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El debate público

Mito y engaño de las consultas populistas

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

27/12/2021

La supeditación de decisiones fundamentales del Estado a la opinión de los ciudadanos en las urnas a través de consultas y plebiscitos, a la que es tan afecto el populismo, puede parecer democrática pero en realidad se trata de una distorsión de los regímenes representativos. La investigadora Guadalupe Salmorán Villar ha explicado con claridad: “habría que preguntarse si la mayor participación implica necesariamente más (o mejor) democracia. Si bien en un régimen democrático es indispensable la intervención de los ciudadanos en el proceso de formación de la toma de decisiones políticas, no toda forma de manifestación de voluntad de los ciudadanos sobre los asuntos de la vida pública es en sí misma democrática. Los plebiscitos, por ejemplo, son instrumentos participativos que han servido como fuente de legitimación a varios regímenes autocráticos” (Populismo. Historia y geografía de un concepto. UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2021).

Las consultas en urnas sobre temas específicos pueden ser útiles para involucrar a los ciudadanos, especialmente en localidades y regiones. Tratándose de asuntos que afectan a toda la sociedad, en un territorio amplio, esos mecanismos de decisión resultan riesgosos porque se limitan a opciones polares, profundizan la confrontación y no la construcción de acuerdos y someten a los ciudadanos a procesos en donde la propaganda y las fidelidades políticas pesan más que los argumentos.

En una sociedad de masas, que por lo tanto es compleja y diversa, la única democracia que puede funcionar, a pesar de las distorsiones que llegue a sufrir, es la de carácter representativo. En el parlamento se ventilan e, idealmente, se discuten y se concilian diferencias. De esa forma son reconocidos los matices que siempre tienen los asuntos públicos, más allá de la polarización que se suscite en torno a ellos.

Las consultas en urnas y el referéndum, aunque parecen democráticas, terminan por deformar el carácter esencial que la democracia tiene en la discusión y las decisiones consensadas. El propósito de la política en las sociedades desarrolladas es articular acuerdos y eso únicamente se consigue cuando las diversas partes interesadas ceden algo en beneficio de alcanzar una determinación conjunta. Cuando existen dos opciones inflexibles y nada más que esas, no hay acuerdo posible.

Giovanni Sartori advirtió esas limitaciones: “El referéndum es típicamente una decisión de one-shot, sólo de un golpe, que le corta la cabeza al toro: quien gana, lo gana todo; quien pierde, lo pierde todo; y aquí se acaba el problema en cuestión. De ello se deriva que el referéndum, no es un buen método de resolución de los conflictos. Si se usa sin discernimiento es también un método de recalentamiento de los conflictos. Hay que ser claro: lo asombroso no es tanto que el referéndum produzca resultados de suma cero; es que —entre todos los métodos de afrontar los conflictos— es el que más deja a las minorías ‘intensas’ y/o ‘informadas’ a merced de mayorías movilizadas por medio de estereotipos, o bien de mayorías, relativamente desinformadas e indiferentes, que deciden desordenadamente” (Elementos de teoría política. Alianza Universidad, Madrid, 1992).

Sí o no: esa disyuntiva es perfecta para la polarización y el maniqueísmo que promueven los líderes populistas. Toda la sociedad se tiene que allanar a una de las dos opciones que se le presentan. Una parte, respaldará la propuesta del líder populista; la otra, se le opondrá. Lejos de resolver un problema o dilema, el referéndum, sea cual sea su resultado, lo profundiza. El conflicto entonces se intensifica —se recalienta, como bien dijo Sartori—.

Volvemos con Salmorán, cuyo reciente libro es una estupenda y ordenada revisión de la idea de populismo en el pensamiento político: “Los instrumentos refrendarios y plebiscitarios constituyen, en sí mismos, una simplificación y, en consecuencia, una distorsión de los temas a resolver, pues reducen la decisión a sólo dos alternativas posibles: sí o no. La esencia de la democracia reside en cambio —parafraseando a Kelsen— en la confrontación y discusión de los distintos puntos de vista existentes en una sociedad respecto de los asuntos de interés colectivo”.

La polarización en las decisiones acompaña a la polarización de las opiniones promovida por gobiernos y líderes populistas. La confrontación siempre es parte de la vida pública: no hay un solo asunto relevante sobre el que no existan posiciones encontradas pero, también, peculiaridades, o puntualizaciones que hacen imposible la unanimidad. La democracia existe, precisamente, para que esa variedad de opiniones no obstaculice sino, al contrario, enriquezca las determinaciones que afectan a todos.

De allí la necesidad de la deliberación pública. Cuando tienen información suficiente, los ciudadanos pueden discutir los temas que les conciernen, asumen posiciones y orientan los acuerdos que tomarán sus gobernantes o representantes. Para ello hace falta que la información de los asuntos públicos sea completa, suficiente y accesible. Los medios de comunicación desempeñan un papel cardinal para propagar esa información y como impulsores y vehículos del debate público, siempre y cuando tengan libertad suficiente. No hay deliberación plena cuando a la sociedad se le confunde con “otros datos”, o si a los medios se les desacredita y persigue desde el poder político.

La deliberación conduce a los acuerdos cuando existe un auténtico parlamento. Democracia es intercambio, reconocimiento de los otros como interlocutores y reglas para discutir y decidir. En el parlamento, o congreso, como indica la doctora Salmorán, “deben ser expresadas y recreadas las diversas orientaciones políticas de los ciudadanos. La función de las asambleas en una democracia no es reflejar la (supuesta) voluntad unitaria e unívoca del ‘pueblo’ como sugiere el populismo, sino las diversas tendencias y aspiraciones políticas presentes en sociedad, a partir de las cuales, y mediante la discusión y confrontación de las mismas, sea posible tomar las decisiones de interés colectivo”.

Así debería ser nuestra democracia. Así hemos de empeñarnos para que sea, en vez de enturbiarla con engañosos remedos que no son democráticos y que intensifican la polarización populista.