Rolando Cordera Campos
La Jornada
22/11/2015
Treinta duros y largos años han transcurrido sin que los grupos dirigentes que impusieron la Gran Transformación
mexicana de fin de siglo y sus herederos den señas de que están dispuestos a tomar nota de sus resultados y, en consecuencia, a cambiar lo necesario. La contumacia histórica de éstos y grupos aledaños se da la mano con quienes sin razonar demasiado insisten en que todo tiempo pasado fue mejor, aunque la evidencia muestre también lo contrario.
De este tipo de empates nutridos por la necedad está empedrado el camino de la irracionalidad histórica, que acaba por negar los usos y virtudes de la memoria organizada para llevarnos al reino de la mitología o del presente continuo. Es ahí donde se alimenta la pretensión incansable de imponer como escenario único, universal, al neoliberalismo corriente.
Un esfuerzo magno tendrán que hacer todos aquellos que, todavía, cultivan el credo del socialismo democrático y la democracia social. Más que de un credo, lo que hay que asumir es que se trata sobre todo de unahipótesis de trabajo
, que no admite modelos ni cartabones y exige día con día compromiso con la experimentación y el método de la prueba y el error permanentes. Exige también respeto riguroso de las enseñanzas de la historia, porque no olvida que su materia prima es la especie y su inscripción en el resto de la naturaleza, y que con ellos no se debe jugar como si se tratara de sustancias y reactivos para el laboratorio.
La ruta de reformas y la asunción de la inevitable falibilidad de las sociedades y sus estados se nos presenta hoy como un red inextricable de canales atascados, diques inundados, astilleros sobrepoblados por naves escoradas por falta y olvido del obligado calafate. Con la agresión criminal, demencial y diabólica del Isis en París, la apelación a la violencia como último y único recurso de la sociedad civilizada y republicana amenaza con imponerse a la tradición libertaria, demócrata, solidaria, en la que a pesar de todo ha podido fincarse la convocatoria europea de renovación civilizatoria e innovación política planetaria.
A partir del viernes 13 de noviembre, sólo queda esperar nuevos desastres.
Fronteras arriba y derechos abajo
, so capa de mantenerlos a salvo. Diversidad sospechosa y fraternidad arrinconada, cuando no vilipendiada por los redivivos monstruos de la razón cínica y desalmada que desentierran los peores recuerdos del etnocentrismo devenido racismo y agresión sin tregua.
De esto también está sembrado el camino de Occidente, cuyas mejores gentes y mentes pudieron desterrarlos de los horizontes de esperanza emergidos en la segunda post guerra. El papel que en esta refundación de Occidente con base en la solidaridad y la democracia ampliada jugó el socialismo democrático es indudable, y ahora es indispensable recordarlo y recordárselo a sus conductores y gobernantes.
Desde el otro lado, los latinoamericanos tenemos que despertar de la modorra impuesta por una globalización avasalladora para volver a plantearnos el alcance real de la soberanía en estos tiempos globales y, desde ahí, reivindicar nuestro derecho al desarrollo
. Es así como podremos darle debida respuesta a las sinrazones de la retórica reaccionaria de que nos hablara Albert Hirschman y que mi estimado colega y amigo Federico Novelo ve como poderoso obstáculo para siquiera imaginar un nuevo curso para nuestra evolución política y social.
Hay que descolonizar la política de desarrollo
, planteó Alicia Bárcena hace unos días en su cátedra en el posgrado de economía de la UNAM. Encarar la coyuntura y sus férreas restricciones, que oscurecen los llamados de la estructura a ver más al fondo y enderezar la mirada al largo plazo, es el desafío de la hora.
El objetivo es la igualdad, nos dice; el cambio estructural, el camino, y la política, el instrumento. En medio, como reclamo urgente, está la formulación de una pedagogía democrática, como lo ha planteado Stiglitz, desde la cual pueda diseñarse y erigirse el complejo edificio de los nuevos pactos que nuestras sociedades reclaman y no acaban de perfilar ni precisar.
Lo que nos urge es una deliberación abierta para vernos a nosotros mismos
, como lo propone la inmensa colección de la UNAM sobre la cuestión, sin caer de nuevo en una paralizante autodenigración victimista. De este redescubrimiento de la sociedad, podrá empezarse un ejercicio libre, a la vez que sistemático, de determinación de objetivos y fijación de compromisos y plazos de cumplimiento. De emprender tareas como estas, el Congreso y los partidos dejarían de verse y ser vistos como zombis y el propio ejercicio de la política democrática empezar a recuperar su legitimidad y atractivo.
Al final de cuentas, lo que está en juego es la capacidad que tengamos de obligar al poder constituido y a los poderes de hecho a reformarse y aceptar que sin un cambio sustancial en el ejercicio del poder no podrá haber gobernanza efectiva, ni cooperación social, ni invención ni imaginación culturales, un triángulo maestro del desarrollo moderno, precisamente el que hay que intentar de cara y en medio de una globalización sin control ni derrotero.
Así, reformando el poder y sus significados, reformaríamos al Estado en dirección de convertirse en Estado social, democrático, constitucional; una configuración que requerimos. Nada de lo mucho que faltaría hacer se dará por añadidura, pero por lo menos tendríamos rumbo, coordenadas y carta de navegación. Y una ancla vigorosa para fondearnos en el refugio, en caso de que el temporal se vuelva tormenta.