“Nuestro compromiso con
el futuro es dárselo todo
al presente”
Miguel de Unamuno
En las semanas pasadas he tenido la oportunidad de escuchar las voces de universitarias y universitarios que me han compartido sus preocupaciones y propuestas para la gestión de la Rectoría de la UNAM que pretendo encabezar durante el periodo 2019-2023. Ha sido una experiencia enriquecedora y aleccionadora.
Me ha conmovido la insistencia sobre la (in)seguridad como preocupación urgente. En lo personal estoy convencido de que la seguridad es una condición necesaria para que el quehacer universitario se desenvuelva con excelencia en sus tareas sustantivas, pero no puedo ignorar que para muchas personas se ha vuelto una prioridad ineludible. Por eso pienso que debemos trabajar hacia el interior de nuestros campus, pero también en el entorno comunitario en el que éstos se encuentran para prevenir y erradicar las diversas formas de violencia. Dar respuesta a las demandas de seguridad y hacerlo de manera corresponsable con nuestros vecinos es un deber social.
En 1968, el rector Barros Sierra envió una carta a la Junta de Gobierno en la que advertía esa responsabilidad: “Nuestros deberes cívicos no se oponen al cumplimiento de nuestras obligaciones universitarias; al contrario, coinciden y se fortalecen con el uso inteligente que hagamos de unos y de otros. Muchos jóvenes lo han entendido y esta es una de sus grandes virtudes. En su ímpetu reconocemos algunas de las cualidades que nuestra historia ha depositado en la conciencia nacional.” La lección es relevante: los contextos y los problemas mutan, pero la misión de la Universidad permanece inalterada.
Nuestro entorno nacional y mundial atraviesa tiempos de cambios, de múltiples y quizá prematuras pero inminentes transformaciones sociales. Ello nos impone retos sin precedentes, pero también nos obliga a mantener firmes los principios que nos constituyen y nos dan identidad. La autonomía es uno de los más relevantes. En estos días se me ha preguntado con insistencia cuál debe ser la relación de la Rectoría de la UNAM con el actual gobierno. Lo primero que me sorprende es el sesgo nacional de la interrogante. La UNAM debe interactuar con todos los órdenes de gobierno en todo el país y también debe hacerlo con poderes legislativos, judiciales, órganos constitucionales autónomos, etc. Lo mismo vale para diversos actores sociales, privados, mediáticos y así sucesivamente.
En esa coexistencia y convivencia no debemos perder de vista que la UNAM es una institución centenaria que ha trascendido y seguirá trascendiendo momentos y proyectos políticos diversos. Lo importante es tener una agenda propia impregnada de vocación social y consciencia histórica. Pienso que los retos de la agenda 2030 de la ONU son una brújula orientadora: igualdad y género, paz y medioambiente, combate a la pobreza y tecnología. Coordinación respetuosa con agenda propia responsable.
Esa es la fórmula para imbricar a la autonomía con la vocación social. Tampoco se trata de una idea disruptiva. En 1988, el rector Jorge Carpizo apuntaba en la misma dirección: “La autonomía universitaria implica, pues, no sólo un logro de nuestra comunidad sino, sobre todo, un compromiso y una responsabilidad frente a la sociedad. La autonomía, en última instancia, es una fórmula para garantizar que la Universidad y los proyectos académicos en ella desarrollados, estén al servicio de los intereses y necesidades sociales, sin que aquélla sea perturbada por distintos grupos de poder político y económico. Por ende, la autonomía no debe romper los nexos que existen entre la sociedad y la Universidad, sino garantizar que ésta pueda examinar, al margen de pugnas e intereses sectarios, temas fundamentales para aquélla”.
Muchos hemos afirmado que solo la educación puede transformar nuestro entorno, pero poco se discute sobre cómo transformar la educación. Hoy no podemos eludir ese acertijo, porque la tecnología sigue y seguirá trastocando nuestras vidas. La educación no quedará intocada, pero debe transformarse impregnada de saber humanista y compromiso ético. De lo contrario tendremos los instrumentos pero habremos perdido el horizonte. Hoy las nuevas generaciones necesitan herramientas pero, sobre todo, conocimiento científico y ánimo empático y fraternal. Eso ya lo advirtió Pablo González Casanova cuando tomó posesión como rector: “Los jóvenes que pierdan la esperanza perderán la juventud, y los adultos que no veamos en los jóvenes la esperanza de una humanidad mejor, perderemos el último residuo de nuestra condición humana. Los jóvenes deben tener la esperanza de poder aprender y de poder hacer, de poder actuar para una Universidad mejor y un México mejor”.
En tiempos de incertidumbre y transformación, el pensamiento crítico –científico y humanista– y comprometido con las causas de la igualdad robusta, de la libertad más amplia y de la fraternidad pacífica debe servirnos como guía y como medio. La meta debe ser la realización práctica de una convivencia incluyente entre personas que legítimamente ejercen su derecho a ser y a pensar distinto. Una sociedad decente y civilizada –como ha propuesto Avishai Margalit– en la que ni las instituciones humillen a las personas ni los miembros de la misma se humillen unos a otros.
La Universidad Nacional Autónoma de México y las universitarias y los universitarios deben ser actores activos y comprometidos en el engarzamiento de esos eslabones. Nuestra misión social fundamental es lograr generar y transmitir el conocimiento que permita que el pensamiento libere a las conciencias e incida en el cambio social.
De esta manera –y solo de esta manera– la UNAM seguirá cambiando la vida de millones de personas.