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El debate público

Sus datos, los datos y el desempleo sigue ahí

Rolando Cordera Campos

La Jornada

06/12/2020

Gran aspiración de la medicina y la ciencia moderna: hacerlas conforme a la evidencia. Compromiso mayor del que presumen los facultativos e investigadores de todas las latitudes.

En el subcontinente de lo que llamamos las ciencias sociales se intenta lo mismo, sabiendo que la reflexividad humana y el ejercicio de sus libertades hacen difícil, si no es que imposible, seguir esos mandatos maestros de las metodologías.

Con todo, el acopio de información y su sometimiento a todo tipo de criterios de rigor forma parte ya del discurso de lo social, lo político y lo económico.

Antes de que estallara la Gran Recesión se postuló, desde el púlpito del premio Nobel, que eso de las recesiones o depresiones era cosa del pasado; que la magia del mercado había tocado las prácticas y reflejos primordiales de los humanos y de quienes decidían por ellos los destinos de fortunas, recursos, etc. Y entonces ardió Troya.

Saberes y conoceres acumulados, junto con Obama, hicieron posible evitar una caída catastrófica, aunque el daño en empleo, pérdida de casas y ahorros fue mayúsculo. Pronto, la soberbia volvió por sus fueros y, desde la Alta Finanza y sus émulos en los ministerios del Tesoro, se cantó victoria a pesar de lo lento y desigual de la recuperación y los temores en medio mundo.

Los que decidieron que aquello había sido pasajero fueron los ilusionistas de la tasa de interés, los derivados y demás ingenios fruto del libertinaje financiero que imperó en la hiperglobalización de fin de siglo. Nada bueno podía presagiarse.

Aquí, hubo un apoltronamiento disfrazado de sesuda austeridad que causó estragos en áreas decisivas como la salud y, en general, la inversión pública, que se redujo a su mínima expresión histórica. Lo cual a todas luces era una falla mayor en la política económica se impuso como buena práctica, tanto que el nuevo gobierno, portaestandarte de una autodesignada Cuarta Transformación, la adoptó sin chistar a todo lo largo de 2019 y en lo que va del moribundo 2020, año de la peste.

Carecemos de foros deliberativos con capacidad de interlocución e influencia sobre los poderes públicos. No nos queda más que confiar en el buen oído y sentido de los funcionarios responsables y de los organismos de análisis, estudio y política con que cuentan los legisladores. Confianza vana, debe admitirse con tristeza al filo del año y una vez aprobado el presupuesto.

El Presidente manifestó este lunes que ahí la llevamos, que el consumo no cayó y el peso aguanta. Santo y bueno y que lo acompañen sus datos mágicos y las buenas vibras que alientan a sus muchos partidarios y simpatizantes.

Pero con todo y su poder, el suyo no es ni puede ser el único escenario de la política y la economía nacionales. Le faltan datos a su ábaco y palabras a su silabario, ambos legítimos instrumentos de entendimiento y conocimiento a los que el Presidente debería prestar atención y estudiar con respeto; lo que no ha hecho.

Los datos y las cifras del Inegi de que nos da cuenta el reportaje de Dora Villanueva en La Jornada (3/12/20 p. 26) dan cuenta de muchas tragedias y malos ratos por los que pasan millones de mexicanos. En contraste con las 619 mil 443 nuevas empresas nacidas entre mayo de 2019 y agosto de 2020, sucumbieron un millón 10 mil 85. De 4 millones 857 mil 7 establecimientos registrados en 2019, pasamos a 4 millones 465 mil 593. Arturo Blancas, director de Estadísticas Económicas, agrega: de los 14 millones 660 mil personas que trabajaban en esos negocios cuando se levantaron los censos económicos, ahora hay 11 millones 775 mil.

Hablamos de empresas que exigían un apoyo especial dentro de la acción inmediata que muchos reclamábamos del gobierno hace unos meses, al filo del trimestre del miedo. Lo que se jugaba era el empleo de millones y así les fue. Nadie pensó en un rescate tipo Fobaproa, como repite el Presidente, sino en defender el empleo y proteger sus fuentes, que suelen ser empresas.

A pesar de la evidencia, el Presidente se aferra a sus datos, sin que nadie en su entorno se atreva a hacerle ver el daño humano directo que estos cierres implican. Nadie parece pensar, por otro lado, que tal vez algunas de las empresas nacidas sean esfuerzos de sobrevivencia de quienes antes de volverse empresarios eran asalariados y perdieron su empleo al cerrar su centro de trabajo.

El Presidente debe dejar sus chistoretes estadísticos para mejor momento. Insistir en ello, acaba por ser una falta de respeto a sus mandantes y un obstáculo a la formulación de políticas económicas y sociales de acción inmediata.

Ni modo señor Presidente: por ahí no la llevamos.