Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
02/08/2021
Tenemos una sociedad tan desmemoriada que Netflix se está convirtiendo en una de nuestras anclas con el pasado reciente. La película sobre Manuel Buendía relata en grandes y a veces toscos trazos el crimen de ese periodista, el 30 de mayo de 1984, así como algunos rasgos de su trabajo periodístico. Aunque la película deja dudas sobre ese asesinato, se sabe con certeza quiénes lo ejecutaron.
La gabardina que vestía con frecuencia, los anteojos negros aparentemente necesarios por una fotofobia, la audacia con la que cuestionaba a influyentes poderes fácticos y su conocida propensión a cargar una pistola, eran parte una personalidad extravagante que el mismo Buendía quiso adjudicarse. Con sorna decía que su oficina, en Insurgentes casi esquina con Londres, era la Mexican Intelligence Agency, MIA, parodia de la CIA estadounidense.
El periodismo de Buendía se alimentaba de confidencias obtenidas fundamentalmente entre personajes del mundillo político.
No era un periodista contestatario, pero su columna Red Privada contrastaba con la opacidad de una prensa fundamentalmente complaciente con el poder y repleta de simplezas.
Buendía cultivaba la cercanía de muy variados personajes de la elite gobernante pero rechazaba los sobornos y prerrogativas que articulaban la relación entre muchos periodistas destacados y el Estado. No estaba supeditado a una sola fuente de información ni de financiamiento. Por lo general se abstenía de cuestionar al presidente pero con ironía, y a veces con documentación contundente, develaba atropellos de caciques sindicales, empresarios codiciosos, gobernadores grotescos o grupos de ultraderecha. En ocasiones simplemente informaba de asuntos ajenos al escrutinio público como las actividades de agentes de la CIA en México, o las maniobras para apuntalar a regímenes militares en otros países.
No era ajeno a desplantes de prepotencia. El caricaturista Eduardo del Río, Rius, relató que Buendía, siendo director de La Prensa, en la primera mitad de los años 60, lo despidió de ese diario de mala manera. Cuando le preguntó por qué, le respondió que no tenía por qué darle explicaciones y de un cajón de su escritorio sacó una pistola que colocó sobre la mesa. Años después, de acuerdo con la misma narración, Buendía se disculpó con Rius.
No era hombre de dinero. Su casa en Lindavista la compró a plazos y el enganche lo pagó con un premio que ganó en la Lotería Nacional. “No tengo negocios, ni concesiones, ni he conseguido unas cuantas licencias para restaurantes” escribió en una carta en 1982.
Estos datos aparecen en Buendía. El primer asesinato de la narcopolítica en México de Miguel Ángel Granados Chapa(Grijalbo, 2012). Amigo muy cercano de Buendía, Granados Chapa escribió ese libro en sus últimos meses de vida, hace 10 años. Ese relato se complementa con un texto del también periodista Tomás Tenorio Galindo a partir del expediente del proceso a los asesinos de Buendía.
Allí se narra que en la primavera de 1984 Buendía supo que José Antonio Zorrilla Pérez, titular de la Dirección Federal de Seguridad, protegía propiedades y operaciones de narcotraficantes como Rafael Caro Quintero. Un antiguo amigo de Zorrilla, José Luis Esqueda, que trabajaba en la Secretaría de Gobernación, “le hizo llegar al columnista por lo menos tres sobres con información sobre los vínculos de Zorrilla y la DFS con el narcotráfico”, escribió Tenorio. Esqueda fue asesinado en febrero de 1985 por tres agentes de la DFS.
El periodista le tenía confianza y aprecio al director de la Federal de Seguridad. Dos semanas antes del asesinato Zorrilla le llamó en la madrugada. En una conversación con “palabras altisonantes”, Buendía lo alertó: “Retírate de lo que estás haciendo, vete, sal del país, estoy enterado de muchas cosas, vete”. Eso relató durante la indagación judicial doña Dolores Ábalos, viuda de Buendía. En aquellos días de mayo de 1984 Red Privada se refirió un par de veces, sin muchas precisiones, a la expansión del narcotráfico en varios estados.
Cinco años más tarde, gracias a la perseverancia de los periodistas que insistieron para que se indagara y castigara el asesinato, Zorrilla y cuatro ex agentes de la DFS fueron encarcelados. El comandante Juventino Prado en 1989 declaró ministerialmente que Zorrilla, su jefe en la DFS, le encargó que escogiera a un agente para asesinar a Buendía. El seleccionado fue Juan Rafael Moro Ávila quien, a su vez, invitó a esa tarea a su ayudante oficioso José Luis Ochoa. Moro dice que él solamente condujo la motocicleta en donde huyó el asesino pero Juan Manuel Bautista, asistente de Buendía y testigo del crimen, lo identificó sin dudas como el autor de los disparos.
El comandante Raúl Pérez Carmona y la agente Sofía Naya Suárez supervisaron esa “operación” desde un departamento en un edificio cercano a la oficina de Buendía. Prado, Moro, Pérez Carmona y Naya fueron sentenciados por ese crimen. A Ochoa lo asesinaron poco después de la muerte del periodista.
Zorrilla fue condenado a 35 años de cárcel (luego reducidos a 29) por los asesinatos de Manuel Buendía y José Luis Esqueda. En 2009 salió de prisión pero fue reaprehendido por no respetar las reglas de la libertad condicional. En 2013 se le permitió cumplir en su domicilio los cinco años de reclusión que le restaban.
Como es bien sabido la DFS era parte de la Secretaría de Gobernación, encabezada por Manuel Bartlett. Hay muchas especulaciones al respecto pero no se han conocido evidencias de que, al disponer el asesinato de Buendía, Zorrilla haya actuado por instrucciones de sus superiores.