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Con todo respeto

Fuente: El Universal

Ricardo Raphael

Esta semana mi correo electrónico se abarrotó de reclamos y recriminaciones; la gran mayoría en contra de la calidad moral de quien escribe estas líneas. Un lector, Roberto Escudero, aseguró que como periodista soy un fiasco. Rafael Carreño me tildó de palero y Álvaro Rodríguez de cortesano.

La más dura fue Rebeca Jiménez, quien después de llamarme tarado (¡ya parezco Francisco Labastida!), y acusarme de escribir artículos estúpidos, me mandó, la cito: “A besar el piso por donde pasa Andrés Manuel López Obrador”.

Normalmente suelo responder a esta correspondencia de manera privada. En esta ocasión consideré oportuno, sin embargo, utilizar este espacio para abrir un diálogo público con los lectores.

He de aclarar que no lo hago porque me haya sentido ofendido los años que llevo en este oficio me han dejado bastante gruesa la piel, sino por el síntoma social que tales líneas me han confirmado.

El argumento principal de mi entrega de la semana pasada fue que, por sus estrategias políticas, AMLO se estaba convirtiendo en un peligro para la viabilidad electoral de la izquierda mexicana.

Sigo teniendo para mí que las contradicciones en la conducción del Frente Amplio Progresista y, en particular, del PRD pueden terminar dañando fatalmente a esta corriente política con la cual, debo aclararlo, sostengo coincidencias éticas importantes.

Más allá del tono que estos lectores impusieron en su comunicación, lo que me sorprendió fue que casi ninguno refutó con argumentos el planteamiento que esgrimiera en mi anterior artículo.

No es mucho pedir el ofrecimiento de aquellas razones que llevarían a valorar la hipótesis contraria; es decir, que López Obrador está en lo correcto y que el año próximo llevará al PRD a obtener un porcentaje de votación superior al que recibiera en los comicios congresionales de 2006.

En lugar de construir la política a partir del intercambio entre argumentos diferentes, ésta se nos ha vuelto un territorio radioactivamente polarizante. Es el síntoma al que arriba hice referencia: la política ha dejado de ser un producto de nuestra inteligencia social para convertirse en un instrumento sólo dispuesto para la descalificación del otro.

Es notable la incapacidad que hoy padecemos para escucharnos. Son días en que solemos respetar únicamente a quien piensa como nosotros. No cabe por tanto la deliberación, sino la disputa. No cabe el diálogo, sino el monólogo. El lugar donde debiera estar la palabra ha sido ocupado por el recelo, la desconfianza y el menosprecio.

Con todo, quiero seguir suponiendo necesito hacerlo que entre los mexicanos todavía tenemos mucho en común. Eslabones afectivos, históricos e identitarios que nos permiten seguir compartiendo una existencia simultánea.

Cierto es que los diagnósticos sobre el país donde cohabitamos no son los mismos. Y menos aún lo son las fórmulas y los instrumentos propuestos para enfrentar la difícil circunstancia de este comienzo del siglo. Sin embargo, también lo es que nadie podrá escaparse del incierto futuro que se nos avecina.

Afuera, el mundo se desmadeja debido a una crisis financiera de proporciones atómicas. Adentro, el país se nos deshace por una angustiosísima crisis de inseguridad. Y todo esto ocurre mientras nuestra recién y muy frágil democracia se encuentra acechada por los intereses partidarios más mezquinos.

Aun si nos percibimos tan separados, así pinta ese futuro que viviremos, juntos, todos los mexicanos. Cabe entonces considerar si el método de la mentada de madre es el mejor para atravesar lo que se viene.

¿Será que hemos perdido la naturaleza humana que en otros tiempos nos ayudó a conciliar las diferencias? Prefiero creer que no. Por demasiadas razones este país merece un destino mejor. Y sus habitantes, entre sí, un trato más respetuoso.

Analista político