Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
25/05/2020
Las pantallas nos permiten sobrellevar la pandemia. Hace un cuarto de siglo la profesora Sherryl Turkle escribió una de las primeras investigaciones sobre el tránsito del televisor a internet y las maneras como definimos nuestras identidades frente a las pantallas. Aquel libro termina recordando Hacia el fin del mundo, la película de Win Wenders en donde un científico registra las señales electromagnéticas del cerebro para grabar los sueños. Seducidos por sus propios sueños, los personajes de Wenders deambulan monitor en mano. Turkle se apoyaba en aquellas escenas para advertir contra el riesgo de extraviarnos en los mundos virtuales (La vida en la pantalla, Paidós, 1997).
En las pantallas digitales hoy trabajamos, nos encontramos, nos divertimos —es decir, nos entretenemos pero además nos escapamos—, compramos y hacemos gestiones, podemos recibir atención médica o aprender un sinnúmero de cursos, durante la reclusión que impone la pandemia. La distancia a la que nos convocan la responsabilidad, el miedo y la precaución, es física pero gracias a internet no tiene que ser necesariamente social. Por supuesto ése es privilegio de quienes podemos quedarnos en casa mientras quienes desempeñan actividades esenciales en hospitales, centros de abastecimiento y tiendas, servicios urbanos y de mensajería, la infraestructura de telecomunicaciones y los medios, entre otros, se arriesgan a diario para que tantas cosas sigan funcionando.
Zoom se ha convertido en salón de clases, sala de juntas y hasta en la mesa de restaurante en donde antes nos encontrábamos con otros. Hasta ahora por lo general la comunicación en línea era persona a persona. Recorrer internet habitualmente ha sido una experiencia solitaria. Había espacios de encuentro con otros, como los antiguos salones de chat en donde se podía conversar, pero ese intercambio no era necesariamente sincrónico. Zoom y otros servicios de encuentro colectivo en línea le dan a la conversación el atractivo de la simultaneidad y, sobre todo, de la imagen en directo. A diferencia de los espacios digitales que nos enlazan en singular, Zoom nos conecta en plural.
La imagen siempre tiene una fuerza magnética que en este caso es recíproca. Mirar a los otros implica, en Zoom, que ellos nos miren a menos que desactivemos la cámara de la computadora. En esos espacios de encuentro, de manera más evidente que nunca, los usuarios de internet construimos nuestras identidades según la circunstancia y los interlocutores que tengamos. En parte en broma pero en algunos casos con verosímiles recursos digitales, hay quienes colocan en sus sesiones de Zoom fondos virtuales para aparentar que están rodeados de una decoración que en realidad no tienen. En sus comparecencias en Zoom hay quienes muestran paredes adornadas con libros para definir rasgos de su identidad. Una cuenta en Twitter, @BCredibility, exhibe y comenta exageraciones e imposturas en las colecciones de libros frente a las que aparecen políticos, periodistas u otros personajes públicos.
En diciembre pasado había unos 10 millones de personas conectadas cada día, en promedio, a reuniones en Zoom. Para fines de abril ya eran 300 millones. Google Meet, a su vez, congrega unos 100 millones de personas cada día. Cada quien, o su circunstancia, determina su escenografía. La pantalla cuadriculada con imágenes de otros nos recuerda aquella película de Hitchcock en donde James Stewart miraba a sus vecinos a través de La ventana indiscreta. Enrique Dans, especialista español en asuntos de cultura digital, asegura que ahora que las escuelas fueron reemplazadas con cursos en Zoom hay alumnos que, para engañar al profesor que está al otro lado de la pantalla, colocan videos de ellos mismos en donde se les mira con expresiones muy atentas.
Si Zoom reemplaza (nunca del todo, claro) a las aulas y salas de juntas, WhatsApp es el nuevo pasillo donde intercambiamos impresiones y murmuraciones. TikTok es un espejo delante del cual los más jóvenes gesticulan y danzan con más asiduidad y audiencias de lo que supondríamos. De 500 millones de usuarios que dice tener en el mundo, esa aplicación de origen chino tiene 20 millones de adherentes en México. La vida convertida en memes, el ridículo como contraparte de la realidad, la parodia frente a la pandemia, son recursos exultantes e insistentemente repetidos en TikTok.
Desde el encierro ajustamos nuestros hábitos de consumo. En marzo, las adquisiciones mexicanas de artículos de limpieza en Mercado Libre crecieron 403% y las de productos farmacéuticos, 114%.
