Ricardo Becerra
La Crónica
18/10/2022
Soy de las personas que defiende no señalar cuánto tiempo les llevó enterarse que @lopezobrador_ era militarista, demagogo y autocrático pero en serio que me pregunto ¿por qué le creyeron?”. Esa cita la pergeñé el 28 de agosto pasado, en redes sociales, pero miren esta otra: “No es que se haya traicionando a sí mismo, como se justifican ahora los ingenuos que le votaron. Es que les MINTIÓ y ellos se lo creyeron. Yo no …y conste que se los dije”.
Son los severos, presentes en la prensa, en muchos libros, en twitter, Facebook, en la sociedad civil y en los partidos políticos de toda índole.
No tiene sentido citar nombres, ni señalar a los jueces o a los culpables que sentencian, pero sí el sentido y la pulsión de su condena, que es muy extensa: los desafectos, arrepentidos o los que ahora reconocen la maldad o la incompetencia del gobierno obradorista, deben expiar su culpa, deben ser moralmente juzgados antes de aceptar cualquier reconversión.
“Hay quienes pretenden justificar el apoyo que le dieron a López Obrador diciendo que éste se traicionó a sí mismo. Falso. AMLO siempre mostró su autoritarismo e ineficacia…” dice una personalidad muy influyente. Y el 3 de septiembre una cuenta se parapetó en un pedestal y reclamó: “¿Sabes desde cuándo ha hecho eso AMLO? Desde diciembre de 2000. Lo promoviste. Votaste por él. Y 22 años después dices «comencemos».
Son ejemplos tomados casi al azar, omnipresentes de esa legión que “siempre tuvo la razón”. Muy bien, pero ¿de esa manera se podrá derrotar democráticamente a la coalición de López Obrador?
Albert O. Hirschman lo tenía bastante claro desde 1970. Si una organización, un gobierno, un Estado o un régimen dañoso o podrido se terminaría, es porque una buena parte de la gente que lo ha habitado, que ha estado dentro de él, beneficiaria de sus artilugios -sin embargo- por fin, decide separarse. Pero para que eso ocurra, debe encontrar una salida, una avenida, una recepción en otra parte. De lo contrario, seguirá dando vueltas en los vericuetos de la lealtad o, si bien le va, quejándose internamente sin mas efectos que el malestar personal.
Se trata pues, de “la salida” y la oposición, si no es igual de cerrada y embebida de sí (como los autoritarios), debe crear las condiciones para recibir a los desafectos. Recibir su salida no equivale a aceptar sus tesis o mitologías: es articular un clima que sepa señalar lo inaceptable, lo dañino y lo destructivo del gobierno desde donde viene, pero sin pedir demasiados pasaportes morales, cartas de buen comportamiento o antecedentes libres de cualquier error. Si no sabemos crear esa flexibilidad política y moral -cuyo límite es no aceptar a los delincuentes o criminales- entonces la coalición hoy gobernante seguirá siendo mayoritaria.
En su libro, ya clásico, Levitsky y Ziblatt afirman “la actitud de los opositores con los desafectos ha sido crucial en la Venezuela de Chávez… un factor que ha fomentado su división y poco crecimiento” (p.242).
La supuesta superioridad personal o política de quienes “siempre se han opuesto a López Obrador” puede acabar siendo un paradójico elemento de triunfo y permanencia del señor. Algo así como lo que narra la formidable novela de J. Littell: «Predicaban con el ejemplo, y no había en ellas más que la voluntad más absoluta de bondad, de hacer el bien, de beneficiar a sus semejantes. Una forma de ser, granítica que exigía a sus semejantes una verticalidad, la misma implacable actitud de quien siempre se ha dedicado -según ellas mismas- a la abnegación. Los demás no merecían su pertenencia. Murieron solas». (Las benévolas).
Con franqueza: casi nadie que haya vivido más de 18 años, cumple ese estándar, nuestros yerros están por todas partes, dispersos en nuestras biografías y al mismo tiempo, deberíamos saber que si el continente de Morena (que incluye de todo) no se divide, la probabilidad de reconstruir al país y sustituirlos democráticamente, se reducirá dramáticamente. Por eso, todos aquellos que exigen credenciales de buena conducta política a quienes provienen de ese mundo, tienen que empezar a moderar su implacable severidad.