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El debate público

Sicarios y falsarios

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

29/06/2020

Sicario: Asesino asalariado

La definición de la RAE es precisa y clara. Sicario es un individuo contratado para matar: un asesino que actúa porque le pagan para ello. Sus convicciones y su moral, cualesquiera que sean, quedan canceladas por la retribución económica.

Sicarios son, sin lugar a dudas, los delincuentes que emboscaron el vienes pasado al secretario de Seguridad Pública de la ciudad de México.

Una semana antes la Dra. Irma Eréndira Sandoval, secretaria de la Función Pública en el gobierno federal, utilizó ese término en su cuenta de Twitter cuando trató de rechazar las informaciones sobre las propiedades inmobiliarias que tienen ella y su marido: “No permitiré que los sicarios mediáticos manchen mi nombre ni el de mi familia”.

El periodista Carlos Loret de Mola había publicado un detallado reportaje acerca de las casas y terrenos de esa funcionaria. En vez de explicar cómo adquirió tales bienes, Sandoval respondió de esa manera. Equiparar con sicarios a quienes difunden noticias o sostienen opiniones que no le gustan es un abuso retórico, pero, sobre todo, un mayúsculo error político de la secretaria. Al descalificar así a los medios que no se comportan como ella quisiera, manifiesta una inquietante incomprensión de la pluralidad que tenemos en el país y, antes que nada, una cuestionable intolerancia.

El viernes 26 de junio, poco después de que se conoció el atentado en Las Lomas, el esposo de la secretaria Sandoval, el doctor John Ackerman que es investigador en la UNAM, insistió en esa comparación. Después de sostener que la emboscada era “una acción coordinada del crimen organizado” contra el gobierno de Claudia Sheinbaum “y la 4T”, afirmó: “Los sicarios del narco son la contracara del sicariato mediático. Buscan desestabilizar a toda costa”.

Además de mostrar un pésimo sentido de la oportunidad política al aprovechar un hecho criminal para defender sus intereses privados, con esa frase Ackerman infligió una amenazadora ofensa a periodistas y medios. A los criminales no se les responden con abrazos, a pesar de la demagogia gubernamental que pretende descartar el uso de la fuerza pública contra la delincuencia organizada. Decir que periodistas y medios comenten crímenes tiene implicaciones graves.

La desproporcionada retórica de Ackerman mereció de inmediato cuestionamientos significativos. La organización Reporteros sin Fronteras dijo que “reprueba las expresiones irresponsables de @JohnMAckerman que ponen aún más en riesgo a medios y periodistas en uno de los países más peligrosos del mundo para la prensa”.

El representante en nuestro país del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), Jan-Albert Hootsen recordó, entrevistado por Infobae: «México (sigue) siendo el país más mortífero para la prensa en el extremo occidental. Tomando en cuenta que la mayoría, o gran parte de esos ataques son perpetrados por integrantes de la delincuencia organizada, es decir, sicarios, es muy inapropiado cuando se maneja ese tipo de lenguaje”

Ackerman quiso matizar su acusación y dijo más tarde: “Los ‘sicarios mediáticos’ no son ‘periodistas críticos de la 4T’ ”. Pero si no se refería a quienes han cuestionado el desempeño del gobierno y han publicado informaciones incómodas para algunos funcionarios (como las que mostraron los inmuebles de la familia Ackerman – Sandoval) entonces resulta inentendible a quiénes busca desacreditar.

Sea como sea, el empleo del multicitado término implica dos cosas: que quienes publican notas desfavorables para Sandoval y Ackerman y para quienes comparten sus intereses, cometen, con ello, un hecho criminal. Y que los periodistas y medios que difunden tales informaciones o apreciaciones lo hacen porque están al servicio de otros. Ackerman y Sandoval no pueden demostrar ninguna de esas suposiciones.

