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El debate público

Los dilemas y los olvidos

 

 

 

Rolando Cordera Campos

El Financiero

18/10/2018

 

Se dice que las empresas y las personas, supuestamente racionales, asignan recursos, siempre escasos. La Economía Conductual y algún sentido común han puesto sitio a estos axiomas que en realidad nunca han llegado a ser teoremas.

Lo grave es que algunos monaguillos de la liturgia utilitarista devenida culto de la elección racional, han pretendido reorganizar los Estados para que se comporten como optimizadores racionales. La historia y la nuestra más reciente cuando reinó esta creencia, nos habla de otras voces y otros ámbitos, como rezaba el conmovedor relato de Truman Capote.

Los Estados, al tener que hacerse cargo de los desafíos emanados de la economía de mercado tuvieron que asumir su misión como la de administrar dilemas, inventar tiempo, alinear y realinear prioridades. En fin, forjar alianzas y coaliciones para darle a sus comunidades un mínimo de estabilidad y gobernanza.

Así surgió la economía política que Adam Smith volvería disciplina formal, pero siempre pensada como ciencia del Estado y la política, a más de filosofía moral que era su pradera de origen. Luego vinieron años, más de un siglo en realidad, de soberbia intelectual y arrogancia doctrinaria vueltas religión laica por las grandes construcciones neoclásicas.

El mundo real vivía la Bella Época de la primera globalización propiamente capitalista, del Patrón Oro y de la engañosa paz heredada de Westfalia. La “Alta Finanza”, al decir de Karl Polanyi en su extraordinaria “Gran Transformación”, desplegaba poderes y sabidurías y el mundo aparecía a los ojos de muchos como el imperio de la Pax Eterna buscada por Kant años antes.

Entonces vinieron los pánicos, las locuras y las crisis de los primeros años del siglo XX, la Primera Guerra y la Gran Depresión que, junto con la Gran Inflación Alemana, propició el desplome de las democracias europeas y el ascenso de los fascismos y, más allá, la dictadura estalinista. El mundo en llamas y mucha muerte.

En los asuntos del Estado propios de la gobernanza económica, los gobernantes hubieron de reaprender su papel con dolor y un poco de vergüenza. Los mercados no se autorregularon ni restauraron la dinámica económica hacia el empleo pleno, y las sociedades avanzadas experimentaron la miseria, la inseguridad familiar y la angustia generalizada. Los más sensibles visualizaron el derrumbe o la eventualidad de un estancamiento secular y el capitalismo fue puesto en el banquillo.

De aquel aprendizaje salieron grandes lecciones. La depresión podía enfrentarse y los mercados ponerse a trabajar si las naciones admitían sus imperfecciones y llamaban en su auxilio al Estado. El único actor político capaz de instalarse por encima de las señales de corto plazo del mercado y de actuar frente a las fuerzas del interés personal o grupal, articulado por la desdichada racionalidad optimizadora y egoísta.

De ese aprendizaje surgió el capitalismo democrático de la segunda post guerra y el reclamo del desarrollo entendido como derecho humano y de las naciones que emergían de aquella licuadora cósmica. La reforma del capitalismo fue entendida como reforma social y política, en verdad como reforma del Estado, como el gran camino para asegurar nuevas y mejores formas de coordinación e integración social y política.

Y funcionó, hasta que aquel mecanismo de innovación, productividad y reparto se trabó y el mundo y sus mercados empezaron a resentir nuevas e inéditas presiones y reclamos. Empezó a fraguarse otra globalización, cada vez más distante de la ideada en Bretton Woods y otra reforma del Estado, esta vez en consonancia con paradigmas inasimilables por las mayorías del bienestar que la democracia de masas necesitaba y que la gran confrontación de la Guerra Fría veía como indispensable.

La política se impuso a la mala y hasta por la buena y la revolución de los ricos con Thatcher y Reagan a la cabeza se implantó como pensamiento único, impuesto a sangre y fuego en Chile, Argentina y Uruguay. Sigilosamente, en el resto de la región y buena parte del planeta.

De crisis en crisis, la coalición gobernante mexicana acogió este reclamo de cambio y el país entero estrenó un nuevo “modelo”. La economía abierta y de mercado nos haría libres, buenos y prósperos.

Con libre mercado, el Estado heredado de la Revolución al fin se modernizaría y volvería racional y optimizador. Pasarían a su archivo muerto las arcanas lecciones tan bien aprendidas por don Eduardo Suárez y magistralmente aplicadas por Ortiz Mena. Administrar recursos (financieros) en vez de dilemas (políticos, sociales), fue la práctica que resumió todo lo desaprendido por el Estado y la sociedad. ¡Y a qué costo!

Tenemos que volver a aprender, con dolor y humildad y sin miedo a las verdades dizque consagradas…De esto deberíamos hablar, en vez de andar por los aires en busca de aeropuerto.