Jacqueline Peschard
El Universal
09/05/2016
Después de varios meses de silencio de los políticos mexicanos ante la campaña xenófoba y racista de Donald Trump, hoy que es inminente su candidatura republicana a la presidencia norteamericana, se ha desatado una suerte de competencia mediática entre algunos miembros de la clase política para ver quién parece más patriótico y así ganar credibilidad interna. Algunos dirigentes políticos se han envuelto en la bandera tricolor para anunciar que buscarán incidir en el ánimo de los migrantes mexicanos para que no voten por Trump. Así lo señaló, por ejemplo, la senadora panista, Mariana Gómez del Campo. Eruviel Ávila, el gobernador del Estado de México, fue más allá del discurso inflamado al declarar a la prensa nacional que desplegará una campaña informativa anti-Trump entre la comunidad latina en EU, eso sí, respetando las normas de aquel país. ¿Hay alguna duda de que es oportunismo puro?
Ante tal despropósito, además de preguntamos con qué recursos públicos y a través de qué medios va a lanzarla, habría que considerar qué pasaría si fueran nuestros vecinos los que abiertamente decidieran influir en el voto de nuestros ciudadanos. ¿Cómo reaccionaríamos ante semejante pretensión de parte de autoridades norteamericanas? Seguramente lo viviríamos como una reprobable intromisión en nuestros asuntos internos. Acá, se quiere presentar como un valiente pronunciamiento.
Lo que denotan estas reacciones de algunos gobernantes es que comparten una cultura política atrasada, fincada en sentimientos primarios antinorteamericanos, que no se hacen cargo de que el imaginario colectivo de los mexicanos es ahora más complejo y sofisticado; que los ciudadanos sabemos distinguir entre las agresiones de un precandidato extemo y los deficien tes resultados económicos y sociales de los gobiernos locales y federal y del creciente descontento de la población con la situación imperante.
Tal parece, como bien señalara Andrew Selee, del Centro Woodrow Wilson de Washington DC, que se vuelve a recurrir a la vieja práctica de apostar a que duros posicionamientos en contra del vecino del norte sirvan para compensar el descrédito político interno. El mido mediático que provocan esos discursos, inspirados más en el síndrome del niño héroe, que en un verdadero análisis y diagnóstico de lo que significa Tmmp para nuestras delicadas relaciones bilaterales, sólo sirve para confirmar las limitaciones, o de plano la ignorancia de algunos políticos, cuando no el desprecio que tienen por los gobernados.
¿De verdad piensan que con enviar cartas o mensajes por internet a nuestros connacionales se logrará revertir el apoyo con el que cuenta el multimillonario? ¿Con qué autoridad moral se quiere sustentar la campaña de convencimiento? Si no fuera porque debemos tomamos en serio el problema, parecería que lo que hay detrás es una profunda ingenuidad que en política es una mala consejera. Está claro que la respuesta de México a la amenaza que representa Trump tiene que ser de carácter diplomático y, en ese sentido, político, utilizando los canales institucionales que existen en una relación tan complicada como la de dos países que compartimos una frontera extensa.
Como bien ha señalado Paulo Carreno, subsecretario para América del Norte de la SRE, en el contexto actual y de cara al proceso electoral norteamericano, la alternativa es desplegar una estrategia de comunicación profesional, orientada a mejorar la imagen de México, con datos duros e información fundamentada, utilizando todas las herramientas diplomáticas, incluida la red consular y los aliados con los que se cuenta. El patrioterismo no es la salida.
Sólo con recursos profesionales lograremos reforzar nuestra agenda bilateral, independientemente de quién sea el próximo presidente de EU, porque eso no depende de nosotros.