Se podría considerar que resulta exagerado brindar tanta atención a los exabruptos de dos personas. Pero ambos son personajes públicos cercanos al presidente de la República. La Dra. Sandoval es la principal responsable en la batalla que el gobierno dice emprender contra la corrupción en la administración pública. Ackerman forma parte del consejo del Instituto Nacional de Formación Política de Morena y, además, es integrante del Comité Técnico de Evaluación que definirá las quintetas para que la Cámara de Diputados designe a cuatro consejeros del Instituto Nacional Electoral. Su cargo partidario tendría que haberlo inhabilitado para la segunda tarea pero, de todas maneras, fue designado por la Cámara de Diputados.

La descalificación del contrario constituye la manera más elemental para eludir el debate público. El gobierno federal y el partido en el poder han creado una batería de allegados suyos en las redes sociodigitales, y cada vez más en los medios de comunicación convencionales, para replicar loas y vituperios. Es natural que el gobierno promueva voces favorables a sus puntos de vista. Lamentablemente la mayor parte de quienes defienden a la llamada 4T lo hacen con dicterios y loas y con eslóganes que no están sustentados en evidencias. El formato simplificador de las redes sociodigitales favorece el canje de interjecciones. El fanatismo de los obradoristas levanta aplausos entre ellos mismos y cancela cualquier interlocución razonada con el resto de la sociedad.

La polarización así creada no es responsabilidad únicamente de los exaltados de la llamada 4T. También hay una intolerancia desmedida entre personas y grupos que les adjudican al presidente y su gobierno propósitos que no tienen. Esos grupos han creado la imagen de un AMLO “comunista”, con tal de sostener ellos mismos posiciones anticomunistas. Se trata de una derecha socialmente minoritaria pero cuya presencia es amplificada en las redes digitales y debido, también, a la ausencia de opciones políticas para quienes no están de acuerdo con el gobierno. Esa derecha radical promueve la renuncia de López Obrador desconociendo que fue electo por seis años y exacerba la confusión con descalificaciones grotescas que hace del presidente y sus colaboradores.

La ausencia de debate público facilita las decisiones discrecionales, con frecuencia equivocadas, que suele tomar el presidente. Los propagandistas de López Obrador han instalado un coro de aquiescencias mutuas que además persigue a quienes discrepan con ellos. Ese fanatismo ocasiona una suerte de realidad impostada en donde las causas que dice reivindicar el gobierno justifican cualquier decisión, por desatinada que sea, y menosprecian cualquier discrepancia.

El presidente y sus aduladores no reconocen interlocutores sino adversarios. Los grupos maximalistas que con simplismo y furia los combaten desde la derecha contribuyen a reforzar esa realidad ficticia en donde no hay intercambio, ni ideas, sino diálogo de sordos. Resulta muy difícil trascender ese pantano de improperios sobre todo porque es promovido, antes que nada, desde la presidencia de la República. Cuando López Obrador desacredita sin ton ni son, propicia que algunos de sus seguidores lo hagan incluso con mayor simplismo y ordinariez. El presidente adjetiva como fifís a sus críticos; sus adláteres les dicen sicarios.

No hay debate posible cuando a las cosas, o a las actitudes y las personas, se las nombra sin rigor. La conversación pública se encuentra desfigurada por el empobrecimiento de los conceptos y el abuso de las exclamaciones. El valor de las palabras ha quedado extraviado de tal manera que se prodigan con toda ligereza descalificaciones insostenibles.

Aún en ese páramo discursivo es indispensable exigir rigor, aunque sea una tarea marginal y fastidiosa. A los dilates del poder político, por frecuentes y vulgares que sean, hay que enfrentarlos con seriedad y sentido común, con ideas, antes que nada. Si hay quienes desde posiciones de influencia política dicen sicarios, es preciso reclamarles esa irresponsabilidad.

Hay que tomar en serio a las palabras. Hay que exigir que quienes abusan de ellas se hagan responsables de lo que dicen. A quienes etiquetan como sicarios a medios y periodistas críticos, hay que decirles falsarios.

Falsario: Que falsea o falsifica algo.