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El debate público

Víctor Flores Olea y la política de la cultura

Rolando Cordera Campos

La Jornada

29/11/2020

Murió el querido Víctor Flores Olea y nos deja más solos, pero con más referencias para la efeméride y la renovación del debate. Su ausencia debería obligarnos a pasar revista a las muchas asignaturas pendientes de la izquierda mexicana que él, desde la cátedra y la dirección de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, de la diplomacia y la promoción cultural, hasta la más diversa obra personal, quiso impulsar y llevar a buen paradero.

No creo exagerar si digo que fue uno de los primeros y más finos visitantes de un marxismo sofisticado y elegantemente alejado del absurdo complejo del Diamat y las violencias ortodoxas sobre el materialismo histórico. Inspirado por las lecturas de Gramsci y las muchas comunicaciones con sus pares europeos y estudiosos mexicanos del duro Marx, el humanista y el del modo de producción, Víctor abrió gran espacio para nuevas y ambiciosas reflexiones sobre México en un momento marcado por la turbiedad represiva del post-68 y la ira poco contenida de centenas de muchachos que reclamaban la libertad de sus dirigentes y lloraban a sus muertos y a los muchos desconocidos y escondidos aquel 2 de octubre.

Fue gracias al empeño de Flores Olea, entonces director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, a su empeño por ventilar el irrespirable ambiente del cerco represivo y el decaimiento anímico de los jóvenes y sus profesores, que muchos empezamos a otear horizontes distintos. Los que nos daban la lucidez y el compromiso intelectual profundo de sus invitados a los Cursos de Invierno y nos convocaban no sólo a pensar de nuevo y lo nuevo sino a interiorizar lo que Norberto Bobbio y sus coetáneos llamaron la política de la cultura.

En una entrevista en los lejanos años 90, Víctor apuntaba: La idea de progreso y la cientificidad del conocimiento, que es uno de sus principales motores, pueden llegar a carecer de sentido si su objetivo no es procurar el beneficio de los hombres, y este es imposible de alcanzar en una sociedad no democrática. Por tanto, la ciencia y el progreso deben permanecer subordinados a una interpretación humanista que implica el ejercicio concreto de la democracia ( Cfr., García-Robles, J. (1990). Cultura y cultura nacional: entrevista a Víctor Flores OleaRevista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, 36(141), pp. 177-180; https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492 xe.1990.141.52107).

El país y nosotros con él nos fuimos por otros rumbos hasta aterrizar en esta democracia de huarache y ocurrencia en que el cambio político y social de México y el mundo nos han depositado. Flores Olea estuvo ahí, recordando sus afanes por dar a la cultura nacional la impronta mundial, internacional y global que la hacen más nacional. Algunos de sus pares y maestros lo trataron injustamente y con rudeza, pero su empeño y realizaciones, en la UNAM y el Conaculta, están con nosotros bien sembrados.

Sin imponerle nada a su trayectoria, diría que para Víctor Flores Olea siempre fue posible y conveniente que, para la izquierda, la política fuese cultura, como lo sostenían y trataban de vivirlo sus huéspedes de invierno, como Rossana Rossanda y Susan Sontag; Fernando Claudín, K. S. Karol, Lucio Magri y Ernest Mandel, entre muchos más con cuyas charlas aliviamos y alentamos unos talantes demasiado aporreados, pero por fortuna neciamente vivos.

Política y cultura en permanente fusión e integración, cuya ambiciosa actualización debería ser aquel pido latín para las izquierdas, de don Alfonso Reyes. También, la incansable y festiva prédica de Carlos Monsiváis por entender y enriquecer juntas a la cultura nacional y la cultura popular. O como quería el otro Carlos, Fuentes, la cultura no como un ejercicio minoritario al que se dedican unos cuantos intelectuales sino, afirma en su Tiempo mexicano, como un concepto global que subsume, que incluye y define el tipo de relaciones económicas, políticas, personales y espirituales de una sociedad.

Infortunadamente, lo inmediato impone desentrañar la métrica obtusa que el Presidente ha impuesto a su Cuarta Transformación y no pocos de sus fieles se empeñan en volver evangelio espurio. No va por ahí la gesta transformadora que reclaman el país y sus mayorías; el sendero apenas abierto lo acotaron nuestros maestros de las ideas y el verbo. No hay que olvidarlos.