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El debate público

¿Qué significa hoy, socialdemocracia?

Ricardo Becerra

La Crónica

15/11/2021

Después de declararla por varias veces muerta y de haber sido tildada como fenómeno exclusivo de una Europa vieja, obrera e industrial, la socialdemocracia y su equipaje ideológico, sigue gravitando en la política del mundo, en la cabeza de líderes, en la elaboración intelectual y también ¡sigue ganando elecciones!

A mediados de octubre, obtuvo en Roma un resultado notable, pero no solo eso, asume también y por cinco años, las alcaldías de Milán, Turín, Bolonia y Nápoles, la cinco ciudades más importantes del país. La onda también resuena en el norte, en los países escandinavos -Noruega, Suecia y sintomáticamente, Dinamarca- que se unen a Finlandia, en un polígono regional que no había sido gobernado por la centro izquierda desde 2001. Y como gran corolario, Alemania, en las elecciones más inciertas y trepidantes en muchos años, dan una victoria apretada, pero con gran sabor, a Olaf Scholz, el líder del SPD cuyo mensaje eficaz fue, llana y simplemente, “la sociedad del respeto” en franco contraste al dramatismo de los “indignados”, iracundos, “emocionales”, radicales, supuestos “hombres y mujeres comunes”, de izquierda y derecha, conectados a las placentas populistas.

Varios observadores europeos han visto en estas victorias una reacción catártica de las sociedades europeas, un despertar, luego de las ensoñaciones y de la evidencia a los destrozos que deja la oleada de la década pasada, propios o de sus vecinos: las sociedades parecen haber aprendido que no se puede dejar el gobierno a los simplismos.. ni a los simplistas, pues es la fórmula segura para provocar nuevos desastres y posponer soluciones para siempre.

Es la definición de Felipe González: “populista es aquel líder de propensión caudillista que da siempre respuestas simples a los problemas complejos, y como los problemas no se pueden resolver así, entonces buscan al culpable de la no solución: es como encuentran enemigos por todas partes y en cada ocasión”.

Frente a esa condición política, la socialdemocracia europea se reelabora (en la misma dirección que los demócratas de Biden, por cierto) y sintetiza su propuesta bajo una idea, plena de sencillez y de cordura, que se entiende en todas direcciones: respeto, lo que abre una brecha para un lenguaje político nuevo, oportuno, sobre todo, urgente: despolarizador.

El centro de investigación noruego “Agenda”, ha interpretado así este momento “el péndulo político, después de las amenazas, de la polarización, de la vulgaridad y sobre todo, de las pésimas actuaciones en la gestión de la pandemia, ha dado otra oportunidad a las opciones racionales y centristas, con la desigualdad como preocupación principal, lo que abre la puerta a la socialdemocracia”.

En México hay un pequeño fantasma que recorre la política por esos mismos pasillos: la certeza de los destrozos que está dejando el gobierno de López Obrador y la necesidad de preparar su recambio, no por un outsider mucho peor y de derechas (nuestro propio berlusconismo televisivo), sino por una opción a la izquierda, centrista y dialogante.

Es una discusión que, por lo visto, está viva en Movimiento Ciudadano y en el Partido de la Revolución Democrática: al tremendismo del gobierno, a su desmesura sin resultados, a su radicalismo retórico, hay que oponer socialdemocracia, o sea una elaboración mas cuidadosa y más seria para sacar adelante un puñado de soluciones importantes para este país. Una elaboración más respetuosa de quienes este gobierno desprecia: las clases medias, los intelectuales, periodistas, profesores, trabajadores que no necesitan ni piden subvención sino la posibilidad honesta de ganarse el sustento, esos que son la mayoría. Respeto.

La hipótesis subyacente es que tal nivel de confrontación y de polarización está dejando al país exhausto y los electores (esa clase media, pero no solo ella) demandarán una tregua, un pasaje político que devuelva algo de reposo, sobre todo porque el frenesí pendenciero no está resolviendo ni resolverá los problemas, la pobreza y la inseguridad menos que cualquier otros.

De modo que resucita la necesidad de recuperar esa vieja fortaleza que está en la historia y el talante de la socialdemocracia: la voluntad de hacer uso de la palabra y de los argumentos como método de trabajo.

En esta visión, frente al triunfo populista de la “emoción”, lo que está ocurriendo es una objetiva necesidad de “razón”, tal y como sucedió en el siglo XIX, según nos cuenta Tony Judt: “…los nacionalismos (sobre todo el francés y el alemán) parecían adueñarse del espíritu colectivo y de los sentimientos de los desposeídos… no obstante, gracias a los personajes pensantes, los de los grandes discursos y grandes alegatos, se abrió paso la política de la persuasión, el debate y el consenso, la capa que envolvió los incipientes Estados de Bienestar de entre siglos” (Sobre el olvidado siglo XX, Taurus, 2008).

En otras palabras, frente al esgrima de los símbolos y las liturgias, oponer los valores de la educación y de la palabra que convence.

Se que hay algo de deseo en cuanto llevo dicho y sé que puede sonar candorosamente anticuado (puede que sea la edad), pero no está de más anotarlo: la palabra, el debate y el consenso, la obstinada presentación de la racionalidad, sigue siendo imprescindible, insustituible, frente a la tosca explotación de las emociones, la superstición y de la ira. Y esto, ese talante, (antes que el programa, antes que las consignas de campaña) es lo que para la izquierda significa, socialdemocracia.