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El debate público

Rumbo a una política (económica) racional

Rolando Cordera Campos

La Jornada

28/06/2020

Por si algo nos faltara, los vientos del Sahara azotan las costas peninsulares y seguramente conjurarán a los viejos dioses mayas y mayenses. Así es que preparaos infieles y apretaos los cinturones que de temblar no nos vamos a quejar.

Sin duda, temporada de adversidades aunque hoy tenemos que admitir que antes de que nos estallara este ensayo apocalíptico, y que nuestra mermada imaginación eufemística llama pandemia, ya cargábamos fardos, si bien ahora en versiones últimas. Una caída de entre 6 y 10 por ciento en la actividad económica, tal y como la registra el PIB aquí, en China y hasta en Macuspana; más de 2 millones de empleos formales perdidos; consumo a la espera que anuncia hambre y la inquina y encono de familias y grupos sin distinguir edades ni géneros.

Podemos ser todo lo optimistas o felices como nos quiere el Presidente, pero para darle algún sustento racional a nuestros estados de ánimo tenemos que ser realistas. Para desde ahí pedir lo imposible, como querían los estudiantes de París.

La tentación de vivir nuestras ensoñaciones siempre está presente, y no sólo bajo encierro. Tampoco es propia de ociosos ambulantes y, como se ha probado una y otra vez, al menor descuido se instala en los más presuntuosos aparatos de la política y del poder. Donde, se dice, reina el más arrojado de los pragmatismos y velan los practicantes de la real politik.

Los peligros que de ahí emanan no son imaginados. Por ejemplo y, por un lado, está la probabilidad de que el desprecio presidencial por la economía y sus complejidades se vuelva mantra por la felicidad subjetiva para acabar en mito autodestructivo. Cuando más se requiere de compromisos colectivos, acuerdos, paciencia compartida y reproducida ampliadamente con la cooperación y la disposición a la solidaridad, el llamado presidencial a ser felices puede actuar en sentido contrario. En pos de un reino imaginado sin el menor asidero con lo material y la realidad dura que nos aloja.

No se trata de expiar pecados, sino de saber(se) plantar en medio de situaciones complicadas y hostiles que pueden llevar a enfrentamientos de los que no hay salida fácil ni pronta. La enfermedad o su cercanía; el hambre y sus cornadas; el miedo y el desamparo, más allá de conductas cooperativas, tienden hacia el recelo social y pueden llevar a enfrentamientos donde, a ojos de todos los contendientes, se juegue la sobrevivencia, el cobijo o el alimento.

Lo logrado en tantos siglos, como hemos tenido que intuirlo y hasta medirlo en estos meses estremecedores, no es garantía absoluta. Ni la seguridad alimentaria ni la social, que dependen en alto grado del empleo formal son seguras. Menos están a la disposición de todos. En el reino de la penuria prolifera la discordia.

Y en esas estamos, pero el Presidente y sus leales ven para otro lado y apuntan contra el contrahecho Estado que nos dejó la transición a la democracia, como si eso fuera la prioridad de la orden del día de nuestra maltratada República. No habrá más pan ni maíz con un Ejecutivo liberado de tanto contrapeso autónomo como la Cuarta Transformación pregona. Tampoco, más empleo formal con un mando estatal sometido a las peores consejas que sobre la economía han emergido al conjuro de la tragedia.

La demanda es simple: pongan a trabajar al Estado que nos queda para proteger a los cada vez más débiles y vulnerados en sus de-rechos y capacidades; hagan que nuestro destartalado Leviatán reconozca la importancia de la política que, desde sus orígenes, es Parlamento, acuerdo, concesión e intercambio de verdades sujetas a la más dura prueba de ácido de la realidad.

Desde la perspectiva de política económica, el significado social del boquete de la contracción debería ser el detonador a partir del cual se reconstruya toda la estrategia presupuestaria, de inversión y de gasto público. Por lo pronto: replantear objetivos y prioridades, desempolvar instrumentos como la banca de desarrollo y los que tiene el Banco de México para detener la caída de la nación por una pendiente inédita que requiere de miradas nuevas para defender, proteger y alentar el empleo y el desarrollo social mediante el crecimiento y la inversión productiva.