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El debate público

Nada nos sale bien

Rolando Cordera Campos

La Jornada

09/05/2021

«Nada nos sale bien«. ¿Es que todo está mal? ¿Todo se malogró? Preguntas que, me parece, pueden resumir bien el panorama sentimental de los mexicanos ante la tragedia de Tláhuac. Nuestro desconsuelo. Se las debo a un buen amigo y colega, con quien compartí las angustias y el dolor de las primeras horas.

Como país, no hemos superado la maldición del cortoplacismo y la miopía política, las decisiones de botepronto, pragmáticas dicen algunos ilusos. La obra pública, en particular, resiente el impacto de una política estatal carente de horizonte y criterios de evaluación aceptables. Vamos de la ocurrencia a la incuria con saldos negativos y letales para núcleos masivos de población. Nos sentíamos orgullosos de que la ingeniería mexicana aliada con el Estado había pavimentado México, sembrado presas y canales, electrificado el territorio y abierto una red carretera que, aunque insuficiente, era muestra fehaciente de lo que podía hacerse para construir bien y conforme a grandes visiones, planes y programas realizables por necesarios y creíbles.

Hoy, los problemas no resueltos se apoderan de la agenda pública y las ideas se disgregan. Pasan los días sin que la sensación de desamparo disminuya y la tragedia del Metro profundiza la incertidumbre colectiva que se vuelve razón práctica.

La tragedia se cuenta en muertos y heridos, pero también en las omisiones, los usos y abusos que nos saltan a la cara y la memoria, junto con los que ahora buscan lucrar de la desgracia. La cruda realidad mexicana cruzada por la tragedia y la adversidad de todos los días desdibuja el futuro y opaca toda opción. Reconstruirlo reclamará paciencia y compromiso, pero también ingenio y destrezas. Sabiduría que no se improvisa y que debe convocarse, comprometerse y respetarse. No es aceptable el juego irracional de buenos y malos, patriotas y traidores a que quiere llevarnos el Presidente. Por ahí sólo vamos al pantano.

El momento exige la inteligencia de todos los actores, miradas racionales que permitan vislumbrar salidas y den sustento a una voluntad ciudadana nutrida en la razón y la conciencia sensata de la gravedad de la situación. Con elecciones y después de ellas, este socavón nos trajo a las entrañas del México actual para ponernos ante un horizonte ominoso que no admite pensamiento simple o binario. Lo que está frente a todos es la reconstrucción de nuestro servicio público de salud, pero también la de las bases mismas de lo que ha sido y puede ser nuestro desarrollo. No habrá tal sin impartición de la justicia y la clara identificación de responsabilidades, pero poco avanzaremos si so pretexto del reclamo justiciero soslayamos nuestro recuento a fondo de lo que hicimos y dejamos de hacer; lo que hicimos mal y corregimos; lo que obtusamente pusimos bajo la alfombra. Nada de esto se puede hacer en soledad o rodeado de incondicionales, muchos de ellos ignorantes o insensibles de lo que está en juego.

El Presidente ha optado una vez más por una salida antipolítica y sin base alguna acusa al INE de las desventuras que ha tenido o vaya a tener nuestra democracia. Añade a este despropósito, la acusación de traición a la patria al empresario Claudio X González y sus colaboradores, por recibir fondos externos y dedicarlos a conspirar contra el gobierno.

No sólo son del todo inapropiados el lenguaje y los modos presidenciales para dirimir litigios y confrontaciones políticas. En los hechos, se quiera o no, se trata de dichos y hechos que atentan contra la salud del Estado y la solidez de su lugar en el mundo.

La democracia y su Estado de derecho son puestos en entredicho y es obligado exigir un alto en este camino al abismo y restablecer pronto el diálogo político democrático. Ese que echamos de menos cuando arrancó el discurso transformador que llegó al poder del Estado y se constituyó como tal gracias a la democracia misma.

La Tristeza Mexicana, bien lejos de aquella Grandeza Mexicana de Bernardo de Balbuena que recreara Salvador Novo, exige elevar la mirada sin dejar de ver lo que hoy nos arrincona. Desde el dolor y la angustia trágicos, hay que reinventar sueños e imaginaciones y asumir que más allá de ellos puede haber un territorio habitable e inspirador. A condición de que sea para todos, porque todos lo hemos hecho.