Categorías
El debate público

Salario mínimo: ¿Y si lo hacemos bien?

 

 

 

Ricardo Becerra

La Crónica

02/12/2018

 

Hay algo que personalmente me provoca inquietud y preocupación: el anuncio conformado ayer por el Presidente López Obrador de aumentar el salario mínimo, su extraña, norteña “localización”, su monto y la manera de subirlo. Me preocupa porque si la política de recuperación del salario mínimo se hace mal, es muy posible que echemos a perder una de las oportunidades más importantes de corrección al modelo neoliberal, tan denostado por él, precisamente. Vamos por partes.

En los últimos lustros se han acumulado experiencias y estudios sobre esas experiencias que muestran, con bastante claridad, que las políticas a favor del salario mínimo constituyen uno de los instrumentos de política más útiles para la economía y una herramienta de política social muy eficaz. ¿La razón? Introduce una corrección en el mercado (esa tremenda asimetría entre patrón y empleado) y esa corrección ayuda a los que ganan el mínimo, pero también a otros muchos trabajadores de ingresos bajos. Y lo hace sin costosas burocracias, sin generar clientelismo y sin gasto del Estado. Es un acomodo en la microeconomía, que en nuestro caso reparte muy mal la riqueza producida desde hace ya más de tres décadas y media. En este sentido, es también una rectificación histórica que vale por sí misma.

Ahora bien: ¿por qué duplicar el salario mínimo en un cinturón fronterizo de 25 kilómetros al norte del país? ¿Y todos los demás? En especial ¿por qué para aumentar salarios hay que condonar impuestos?, ¿por qué reducir la recaudación?, ¿por qué el resto tenemos que subsidiar a empresas que se han beneficiado durante 35 años de los salarios más bajos del continente?

Aclaremos: los salarios no son un “precio de equilibrio” como sostuvieron las elegantes ecuaciones que se siguen enseñando en tantas escuelas de economía. Pues no: los salarios son siempre un contrato. Y en ese contrato se reflejan las fuerzas de negociación de unos y de otros. El salario mínimo existe para poner un límite al que tiene mas poder (el patrón) y por tanto sirve para civilizar al capitalismo (como dijo un economista insigne, Piero Sraffa). Con la propuesta planteada por el presidente López Obrador, esa labor civilizadora ocurre a costa del Estado, reduciendo las necesidades de gasto y ¡sólo en una franja del país!

Una estimación bastante seria debida a Adrián García Gómez (ciep.mx/ar77), informa que nos costaría a todos (por lo bajo, 83 mil millones de pesos), el presupuesto de varios estados de la Federación.

El segundo problema es el monto: soy de los que piensan que el salario mínimo mexicano debe multiplicarse cuatro veces (dos canastas de bienestar, unos 320 pesos de hoy), para el trabajador y un dependiente. Pero sé que esa meta deseable no se puede alcanzar mediante un pase de mago, sino a través de una política incremental, sostenida en el mediano plazo, ¿al terminar el sexenio, por ejemplo? Especialmente para las microempresas y para las medianas “es importante dar tiempo para que esas empresas acomoden en el tiempo su propia estructura de costos”, en palabras de R. Maurizio, economista de la CEPAL y asesora de esa política en el Uruguay, país que en una década triplicó su salario mínimo sin causar inflación ni desempleo.

Y finalmente: creo que hay que cambiar la manera de decidir el salario mínimo y quitarle ese carácter vertical, cupular, en el fondo, presidencialista. Fue Miguel de la Madrid (neoliberal donde los haya) quien, mediante sus planes de choque, utilizó y abusó del salario mínimo para lograr su “ajuste estructural” en México. Así llegó el neoliberalismo al país: atando el salario por estrategia presidencial. Los que siguieron, también recurrieron al mismo expediente fingiendo que el decreto anual del salario mínimo se procesa en una Comisión cada vez más irrelevante.

Pero si la política de ascenso del salario mínimo se toma en serio, hay que remodelar la institución comenzando por su política y la manera en que se decreta (más abierta y transparente, genuinamente representativa, con un buen cálculo de sus impactos, seguimiento y monitoreo).

Brinco de gusto porque el salario mínimo esté presente en la agenda de la “cuarta transformación”; pero un mal diseño, un cálculo sin sustento o la precipitación política pueden echar a perder una de las pocas herramientas disponibles en México para atajar seriamente, y desde ahora, tanta pobreza y tanta desigualdad.

El salario mínimo —como muchas otras cosas— necesita el respeto democrático a los procedimientos, a las políticas estudiadas y bien hechas: de lo contrario, las profecías catastrofistas de los neoliberales, tenderán a cumplirse.