y programas, en una palabra, a convertirse en parte del paisaje nacional para desmontar un sistema de partido hegemónico. Eran los terceros comicios federales luego de la reforma política de 1977 y existía la esperanza de que la fórmula electoral abriera paso a un sistema equilibrado de partidos y poderes públicos y a la expansión de las libertades.

En las elecciones se enfrentaban -de manera más que asimétrica- diferentes opciones y no eran pocos los ciudadanos que acudían a las urnas pensando que se trataba de edificar un sistema plural de partidos, comicios imparciales y creíbles, que darían lugar a fenómenos de alternancia en todos los niveles de gobierno, todo ello como condición para desmontar un sistema autoritario y construir un régimen democrático.

Un partido requería solamente del 1.5 por ciento de la votación para refrendar el registro, se votaba en boletas separadas, una, para diputado uninominal, la otra para la lista. El PRI no participaba en el reparto de plurinominales porque la ley establecía que el partido que obtuviera más de 60 constancias de mayoría en la pista uninominal no entraría al reparto de los pluris. De hecho y derecho, la ley garantizaba un mínimo del 25 por ciento de los diputados a los partidos distintos al oficial.

Al final, el PRI obtuvo el 64.90 por ciento de los votos y ganó 289 de 300 diputados uninominales, el PAN alcanzó el 15.54 por ciento de los votos con 41 diputados y los partidos de izquierda, atomizados, alcanzaron los siguientes porcentajes y diputados: PSUM, 3.23 y 12; PST 2.47 y 12; PPS 1.97 y 11; PMT 1.55 y 6; PRT 1.27 y 6. Gran total: 10.49 por ciento y 47 diputados. El PDM obtuvo el 2.72 de los votos y 12 diputados y el PARM 1.66 y 11. (Silvia Gómez Tagle. Las estadísticas electorales de la reforma política. Cuadernos del CES. El Colegio de México. 1990. P. 28 y 195).

No se requiere demasiada sagacidad para notar las profundas diferencias en las que transcurría y ahora transcurre el proceso electoral. Incluso el ánimo se ha agriado. Lo que ayer fue esperanzador hoy (para muchos) resulta rutinario y depresivo. Hay un humor público escéptico y desencantado. Veo, eso sí, una coincidencia: una nueva división de la izquierda luego de un promisorio proceso unificador. (Aunque, eso sí, con mucho mayor arraigo que en el lejano 85).