Ricardo Becerra
La Crónica
14/12/2021
Sin rodeos: las decisiones en torno al salario mínimo y buena parte de la política laboral del presente gobierno, se encuentra entre lo poquísimo a rescatar de su gestión. Tales decisiones han mostrado, con rotundidad, que los temores en torno al incremento del salario mínimo eran un prejuicio, una sospecha sin sustento, un espantapájaros ideológico. Vean las cifras.
En el último año de Peña Nieto -cuando los temores de Castrens y de González Anaya gravitaban como plomo en la política económica nacional- el salario mínimo estaba amarrado a los 88.4 pesos diarios: ni para comer. Para el año 2022, el mismo salario asciende ya a 173 pesos, en términos reales (descontando la inflación) el aumento representa el 75.3 por ciento, en solo tres años, sin efectos adversos en nada: ni en el empleo, ni en la inflación, ni en la operación de las empresas. ¿Porqué? Porque era -sigue siendo- un salario extremadamente bajo, su ascenso es perfectamente asimilable por los establecimientos, lo mismo formales e informales.
Sigamos con los datos. Según el último censo económico del INEGI (2019), los costos laborales (lo que las empresas típicas pagan para sueldos de sus empleados) representa el 10 por ciento del total de su operación en México. En Estados Unidos es cuatro veces mayor, en Europa 4.2 y en Israel 4.6. O sea: los famosos “modelos econométricos” no son universales, subir el salario significa cosas muy distintas, en distintos lugares. Todo depende del costo inicial. La repercusión de un alza del 10 por ciento representa una cosa en Tel Aviv (6 dólares diarios por trabajador), y otra cosa muy distinta en la Ciudad de México (poco más de medio dólar).
Sigamos. Se dice con preocupación, que atravesamos un momento de alta inflación: 7.4 por ciento. Pero se debe decir, asimismo, que el INEGI, en ningún lugar, apunta a los salarios como un componente causal de la inflación presente, a pesar de los aumentos salariales ocurridos en 2019, 2020 y 2021.
Las fuerzas inflacionarias reales, están en otra parte: los energéticos, las nuevas tarifas de invierno en la zona norte del país, las alzas de productos agropecuarios y en el difuso efecto mundial del retraso en las cadenas de suministro. Los salarios no pintan.
Una última cifra: incluso el salario mínimo en los municipios de la frontera norte, esos que vivieron un alza insólita y muy mal explicada, de cien por ciento, en el primer año de López Obrador, siguen estando en un nivel ridículo: los sueldos base mexicanos representan el 13.9 por ciento del salario mínimo en California, Arizona y Texas. Allí no más, cruzando la frontera. ¿Se dan cuenta del deterioro real en el que estaba y sigue hundida, la estructura de ingresos laborales en México?
Y algo más: algunos laboralistas piden que el salario mínimo se vuelva a vincular al cálculo de las pensiones. Mala idea. Las pensiones deben ser discutidas y ajustadas en su propia ley y por sus propias necesidades, usando a la unidad de medida y actualización (UMA) como lo que es: una herramienta. Las pensiones no tienen porque crecer en consonancia mecánica con la UMA, pueden hacerlo multiplicando por 1.2 o 1.4 UMA´s, cosa que depende de la capacidad de la bolsa de ahorros disponible, no del salario mínimo presente, que se paga en otra parte. El problema de las pensiones se solucionará, si dejamos que el salario crezca y por lo tanto, que los trabajadores adquieran capacidad de contribución. Hay que dejarlos crecer, pues si los salarios mínimos no alcanzan para subsistir, olvídense ya de las pensiones futuras.
Este es un debate que no tiene el lugar que se merece. Y no podrá avanzar en medio de tantos malentendidos, confusión y ambigüedad.