María Marván Laborde
Excélsior
24/12/2015
El origen de la piñata es pedagógico, se usaba solamente en las posadas y siempre era una estrella de siete picos, simbolizaban al mismo número de pecados capitales: soberbia, gula, avaricia, ira, lujuria, pereza y envidia. Había que moler a palos al pecado para que Dios derramara sus bendiciones. Y entonces caía la fruta.
Religión aparte, si armamos la piñata de la política y los políticos mexicanos no será difícil encontrar qué forma toman los pecados capitales en el Congreso, el gobierno y hasta en los organismos constitucionales autónomos.
La avaricia, pecado preferido por los políticos en época de bonos y moches. Aparentemente no tiene límites entre algunos funcionarios. Los comisionados del Inai, por ejemplo, se han dado un bono porque, de acuerdo con ellos mismos y a pesar de su autonomía constitucional, su trabajo los incluye en el gabinete de seguridad nacional. Acordaron que cada uno recibiera un extra de casi un cuarto de millón de pesos. Imaginan que entregar información a la sociedad es arriesgar la vida.
Los moches de los diputados, sin lugar a dudas, son otra forma de avaricia, no acumulan para sus bolsillos, con voracidad, reúnen recursos para la causa, se justifican porque el dinero es para mantener a sus clientelas, perdón, sus distritos. De este dinero no rinden cuentas.
El avaro, dice Savater, idolatra el dinero, olvida que éste es un medio para conseguir ciertos fines. El político avaro, además, pierde la noción entre el presupuesto y su cuenta de banco. Procura su beneficio.
También, según Savater, los soberbios tienen un incontenible deseo de ponerse por encima de los demás. No es malo que un individuo tenga una buena opinión de sí mismo, lo malo es que no admita que nadie se le ponga encima. Viene a mi imaginación navideña todos aquellos políticos que están seguros de que su segundo lugar fue un error de cómputo o un fraude. No, no sólo pienso en López Obrador, también está Jorge Luis Preciado y todos los que han puesto la gobernabilidad en riesgo porque su soberbia les dice que merecían ganar. Yerran los demás, les engañan.
La ira es pasión arrebatadora, furia que puede convertirnos en fieras. Nos dice el filósofo español, la ira, más que todos los demás pecados, es una cuestión de grados, positivamente nos hace revelarnos enojados frente a la injusticia, las amenazas o los abusos. En el extremo negativo ciega la razón, destruye. Triste la ira del PVEM y del PRI que, a través de El Universal y ocho primeras planas, anularon el trabajo del fiscal Nieto.
La gula podríamos definirla por las ansias inmoderadas de comer, de beber, ésta se transforma en pecado cuando ofende el derecho y las expectativas de comer de los demás; peor cuando los políticos consideran que tienen el derecho a comer, a cargo del erario, en los restaurantes más caros de la ciudad con los mejores vinos, cuando lo justifican porque hay un asunto que tratar que sólo puede resolverse a punta de langosta y champaña.
La lujuria es un poco más complicada, no hablaré de la vida sexual de nadie, que poco me importa; la lujuria política hace que las ansias de poder permitan a los políticos “encamarse” con quien les ofrezca una candidatura. Justifica tránsfugas que pueden competir por cualquier partido, propicia alianzas electorales que carecen de proyecto. Malova en Sinaloa, Cué en Oaxaca o Moreno Valle en Puebla podrían ser buenos ejemplos.
Muchos han sido nuestros políticos y/o funcionarias perezosos, quienes han llegado al puesto a nadar de muertito. Pero también los hay envidiosos intolerables, funcionarios a quienes enferma el éxito de otros, los que, bajo el pretexto de la alternancia, destruyen el trabajo de su predecesor para que no luzca.
Felices fiestas y mi mejor deseo es que cada partido, cada gobierno, rompa su piñata de siete picos para que en 2016 las bendiciones sean para la ciudadanía ávida de buenos gobiernos.