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El debate público

Pandemia, democracia, solvencia

Ricardo Becerra

La Crónica

25/10/2020

En un libro reciente (Behavioral Science ande Public Policy), C. R. Sunstein se pregunta si nuestras muy imperfectas democracias sabrán corregir y poner un alto a los gobiernos, cuyas gestiones de la pandemia han resultado desastrosas. No esta claro.

Estamos ante un “metaevento” que lo está determinando casi todo (como lo ha explicado Raúl Trejo en estas páginas): economía, ejercicio de derechos, húmor social, nuestra vida diaria y también la conversación publica. Y si. Donald Trump tenía razón en su queja del debate en esta semana: “sólo se habla de covid, covid y más covid”.

Así pues, el punto crítico es si en la hora decisiva -la hora de las elecciones- los votantes tendrán en su cabeza esta valoración  ¿el gobierno y su partido han actuado bien, decentemente, nos han cuidado o lo han hecho rematadamente mal?

Sunstein concluye, entonces, que antes de candidatos, mensajes y campañas, nuestras democracias tienen la obligación de convertir esa pregunta en la cuestión principal de las elecciones por una sencilla razón: no hay cosa más valiosa en nuestro tiempo que una gestión competente, razonada y solvente de esta crisis. Sin encauzarla o resolverla ningún otro tema de las agendas públicas encontrará solución.

Quizás por eso, el Presidente López Obrador y su coalición han sacado de sus chisteras todos los trucos distractores imaginables: desde la rifa de un avión hasta la devolución del penacho azteca, todo, con tal de no hablar ni rendir cuentas acerca de la pandemia en México pues sus números son descaradamente malos.

Llegamos a los 90 mil muertos reconocidos. El personal médico de nuestro país ha pagado demasiado caro su compromiso, pues aquí han fallecido más médicos, enfermeros, anestasistas, que en cualquier otro lugar. Todos los cálculos y todos los pronósticos de las autoridades han fallado (duración, intensidad, virulencia, localización, etcétera); la información con la que se ha gestionado el problema es muy defectuosa por falta de pruebas; el exceso de muertes duplica el número oficial y las instituciones internacionales vaticinan un fin de año aún más negro que la etapa que nos precede (110 muertes oficiales para diciembre, uno de cada 11 muertos por Covid en el mundo, habrán sido mexicanos).

Estamos pues, dentro de una maraña clásica que Jared Diamond ya identificó en Crisis (Cómo reaccionan los países en momentos decisivos): los desastres causan “fugas retóricas” de los gobiernos, precisamente para evadir la rendición de cuentas y eso se convierte en un ingrediente adicional del desastre mismo. No sólo el virus, sino los gobernantes, las decisiones y estrategias que han permitido al nuevo coronavirus multiplicarse sin control.

De modo que, lo mismo en Estados Unidos que en Nueva Zelanda, en Bélgica o en Chile -allí y donde se decide con el voto- el meollo de la política de nuestros días consiste en lograr que el debate público gire en torno al gran problema: la pandemia.

Si eso ocurre, de suyo, se modifican las coordenadas de la contienda y de la deliberación porque ya no se trata de apelar sentimientos o emociones (como en el “momento populista”) sino de razonar cómo y quiénes serán capaces de formular una solución al riesgo mortal en el que nos movemos.

Máriam Martínez Bascuñán en El País, ha visto en esta cuestión al “momento pospopulista” o sea, un escenario en el cual los electores dejan atrás las pasiones y demandan certidumbre, buscan asideros más sólidos, gestiones competentes.

Es un giro inesperado, como el virus mismo. Pero es cierto que la crisis sanitaria se ha vuelto un hecho tan grave y tan grande, tan prolongado en el tiempo, que desnuda a las retóricas populistas, empezando en la tierra de Trump. Según el New York Times del domingo pasado, el 43 por ciento de los electores norteamericanos considera a la política sanitaria como un gran fracaso en la América moderna, el principal pecado de su Presidente.  

La gran tarea democrática -entonces- es que la gestión de la pandemia se convierta en la vara para dicutir, medir alternativas, partidos y candidatos porque -sencillamente- de ella dependen nuestras vidas, la salida del estancamiento y la gran ansiedad generada por el virus.

De modo, que la pandemia habría llegado para dar un insólito servicio a las democracias en los tiempos oscuros: desecha a quienes no han entendido, podido ni querido gestionarla. Habrá llegado el momento de votar por la solvencia.