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El debate público

No hay fecha que no…

José Woldenberg

Reforma

19/01/2017

Mañana asumirá como presidente de Estados Unidos Donald Trump. Ni modo, como dice el dicho: «no hay plazo que no se cumpla». Y el malestar y el nerviosismo resultan crecientes y no existen signos para revertirlos. Un hombre elemental, cargado de prejuicios, subinformado, arrogante y caprichoso, asumirá el gobierno de la mayor potencia del mundo. Y los pronósticos no solo son reservados sino ominosos.

En esta situación tuve el privilegio de escuchar una exposición informada y sugerente de Tonatiuh Guillén, presidente de El Colegio de la Frontera, que presentó, además de una reflexión, cifras y cuadros dignos de tomarse en cuenta cuando se analizan las relaciones entre México y nuestro vecino del norte. Son datos que subrayan una interdependencia, si se quiere asimétrica, que se ha venido construyendo con el paso de los años y que están y estarán ahí con y sin el demagogo. La economía, la población y las migraciones han venido forjando realidades que en sí mismas son elocuentes pero que pueden leerse -como está sucediendo- para «bien» o para «mal» (como casi todo). (Todos los datos que siguen están tomados de dicha ponencia).

En el terreno comercial, por ejemplo, Estados Unidos importó desde México, en el año 2015, 296 mil millones de dólares y exportó a nuestro país 234 mil millones. Se trata de cifras difíciles de asir y aquilatar pero que en comparación con el comercio de otros países pueden evaluarse mejor. El monto de las importaciones de Estados Unidos desde México es prácticamente igual que las que realiza desde Canadá y es el 61 por ciento de las importaciones a Estados Unidos provenientes de China (483 mmd). Brasil, por ejemplo, sólo exportó, ese mismo año, a EU 27 mmd y Japón 131, lo que quiere decir, que somos el segundo o tercer exportador hacia el país del norte.

En Estados Unidos viven 11.7 millones de personas nacidas en México (independientemente de su situación migratoria), 11.5 millones nacidos en Estados Unidos de padres mexicanos, y otros 10.5 millones con «herencia cultural mexicana». En un estado como Nuevo México, con una población de 2 millones de habitantes, 994 mil son de origen «latino» y en California con 38.8 millones, 14.9 tienen ascendencia «latina». Son números que reflejan una realidad demográfica cambiante y que cuando uno se asoma a las pirámides de edades de «latinos» y «blancos», observa que los primeros crecen mucho más que los segundos.

Pero por otro lado, y como información para quien pretende edificar un muro en toda la frontera, la migración de mexicanos hacia Estados Unidos ha venido decreciendo de manera consistente desde 2008. En 2006 fueron 816 mil, en 2007, 858; en 2008, 748. Y de ahí en adelante la cifra no ha hecho más que menguar: 2009, 630; 2010, 493; 2011, 317; 2012, 276; 2013, 280; 2014, 165 y 2015, 96. De igual forma las deportaciones también tienen una tendencia a la baja: 2007, 573 mil; 2008, 566; 2009, 549; 2010, 418; 2011, 357; 2012, 352; 2013, 298; 2014, 214 y 2015, 175. Son cifras enormes y cada caso seguramente es dramático, pero la línea decreciente se puede apreciar.

Esas realidades ilustran una interdependencia económica relevante y una población de origen mexicano que de ninguna manera resulta marginal. Pues bien, como ya ha empezado a hacerlo, aún antes de asumir la Presidencia, Trump puede intentar alterar los flujos comerciales. Sus amenazas a empresas que pretendían o pretenden invertir en México, sus chantajes en relación a establecer aranceles más que elevados a quienes deseen exportar a Estados Unidos desde México (aún en contra de las disposiciones expresas del TLC), su retórica que quisiera circunscribir las inversiones norteamericanas a sus propias fronteras, están ya afectando la economía mexicana. Su resorte xenófobo puede volver a incrementar las deportaciones, al tiempo que ponga en marcha un proyecto irracional y agresivo como el del muro en la frontera. Y su retórica antimexicana puede potenciar un ambiente aciago para las comunidades latinas.

Porque las cifras sin duda apuntan (¿o apuntaban?) a una mayor interdependencia, pero la política (la mala política: la que exalta lo propio y convierte a «los otros» en los culpables de todas sus desgracias) puede dinamitar mucho de lo construido.