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El debate público

¿Qué hacer con el AICM?

Salomón Chertorivski

Reforma

23/07/2015

Si todo va bien, si planes y compromisos de las autoridades federales se cumplen, en el mediano plazo nuestro país tendrá un nuevo aeropuerto, más adecuado a una demanda que hace años ya ha sido desbordada. Bien por el país. Que esa obra avance con solidez y transparencia.

Si tal cosa ocurre -en consonancia- para la Ciudad de México se abrirá uno de los mayores desafíos para su desarrollo urbano: el terreno que dejará tras de sí el actual Aeropuerto Internacional (AICM).

Se trata de 710 hectáreas (más grande que Chapultepec, dos veces mayor que el Central Park de Nueva York), sólo que clavado en el corazón de la Ciudad, a tan sólo 5 kilómetros del Zócalo capitalino: un polígono privilegiado para la movilidad del oriente, norte y el centro de la Ciudad de México.

Es la oportunidad que varias generaciones de capitalinos nunca tuvieron y por eso el Jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, nos ha encargado realizar en los siguientes meses un ejercicio de imaginación urbana, social y económica; estudiar la experiencia del mundo; escuchar todas las voces y animar un debate público bien informado acerca de las posibilidades que tiene un terreno de esa dimensión, ubicado estratégicamente y dotado de una densa infraestructura urbana.

No creo exagerar si digo que nos hallamos en la antesala de una de las grandes deliberaciones que va a escenificar nuestra Ciudad e incluso nuestro país; porque esas 710 hectáreas que deja tras de sí el AICM concentran oportunidades para construir una infraestructura de equidad (ya no más desplazamiento de los más pobres), de habitabilidad, empleo, desarrollo económico, reordenamiento urbano, recuperación ecológica, hídrica -incluso lacustre-, rehabilitación de espacio público y planeación.

En suma: se trata de atisbar los siguientes 20 años de la Ciudad en un territorio enorme, mediante nuevas y obligadas pautas del desarrollo en la Capital de México. Lo que decidamos en ese terreno definirá lo que queremos ser en la Ciudad, el hábitat de las siguientes dos generaciones.

Llamo la atención sobre el método: la deliberación pública desde el principio, la información cierta, el conocimiento de lo que han hecho otras ciudades, tratar a nuestros ciudadanos como adultos capaces de participar y reconocerse en un proyecto urbano practicable.

Por eso, en los siguientes meses, la Secretaría de Desarrollo Económico ha recibido el encargo de realizar dos grandes foros, cobijados por una misma temática: «La gran transformación urbana».

El primero nos pondrá en contacto con el urbanismo, los arquitectos, economistas y, sobre todo, los gestores gubernamentales directos de grandes cambios urbanos ocurridos en otras ciudades del mundo. El segundo momento es una Gran Exposición que intentará escuchar a las empresas, pequeñas, medianas y grandes corporaciones, conocer su tecnología y la logística que han utilizado para reconvertir a las ciudades en territorios de mejor movilidad, más equitativos y sustentables. La idea es escuchar todas las voces -incluyendo el planteamiento del Gobierno Federal- así como la de los más importantes especialistas mexicanos.

Son eventos para el aprendizaje colectivo y de ellos partiremos para la elaboración de la «Opinión de la Ciudad»: una propuesta inicial del Gobierno capitalino, su idea de futuro, la forma en que vamos a garantizar la conducción pública de esta gran transformación, en sintonía con la aspiración de los ciudadanos que viven aquí y que gozarán -o padecerán- las decisiones elaboradas en torno al terreno que en unos años dejará de ser el aeropuerto.

Bienvenida la luz de la discusión abierta. Bienvenido el ejercicio democrático que nos desafía a «pre-ver» varios futuros posibles, futuros que nos van a exigir no solamente una gran capacidad de gestión sino una gran movilización de inversión, soluciones novedosas y la imaginación para poner allí el germen de una sociedad más ordenada, más productiva, más sustentable y, sobre todo, menos desigual.