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El debate público

Trabajar con la desgracia

Ricardo Becerra

La Crónica

13/12/2015

Acudí a la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (Conasami) el miércoles pasado, en tanto funcionario del Gobierno del Distrito Federal, para entregar por escrito, un documento que en una democracia tendría que ser refutado y contestado (http://www.sedecodf.gob.mx/archivos/Etiquetas_Verticales/2015/Salario_Minimo_CONASAMI.pdf).
Pero no ocurrió. No crean ustedes celebramos un debate ilustrado, ni tampoco una sesuda discusión técnica; mucho menos recibimos una contra-argumentación mediante documento, cifras, cálculos verificables. Lo que allí vivimos es un viaje al pasado, el protocolo predemocrático de una institución que parece sentirse muy a gusto en su papel de incumplimiento tenaz a su propio mandato constitucional.
Acto seguido –y para que quede muy claro quiénes mandan en la política económica- la Comisión (viernes, por la tarde, antes del día de la guadalupana) receta su decreto: el alza del salario mínimo para 2016 será de 4.2 por ciento, o sea, 73.04 pesos por día, un incremento de 2.94 pesos.
La Conasami no esperó al Constituyente permanente; ignoró el propósito de una reforma constitucional en la que estuvieron involucrados el Presidente de la República (sí, la iniciativa fue presentada por él), todos los partidos políticos, el Senado, la Cámara de Diputados y 18 congresos locales (hasta ahora). Eso no importó: con el mismo método de hace 25 años –medir la inflación pasada y agregar o restar un pequeño tanto- los trabajadores más pobres verán ingresar a sus bolsillos tres pesos adicionales: ni para comprar un huevo tibio.
Ni hablar de la propuesta del Gobierno del Distrito Federal, según la cuál el salario mínimo en 2016 puede llegar sin mayores problemas, a 86.33 pesos. La Comisión actuó como siempre para perpetuar la trayectoria y sobre todo, para demostrar quién manda: la contención del ingreso de los trabajadores más pobres es su misión y su poder.
Como institución respetuosa del proceso democrático, la Conasami debió esperar a que concluyera el proceso de reforma constitucional pero, para ahorrarse problemas, optaron por la salida de emergencia: “la propuesta del Gobierno del DF, no tiene sustento, pues sigue indexado a cuestiones de multas y créditos hipotecarios”. Bastaba un fin de semana, un par de días y sobre todo, respetar la iniciativa del Presidente Peña, pero ni siquiera eso: lo más importante era mostrar quién tiene la sartén.
Argumentar su decisión es más difícil. Tomás Natividad, el emisario empresarial en la Comisión declaró: “El incremento de 2.94 pesos es una recuperación del salario”.
Queriendo evitar el “efecto faro”, queriendo evitar la inquietud para iniciar una recuperación de los salarios (como si no fuera una necesidad legítima) la Conasami volvió a enviar la peor señal: trabajar en el sector formal de la economía no equivale a salir de la pobreza extrema (la de hambre), al contrario. Habrá varios millones de mexicanos qué, aún trabajando una jornada completa, no tendrán lo necesario para la subsistencia.
Pero la discusión sigue.
A finales de marzo, cuando termine la mayoría de las negociaciones contractuales, vendrá una nueva oportunidad para que esa institución se vuelva a reunir y ya con la desindexación y con los pactos contractuales concluidos, pueda decretar, ahora si, en serio, el sueldo de garantía que necesita el mercado laboral artificialmente empobrecido.
La resurección del salario mínimo es un hecho (teórico y académico) nacional y mundial. Es un nuevo eje –ineludible- de la agenda pública y de la política económica. Y es un cambio necesario después de 30 años de estancamiento de los ingresos y de la economía.
A pesar del aumento –menor a tres pesos- de los salarios mínimos, lo que va creando un nuevo sedimento en la conciencia pública es que se trata de una de las correcciones que necesita en este momento, la sociedad mexicana.
La inercia, la burocracia o la evasión de la Conasami, ya no será suficiente para evadir el urgente tema del ingreso de los más pobres en México. Se trata de avanzar, a pesar de la desgracia.