Rolando Cordera Campos
El Financiero
22/10/2020
Los impactos combinados de la pandemia y la crisis económica con recesión profunda han perturbado la opinión mundial, así como sus centros más conspicuos de decisión e influencia. Desde los acosados operadores y diseñadores de política del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, hasta los herederos de los “gnomos de Zúrich”, no se habla de otra cosa: recuperación habrá, pero no se sabe cuándo y a qué ritmos. Economía mundial seguirá, pero no necesariamente podrá contarse con un orden mundial digno de tal nombre. Multilateralismo seguirá como divisa de muchos poderes y discursos, pero sus alcances y vigencia seguirán en entredicho, como se ha dedicado a subrayarlo el presidente Trump y su amenazante gang que no ceja ni cede, ni como concesión retórica al respetable público americano y su creencia en la democracia ejemplar.
El desorden global no puede mantenerse por tiempo largo porque a diferencia de otras situaciones, como la ocurrida en los años treinta del siglo pasado, hoy la interdependencia dejó de ser horizonte; ahora es la matriz y el matraz donde se realiza y combina buena parte de la producción de mercancías, ganancias y poder planetario. Sin reestablecer esas y otras ignotas conexiones, las economías locales, nacionales o regionales, no pueden sino topar irremediablemente con tragedias desde el empleo, el abasto básico y la penuria primordial, hasta la oferta de bienes públicos esenciales como la salud y la producción de conocimientos para lidiar con las pandemias del porvenir.
Las Naciones Unidas mantiene su llamado de angustia y sus alertas intensas porque es ahí, en sus auditorios y centros epistémicos, donde se generan conocimientos buscando adelantarse a los acontecimientos que, como ahora, se han apoderado del horizonte simbólico de todos. De los poderosos como de los que no lo son, pero que coinciden en no ser meros objetos de políticas y decisiones que no se sabe bien a bien a qué valores y ambiciones responden.
No es exagerado hablar de una disonancia cognitiva de alcance global pero hoy, lo obligado es preguntarse por lo que ocurre en la súper estructura donde se tramitan ideas y paradigmas, ideas fuerza y mensajes de rendición ante el desastre. Sin una “azotea” bien articulada por voluntades y entendimientos, no habrá mudanza estructural que soporte el peso de los nuevos y bravos mundos que nos esperan.
La mirada universal propuesta por la agenda del desarrollo sostenible y los acuerdos de París sobre el cambio climático ofreció esperanzas y permitió figurar agendas. Pronto, éstas fueron negadas por las embestidas bárbaras del señor Trump, pero, sobre todo, por la acumulación de certezas de que con la pandemia los precarios equilibrios del hombre con su entorno han acentuado una perspectiva entrópica.
Insistir en el tema de las políticas necesarias y las organizaciones pertinentes para ir concretando los compromisos globales sobre un desarrollo sostenible, no es tarea ingenua ni empeño baladí. Por el contrario, es un elemental compromiso con la existencia de la especie, inconcebible ya sin responsabilidades y compromisos de cooperación y solidaridad.
Políticas e ideas, diálogos y conversatorios, tienen que verse y tenerse como vectores de un cambio estructural portentoso que implicará la matriz energética, que aún domina a todas las economías del mundo, pero tendrá que centrarse en los modos de producción y consumo que el gran cambio de fines del siglo pasado quiso entronizar como únicos y eternos: otra manera de entender el tristemente célebre fin de la historia, que nos propusieron al término del milenio como mantra que coronaría el fin del comunismo y la victoria definitiva del capitalismo, democrático o no, por aquello del nuevo gran salto adelante del “reino del medio”.
Solo con imaginación política y sociológica, en busca de un nuevo humanismo, podrán esas políticas y mutaciones estructurales y culturales tornarse caminos para las enormes colectividades que se obstinan en vivir y descubren en la interdependencia el “secreto” de navegar en el mismo barco, para acometer la gran misión de trocar la Torre de Babel de mil y un idiomas en una marcha que ofrezca avistar un nuevo orden que dé sentido y horizonte a la existencia humana.
El drama que arrincona a la especie amenaza con ser tragedia existencial, por sus impactos traumáticos sobre el tejido comunitario y de entendimiento. Sobre sus formas de organizar la subsistencia y la reproducción.
La recuperación económica no va a ser uniforme ni tiene por qué ser equitativa, menos solidaria. Trazar acciones y rutas conjuntas en el horizonte de un desarrollo humano sostenible debiera ser orientación para el quehacer cotidiano, como ayer lo fue con la creación de instituciones globales como Naciones Unidas. Operación vital del conocimiento y de la política que habrá que actualizar, antes de que la estampida se apodere de todo escenario y tengamos que vivir las tragedias del desarrollo, esta vez a escala universal, de las que nos hablara Hirschman.