El cine, ahora en pantallas de variadas dimensiones, es paliativo y escape respecto de la realidad. En la primera quincena de marzo en Estados Unidos se duplicó consumo de películas calificadas como dramas fantásticos (situaciones sobrenaturales, magos y brujas, etc). Ya que las familias están juntas, las películas sobre niños fueron vistas 97% más que en la quincena anterior. La contemplación de cintas de ciencia ficción aumentó 57% y los filmes sobre dramas apocalípticos, 53%.
En cambio el consumo de películas románticas disminuyó 70% y la audiencia de los videos sobre sketches de comedia cayó 66% (datos de Parrots Analytics). Para arrostrar una realidad que nos acosa, nada mejor que disimularla con relatos de situaciones inverosímiles. O quizá nos sucede que para convivir con una epidemia de ramificaciones tan extensas y con una omnipresencia que hace poco nos parecían inimaginables, nos alivia envolvernos en la ficción más extravagante.
Curiosamente, al menos durante marzo, el interés de los mexicanos para expresarse en Facebook no aumentó de manera notable. El año anterior, ese mes, hubo 3 millones 219 mil posts en los muros de esa red sociodigital y este año 3 millones 233 mil, en números redondos. Se trata de un incremento de apenas 0.43%. En contraste, este marzo los chilenos colocaron 53% más posts en Facebook que el año pasado, los brasileños 37% y los argentinos 9% más, de acuerdo con la empresa Comscore.
Quizá ese mutismo de los mexicanos en Facebook, en comparación con sus propios hábitos en línea, se debe a que se expresan en otras redes o a que, al menos en el inicio del encierro, permanecieron atónitos. En todo caso el tiempo que destinan los usuarios mexicanos a recorrer redes sociodigitales aumentó, al inicio de la contingencia, de 2 horas 57 minutos diarias, en promedio, a 4 horas con 12 minutos (según Nielsen – Ibope México).
No se necesita excesiva perspicacia para suponer que, en estas semanas de aislamiento físico, repunta la navegación en sitios de pornografía. El tráfico mundial en Pornhub.com aumentó 25% el 25 de marzo, cuando esa empresa ofreció acceso gratuito a su paquete premium con tal de que la gente se quedase en casa. A los clientes de ese sitio les piden que se laven las manos y practiquen la distancia social.
El mayor incremento, siempre respecto de los niveles de acceso antes de marzo, fue por parte de las mujeres interesadas en Pornhub. El 27 de marzo ellas consumieron 30% más de contenidos que en otras fechas, en tanto que los accesos a cargo de hombres aumentaron 26%. A diferencia del aumento mundial de 25%, el día de la oferta premium los usuarios mexicanos fueron 41.5% más y luego, durante todo abril, el incremento fue de alrededor de 30% en comparación con el trafico anterior a la pandemia.
El consumo descuidado de algunos contenidos a veces tiene consecuencias indeseables. En marzo, en América Latina, la propagación de virus en computadoras creció 131% en comparación con el año anterior.
Al autor de esta columna le han contado que hay una aplicación denominada Tinder que, también, durante la pandemia, es más utilizada que antes. Los y las interesad@s se asoman al catálogo en línea en donde encuentran damas y caballeros en busca de amistad, entendida de manera muy amplia. El usuario desliza el dedo sobre la pantalla del celular para mirar los perfiles de quienes así se muestran. Tinder ha comunicado que el 23 de marzo sus usuarios hicieron 3 mil millones de deslizamientos (swipes). Por lo general hay un promedio de mil 600 millones diarios de deslizamientos en las pantallas conectadas a Tinder.
Por otra parte Gleeden, que se define como un sitio de encuentros extraconyugales, ha dicho que durante el confinamiento el tiempo de conexión de sus usuarios aumentó de 2 horas y media, a tres horas cada día. Según la empresa, más de 11 mil de esos usuarios en México dijeron en una encuesta que, encerrados debido a la pandemia, el 8% extraña ver a sus amigos. El 68% lo que más echa de menos es tener sexo con su amante. En algunos medios se publicó ese dato como si expresara el comportamiento de todos los mexicanos, o solamente de hombres. Pero se trata de respuestas de usuarios y usuarias de ese sitio que, por cierto, presume de haber sido “pensado por mujeres”.
Atados casi todo el tiempo a las pantallas como aquellos personajes de Wenders, hay quienes se alejan de ellas por un rato. De los usuarios y usuarias de Gleeden en México, el 25% dijo que durante la cuarentena se ha escapado de su casa al menos en una ocasión para ser infiel de manera presencial. Ojalá que hayan llevado cubrebocas.