José Woldenberg
El Universal
13/10/2020
La siguiente es una historia truculenta pero cierta. Digna de un cuento de Groucho Marx. Sería risible si no develara la fragilidad e incoherencia de algunas de las instituciones claves para la vida democrática.
Empieza con un partido que nombra una dirección provisional por 4 meses que debe preparar todo para dotarse de una dirección tal y como lo fijan sus estatutos. Pero el tiempo pasa y sus grupos no se pueden poner de acuerdo en el método de elección del nuevo comité ejecutivo. Si las tensiones y divisiones no fueran suficientes, el padrón de militantes es tierra ignota e indescifrable.
Como los provisionales navegan con la corriente y el paso del inclemente tiempo los mantiene en sus cargos, algunos de sus compañeros inconformes acuden al Tribunal para que proteja sus derechos e imponga orden. Como sucede con los niños pequeños, incapaces de autogobernarse, fue necesaria la intervención de un adulto. El Tribunal que, como se sabe, es la última y definitiva autoridad y cuyos mandatos no pueden ser cuestionados (legalmente), saca un conejo de la chistera y manda que el INE realice una encuesta para que de ahí salga el nuevo presidente y secretario general del partido. El “pequeño detalle” es que los estatutos del partido no contemplan esa fórmula.
Por mandato del Tribunal la encuesta no puede ser por fórmulas (presidente y secretario general juntos) sino separados. Y en esos términos el INE publica la convocatoria. Y como cuando se designa, elige o impone a alguien para un cargo uninominal, no hay posibilidad de introducir el criterio de equidad de género, porque hasta donde sabemos las personas vivas son indivisibles, se activa una nueva impugnación ante el Tribunal.
El Tribunal entonces ordena al INE adoptar medidas para la paridad de género. Así, si el presidente resulta ser hombre la secretaria deberá ser mujer. O a la inversa (algo que se hubiera podido hacer desde el inicio si en lugar de elegirlos por separado se hubiesen permitido fórmulas). Y ahora sí se abre la puerta para que los interesados se inscriban. Acuden 105 hombres y mujeres. Salen de debajo de las piedras, se multiplican como gremlins. En la triste historia de la humanidad nunca se habían visto tantos candidatos para dos cargos de dirección de un partido. Ilustra un desgarriate o quizá la peregrina idea de que, a lo mejor con un poco de suerte, como en la lotería, pueden sacarse el premio mayor (recordemos que en ese partido se rifaron las candidaturas a diputados).
Tiene que hacerse entonces una primera encuesta de reconocimiento para integrar la lista definitiva. No falta quien supone ser inmensamente famoso y al no ser reconocido arma un osito acusando a la encuesta de fraudulenta. La pequeña pataleta de inmediato pasa al baúl del olvido; se integran las listas de candidatos y candidatas definitivas y tres empresas levantan las encuestas.
Pero ¡oh sorpresa! La pregunta por el presidente arroja un empate técnico entre dos candidatos. ¿Y qué creen?, Uno, reeditando una vieja receta de la casa, se autodeclara ganador, acusa un complot y demanda la renuncia del presidente del INE. Ello a pesar de que los candidatos al registrarse firmaron su aceptación de una tercera encuesta si los intervalos entre el primero y el segundo lugar se entrecruzaban.
La edificante historia todavía no concluye. Esperen los próximos capítulos. Pero el sainete revela que estamos en problemas. Y muy profundos.